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Sufrimiento… está presente en la vida de todos y de maneras tan diferentes. Seguro tú en este momento podrías pensar en al menos una cosa que te causa dolor o preocupación, ¿verdad?

En el Evangelio de san Lucas 9, 18-22, en el cual Pedro reconoce al Señor como el Mesías esperado, Jesús es muy claro al explicar que no vino a derrocar el gobierno de turno, ni tampoco a instaurar un reino victorioso para sus seguidores.

Deja evidente que su futuro en Jerusalén será la muerte en cruz, después de horas de agonía, mucho sufrimiento y burlas de todo tipo.

Por eso debemos ser conscientes de que habrá sufrimiento, de que seguir a Cristo implica cargar la cruz, implica el fracaso en este mundo.

Mientras vivamos en este mundo, que está, indefectiblemente marcado por el pecado, es imposible huir de las consecuencias en contra del amor de Dios, que se inició con nuestros primeros padres, como leemos en el libro de Génesis 2, 17.

1. El sufrimiento también puede tener otro sentido

Por supuesto, el Señor nos promete el yugo suave y la carga ligera (Mateo 11, 30), así como el 100 x 1, como le dijo a san Pedro (Marcos 10, 28-31).

La felicidad que nos ofrece Jesucristo no es estar en los primeros puestos, ni tampoco tener en abundancia. Es más, nos dice que el que quiera ser el primero, que sea el último (Marcos 9, 35).

Y el que lo sigue, no tendrá dónde reclinar la cabeza (Lucas 9, 57-58). Vino a servir y no a ser servido. Renunció y abandonó totalmente su condición divina (Filipenses 2, 26-11), asumiendo el peso de todos nuestros pecados, aunque Él no haya tenido culpa de ningún pecado.

2. Una felicidad realista

No existe una felicidad absoluta en esta vida. La vida eterna y la participación de la gloria celestial la viviremos después de la muerte (si Dios lo permite).

Es iluso el que cree que aquí, durante su vida en la Tierra, encontrará una felicidad que será siempre alegría, todo será lindo y maravilloso, ausente de problemas o dificultades.

Una vida tranquila, cómoda, confortable. Las heridas, enfermedades, conflictos, muertes y muchos otros tipos de sufrimiento son parte de esta vida.

Así es la vida y no hay nada que cambiará esa realidad. No sirve de nada vivir dándole la espalda al sufrimiento, tratando de huir y no enfrentar las situaciones difíciles de la vida. O tratando de encontrar compensaciones que alivien el dolor.

3. Aceptar el sufrimiento también es un gran paso

sufrimiento, ¡Ofrécele tu sufrimiento a Dios y verás cómo todo cambia! Tienes una gran oportunidad

Lo cierto es que gracias al bautismo nosotros ya participamos de la victoria de Jesús sobre la muerte, el sufrimiento y el pecado. Lo decimos una y otra vez en el Padre Nuestro: «venga a nosotros tu Reino» (Mateo 6, 10).

Se trata de hacer crecer en nuestro corazón esa semilla del Reino, y poder vivir realmente esa alegría que no tiene fin. Ya es una realidad esa vida gloriosa, de la cual nosotros ya participamos.

Pero el Señor nos recuerda que mientras vivamos en esta tierra los huesos seguirán rompiéndose y los corazones todavía serán heridos.

Jesús no es una suerte de curandero o gurú espiritual que nos proporciona una vida placentera. Que nos promete una experiencia de felicidad a prueba de sufrimientos.

Es más, nos hace tomar consciencia de lo contrario. Que seguirlo implica necesariamente aceptar los sufrimientos de esta vida. Si lo vemos desde otra perspectiva, en el fondo, lo que nos pide el Señor es que lo sigamos tal y cual somos.

Ni más ni menos. Cargando nuestras alegrías y tristezas, luces y sombras. Quiere que le mostremos nuestros sufrimientos, para que pueda cargar junto con nosotros la cruz que levamos día tras día.

4. Un sufrimiento con esperanza

No obstante, si aceptamos y reconocemos las cruces con los sufrimientos, entonces sabremos acoger la victoria de la Resurrección de Cristo, luego de tres días de su trágica muerte.

Es muy importante que entendamos este punto con claridad. Mientras no reconozcamos las heridas —de todo tipo— que llevamos en el corazón, y aceptemos el peso y gravedad que poseen, no acogeremos con apertura toda la gracia de la victoria en la Resurrección.

Si no morimos con Cristo, tampoco seremos partícipes de su Resurrección (Juan 6, 39-40). Es duro decirlo, pero si no afrontamos y experimentamos la crudeza del sufrimiento que comporta cada una de nuestras cruces en esta vida, entonces no podremos saborear la fuerza que tiene la victoria de la vida que vence la muerte.

La única manera de darle un sentido al sinsentido del sufrimiento es de la mano de Jesús. Él es el único que transforma el sufrimiento en una ocasión para vivir el amor.

La cruz de la muerte se convierte en el árbol de la vida, y a través de la tragedia más infame de la historia de la humanidad, nace la semilla de una nueva creación.

De la muerte de Dios, brota una segunda Creación (cf. Prólogo de san Juan), se hace todo nuevo. La cruz es semilla de esperanza. Como nos dice san Pablo, la locura y necedad de la cruz es instrumento de salvación para nosotros cristianos: razón de nuestra fe (1 Coríntios 15, 14).

Con nuestra fuerza humana podemos desarrollar hábitos que nos permitan, en el mejor de los casos, tener una actitud positiva ante una realidad difícil, que no tenemos cómo cambiar.

Se habla mucho de vivir la resiliencia, de rescatar el ángulo que nos permita crecer y desarrollar habilidades que antes no teníamos. Sin embargo, el sufrimiento siempre seguirá siendo la «piedra en el zapato».

Solamente Cristo agarra el «toro por las astas». El sufrimiento nunca dejará de ser un misterio insondable. Las verdades de nuestra fe cristiana nos permiten comprender un poco más esa realidad, y vivirla con una actitud mucho más esperanzadora que alguien que no tiene fe.

5. Ser protagonistas y no víctimas

Dicho esto, podemos comprender cómo el sufrimiento es una realidad imposible de ser obviada de nuestra vida. Es más, es algo tan común y presente en la vida de todos nosotros, que debiéramos aceptarla y aprender a convivir con eso de una manera mucho más natural.

Así como tenemos alegría y momentos maravillosos, también tenemos tristezas y razones que nos hacen sufrir.

La persona madura reconoce que tiene que aprender a vivir con eso. Entonces, el punto no debiera ser tanto aceptar, sino más bien preguntarnos: ¿cómo vivirlo? … de tal modo que tengamos la mejor vida posible.

Es aquí donde el cristianismo tiene un tesoro riquísimo que aportar. Para nosotros creyentes el sufrimiento es una experiencia que nos une y acerca aún más a Jesucristo.

A Cristo colgado de la cruz, a Cristo sufriente. Como cristianos estamos llamados a una relación íntima de amistad con Jesús. En las alegrías y tristezas, en las buenas y las malas.

Esa relación de amor implica el mismo sufrimiento. Cuando amas a alguien estás dispuesto a seguirlo y ser su amigo también en las dificultades.

Entonces el camino de la cruz, el camino del sufrimiento es también una senda que te configura con Jesucristo, con su vida de entrega, sacrificio y generosidad.

El sufrimiento lejos de ser algo que nos hace menos, nos permite madurar como personas y, por supuesto, como cristianos. Es un camino por el que nos vamos haciendo más personas porque amamos más.

Y así nos vamos haciendo más felices, pues el amor es el camino de la felicidad. Por eso, ya sean experiencias de alegría o de dificultad, debemos asumir esas experiencias como propias.

No hacernos las víctimas de la situación, sino más bien protagonistas de nuestro sufrimiento. Entonces, el sufrimiento no se convierte en un obstáculo que me limita o determina, sino más bien una ocasión para desarrollarme y realizarme aún más de acuerdo con lo que Dios espera de mí.

6. Dios siempre quiere lo mejor para nosotros

No es Dios quien nos manda los sufrimientos o problemas, la vida es así mientras estamos en este mundo. Más bien, Dios se vale de todo lo que vivimos para hacernos crecer en amor, en santidad y felicidad.

Por eso, por supuesto se vale también de nuestro sufrimiento para sacar lo mejor de nosotros. Es más, pareciera como de modo especial en los momentos de cruz, se preocupa con más detenimiento de nuestra situación dolorosa.

Lo vemos con el hijo pródigo (Lucas 15, 11-32), con la mujer samaritana (Juan 4, 5-43), la mujer adúltera (Juan 8, 1-11) y otros personajes que son rescatados por el Señor.

Nunca pensemos que Dios nos envía males, porque nunca quiere nada malo para nosotros. Tampoco pensemos que quiere que vivamos determinadas situaciones para madurar.

Repito, nunca quiere nada malo, se vale de las dificultades y sufrimientos para educarnos, como un padre que educa a sus hijos, y sabe que a veces tiene que exigir cosas que les costarán.

Porque enfrentar las cruces y sufrimientos, aceptarlas y vivir con ellas, obviamente implica dolor.

Finalmente, no pensemos que Dios no quiere estar con nosotros, que no nos escucha. Cuando sientas que no está a tu lado, mira la cruz, ahí está el Señor por nosotros.

Ahí estará hasta que el último enemigo sea derrotado: la muerte (1 Coríntios 15, 26). Tal vez solo logremos comprender el misterio del sufrimiento en el cielo, pero mientras tanto, lo que sabemos con certeza es que Dios no se desentendió de nosotros.

Sino que se hizo hombre para acompañarnos en nuestro dolor. Además, murió en la cruz por cada uno y se quedó en un pedazo de pan, para fortalecernos cada vez que lo necesitamos.

Si te sientes solo, búscalo en una capilla dónde haya un sagrario, acércate a la confesión o recuerda estas cinco cosas.

Él está constantemente tocando a la puerta de tu corazón. Escúchalo y déjalo entrar para que puedas cosechar muchas bendiciones de ese sufrimiento que parece no tener sentido (Apoc 3, 20).