No sé si es que no puedo perdonar o es que no quiero hacerlo. Parece que prefiero permanecer lleno de rencor y no liberar a quien me hizo daño.
Quizás no sepa el efecto que tuvieron sus palabras o actos en mí. Pero no importa, lo que no quiero es excusar su conducta, y no deseo que se sienta perdonado, libre ya de toda culpa.
Si lo hago así, no va a aprender, no va a escarmentar. Va a pensar que la misericordia es más fuerte que el castigo y el pago por el daño causado.
Perdonar para salvarse
Leía el otro día:
«No es lo mismo perdonar que ser indulgente o que justificar o que tener misericordia o disculpar. Tampoco es posible perdonar si no hay un previo arrepentimiento por parte del perdonado. Pero qué sentido tiene perdonar o no hacerlo, dejar la afrenta aplanarse con el tiempo, desaparecer y olvidar cuando la muerte lo iguala todo, lo acalla todo, lo aplaca todo sin vuelta atrás, sin posibilidad ya de silenciar aquello que se dijo, de hablar lo que se silenció con la esperanza de encontrar un momento mejor, imposible ya justificar lo que se pretendía explicar, o rectificar lo erróneo, lo malo, lo deficiente. Perdonar para salvarse. Ésa era su única salida«.
Perdono para salvarme. Quizás ahí se encuentra mi camino de salvación.
Perdonar a los que me han hecho daño, a los que me han herido. Al que me ha traicionado, a aquel que me difamó o me criticó a mis espaldas.
Cuando me han herido
¡Cuánto cuesta perdonar de verdad! ¿Es posible volver a confiar y amar después de haber sido traicionado y herido?
No lo sé. El jarrón roto se puede recomponer pero nada vuelve a ser lo mismo que antes. La inocencia quebrada, la pureza mancillada, la confianza rota, la alegría quebrada.
Tiene el alma una piel muy fina que la cubre, es sensible a cualquier violencia, a cualquier palabra agresiva.
Y cuando me siento herido me cierro, me escondo dentro de mi alma y no estoy dispuesto a arriesgarme a salir.
No quiero que me hagan daño. No quiero volver a ser herido.
Y si el que me ha herido es aquel que me prometió amor y fidelidad eterna, ¿qué puedo hacer?
El difícil camino del perdón
Siempre hay varios caminos ante mí. Algunos me sanan, otros me enferman. El perdón siempre me sana, pero no es tan fácil.
Porque ya nada es como al principio, cuando todo era puro e inocente, virgen e inexplorado.
Roto todo dentro de mí no es tan sencillo recorrer los mismos pasos que ya di. Volver a empezar desde el principio parece imposible.
¿Es posible el perdón? La misericordia es una gracia que pido de rodillas.
Quiero perdonar, quiero pasar página, quiero olvidar aun sabiendo que siempre recordaré lo ocurrido. No importa.
Debo perdonarme yo
Y me perdono a mí mismo aunque no tenga ninguna culpa. Yo no provoqué el daño que he recibido. No hice nada para que me hirieran.
Puedo pensar que sí, que alguna culpa tendré. Pero no es verdad. Me han herido o yo mismo he herido.
No hay ninguna relación en el que la culpa sólo sea de uno de los dos. Mi cuota de culpa ha de ser perdonada.
Me cuesta mucho perdonarme. Mi orgullo, la sensación que tenía de que yo podía.
Cuando comienzo una aventura siempre creo que voy a poder. Es lo que me permite lanzarme al abismo.
La confianza en mis fuerzas, en mis capacidades, en mis dones. La fe ciega en mí.
Y luego no es posible, no puedo, no soy todopoderoso. Caigo, me desplomo y brota la desconfianza. Ya no puedo, es imposible.
Cómo voy a seguir amando…
¿Cómo voy a amar como antes al que me ha hecho daño?
¿Cómo van a poder amarme después de mi traición, de mi infidelidad, de mi deslealtad, de mi mentira, de mis palabras hirientes, de mi rabia y mi odio?
Me parece imposible que alguien pueda perdonar todas mis ofensas. Y es que yo no me perdono. No tengo misericordia conmigo mismo. No puedo volver a creer en mí.
Puede que incluso afloren en ocasiones sentimientos autodestructivos. Mejor acabar con todo cuando no puede hacer las cosas bien.
Mejor un punto final que acabe con mi historia para que no siga así haciendo daño a los que me rodean.
Mejor cortar el hilo de la vida para que no haya la tentación de herir y poder ser herido.
Dios hace posible el perdón
Pero Dios me mira con misericordia y me recuerda hoy que soy una persona preciosa a sus ojos.
Mira mi alma y me dice que es muy bella. Me pide que no tenga miedo de mí mismo, que no me asombre al ver mi fragilidad. Que no me sorprenda al contemplar mi pecado.
Soy capaz de lo peor, lo sé y puedo guardar en mi alma un odio inmenso y una rabia infinita.
Pero eso no hace que no valga para nada. No soy solo mi pecado. Soy mucho más. Soy un corazón con una fuerza inmensa para amar y entregarse por entero.
Pero la vida me dejó herido y lloro y sangro por esa herida que otros provocaron. Intentaré perdonarlos.
A ellos, a mí mismo, para poder empezar yo mi propio camino y sentir así que puedo amar. Que puedo construir un hogar santo desde mi fragilidad, desde mi alma rota.
El Amor siempre está
Puedo urdir vínculos sanos aunque sienta que todos mis amores están heridos.
Puedo, si dejo que Dios me cubra con su poder, con su misericordia y me permita creer en mí mismo.
Hoy me levanto y me perdono por todo lo que hago mal. Y le pido a Dios la gracia para perdonar a los que me han hecho daño.
Y también esa gracia de poder perdonar al mismo Dios por lo que no ha sido posible en mi propia vida.
Por los planes frustrados, por los sucesos que me han dolido, por las pérdidas y las ausencias.
Dios me mira conmovido. Sabe la grandeza que esconden mis miedos. Y me susurra cuánto me quiere.