“La santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios. No es una conquista humana, es un don que recibimos: somos santos porque Dios, que es el Santo, viene a habitar nuestra vida”, destacó el Papa.
Luego, el Santo Padre indicó que “la alegría del cristiano, por tanto, no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él”.
Por ello, el Papa subrayó que “los santos, incluso en medio de muchas tribulaciones, vivieron esta alegría y la testimoniaron” porque “sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza”.
De este modo, el Santo Padre explicó que “un Padre del desierto decía que la tristeza es un gusano del corazón, que corroe la vida” y animó a preguntarnos “¿somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral? Recordemos: ¡no hay santidad sin alegría! ¡no hay santidad sin alegría!”.
Bienaventuranzas
Además, el Papa describió que las Bienaventuranzas “nos muestran el camino que lleva al Reino de Dios y a la felicidad: el camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz”.
Por ello, el Papa alentó a vivir las Bienaventuranzas que “son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir: hacerse pequeño y encomendarse a Dios, en lugar de destacar sobre los demás; ser manso, en vez de tratar de imponerse; practicar la misericordia, antes que pensar solo en sí mismo; trabajar por la justicia y por la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades”.
“Es un mensaje a contracorriente. El mundo, de hecho, dice que para ser feliz tienes que ser rico, poderoso, siempre joven y fuerte, tener fama y éxito. Jesús abate estos criterios y hace un anuncio profético: la verdadera plenitud de vida se alcanza siguiéndole, practicando la Palabra de Jesús. Y esto significa ser pobres por dentro, vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios”, afirmó.
En esta línea, el Santo Padre advirtió que “quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos, mientras quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al prójimo. Y encuentra la alegría”.
Finalmente, el Papa alentó a preguntarnos “¿Doy testimonio de la profecía de Jesús? ¿Manifiesto el espíritu profético que recibí en el Bautismo? ¿O me adapto a las comodidades de la vida y a mi pereza, pensando que todo va bien si me va bien a mí? ¿Llevo al mundo la alegre novedad de la profecía de Jesús o las habituales quejas por lo que no va bien?”
“Que la Santísima Virgen nos dé algo de su ánimo, de ese ánimo bienaventurado que ha magnificado con alegría al Señor, que derriba a los potentados de sus tronos y exalta a los humildes”, concluyó el Papa.