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La pregunta seguramente tiene a más de uno intrigado. Encierra —aparentemente— una contradicción. ¿Sufrir y ser feliz? Cosa de locos.

Por supuesto, no significa que tengamos que sufrir para ser felices, pero sí que debamos aprender cómo sufrir para ser felices. Esto porque el sufrimiento es parte inexorable de la vida.

El sufrimiento es consecuencia del pecado, puesto que Dios, en su bondad y creación amorosa, nunca había pensado algo así para nosotros.

Dios nunca quiso el sufrimiento, no quiere que suframos. Pero como a causa de ese pecado no tenemos opción, hay que encarar la vida con madurez y luchar por nuestra felicidad.

Algunos sufrimientos valen la pena, y otros no…

el sufrimiento, ¿Cuál es el secreto para hallar felicidad incluso en medio del sufrimiento?

Esto es algo que quisiera aclarar muy bien. Algunos sufrimientos vienen y son parte de la vida, no los pedimos, no los queremos, pero hacen parte de la compleja realidad que vivimos.

Por ejemplo, una madre sacrifica su sueño porque tiene que lactar y cuidar a su bebé a lo largo de toda la madrugada, aunque tenga al día siguiente una larga jornada de trabajo.

Padres que se tienen que sacrificar y «sudar la gota gorda» para dar de comer y brindar una buena educación a sus hijos, como nunca la tuvieron ellos.

Una persona que en algún momento de su vida tiene que aprender a vivir con alguna enfermedad —sin ninguna responsabilidad de su parte— más allá de haberla heredado genéticamente de sus ancestros.

No obstante, hay otra clase de sufrimientos que son culpa de decisiones equivocadas, y en ese sentido tienen una explicación bastante más sencilla, e incluso, podríamos decir que la persona se las buscó.

Pienso, por ejemplo, en el sufrimiento que atraviesa una familia cuando tiene un hijo que por mala conducta se vuelve un adicto a las drogas.

El trauma de tantos niños que atraviesan áridos valles, debido al divorcio de sus padres. Jóvenes a los que les resulta muy difícil asumir su vida con responsabilidad y compromiso.

En las tantas formas de violencia doméstica. La corrupción que vemos por doquier, sembrando la pobreza y desigualdad social, generando cada vez más brechas sociales. La lista podría continuar.

La vida solo tiene sentido gracias al amor

el sufrimiento, ¿Cuál es el secreto para hallar felicidad incluso en medio del sufrimiento?

¿Quién de nosotros no quiere ser amado? ¿Querido, abrazado, protegido? Así como amar, querer, cultivar amistades, ayudar y socorrer aquellos que necesitan ayuda.

Cuando las circunstancias son agradables y los motivos son afables, debo decir que no suele costarnos mucho. Si se trata por ejemplo de sacrificarse por el bien de un hijo, no resulta tan difícil encontrar las fuerzas para hacerlo. A fin de cuentas, ¿qué padre no quiere lo mejor para sus hijos?

Pero ¿cuál suele ser nuestra reacción, contra Dios mismo, cuando toca a la puerta de nuestra casa la muerte de algún familiar? ¿Cómo queda nuestra relación con Dios cuando un hijo atraviesa por una enfermedad incurable?

¿Qué pensamientos de venganza no tenemos, incluso contra Dios, cuando sufrimos injusticias sin ninguna culpa?, ¿cuántas veces nos volvemos contra Dios y le reclamamos sin piedad?

¿Dónde está su amor y bondad cuando sufrimos sin justa razón?, ¿dónde está Dios cuando nos sentimos solos en el sufrimiento?

Es en estos momentos que debemos superar esos sentimientos encontrados y amar a Dios sobre todas las cosas. Incluso sobre nuestro sufrimiento, Él no es el culpable, Él no lo quiere.

Pero nosotros buscamos a toda costa un culpable, y como no podemos aceptar que la vida nos trate así, no podemos creer que Dios —aún en medio al sufrimiento— nos ame y nos quiera.

Debemos hacer un esfuerzo y reconocer a qué «dios» estamos mirando. ¿Un dios al que no le importamos y nos tiene abandonados? Ese no es nuestro Dios.

El Dios de nuestra fe cristiana, es un Padre que entregó a su único Hijo para morir en la cruz, y ofrecer su vida por amor por nosotros.

Es un Hijo que asumió en su carne nuestras heridas y dolores, y se sacrificó para darle un nuevo sentido a esta vida corrompida por el pecado y sus consecuencias.

Nuestro Dios nos creó por amor, y por un acto de misericordia aún más increíble, le pidió a su Hijo un sacrificio inimaginable.

Solo entonces, tiene sentido asumir nuestros sufrimientos y acercarnos a la cruz de Cristo, porque de esa manera, nuestras propias cruces se convierten también en una ocasión para amar.

Mi propio sufrimiento, que no tiene ningún sentido, participa y completa la obra redentora de Cristo. Y si participo junto con Él de su sacrificio, participo también de la alegría de su Resurrección (1 Pedro 4, 13).

Por supuesto esta actitud exige de mi parte amar a Jesús, entregarle mis cargas y no alejarme de Él por rencor o amarguras.

El sufrimiento puede ser un camino de amor 

Sufrimiento: ¿qué hacer con él y cómo aceptarlo?

¿Cuántas veces nos ha dicho Cristo que quien quiera seguirlo debe cargar su cruz a cuestas para ser su discípulo? (Mateo 16, 24).

Esto implica asumir la vida tal cual es, asumiendo lo bueno y malo, las alegrías y tristezas. Cristo nos quiere por completo, no a medias, o estamos con Él o no, para Dios, no hay medio término.

Eres frío o caliente (Apocalipsis 3, 14). Nuestro lenguaje debe ser «sí, sí o no, no» (Mateo 5, 37). Cuando optamos por el camino de la vida cristiana, sabemos muy bien cuál es el horizonte: la cruz. Pero una cruz, que después de tres días se convierte en el Árbol de la vida.

Cristo nos enseña con su ejemplo a entregar la propia vida por los amigos. Y no solo eso, a preocuparnos por el desconocido que está tirado y maltratado a la vera del camino (Lucas 10, 25-37).

Hasta llega al punto de decirnos que amemos a los enemigos (Mateo 5, 38-48). Que nunca devolvamos el mal cuando nos hacen daño (Romanos 12, 17-21), sino que siempre amemos y hagamos lo que es bueno.

Incluso cuando se trata de amar a nuestros seres queridos, el verdadero compromiso por el otro, implica generosidad, renuncia personal, sacrificio, entrega… y todo esto, si lo queremos vivir como lo vivió Cristo, sin medias tintas, significa una cuota de sufrimiento.

Puesto que renunciamos a nuestros caprichos, gustos, intereses personales, espacios y comodidades, que no siempre tienen que ser malos.

Pero el amor que aprendemos de Cristo siempre pone al otro antes que a uno mismo, y está dispuesto a renunciar a sí mismo, por el bien del otro.

Eso comporta una cuota de mortificación. Y la verdad es que, en la cultura actual, estamos cada vez menos acostumbrados a vivir esos actos de generosidad.

Mi sufrimiento puede ser un camino de realización

Sufrimiento: ¿qué hacer con él y cómo aceptarlo?

Dicho todo esto, podemos comprender un poco más y mejor, cómo el sufrimiento vivido de la mano de Cristo es un camino de realización personal.

A través de él crecemos en el amor y hacemos de nuestra vida un acto de gloria a Dios, buscando el bien común, y por supuesto, nuestra propia salvación.

Con Cristo aprendemos que debemos ser los protagonistas de nuestro sufrimiento, haciéndolo un medio para acercarnos y asemejarnos más a Él.

Así como el amor, el sufrimiento también es un camino para tener una relación más íntima con Él.

Porque es el camino por el que demuestras tu misericordia por el otro de una forma única. Así podemos entender la afirmación de san Agustín, cuando dice en la proclamación del Pregón Pascual:

«¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!». Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido perdonado por la muerte de Cristo.