Con el coronavirus expandiéndose, escuelas y negocios cerrando, y diócesis cancelando misas públicas, hay un espíritu de miedo acechando al mundo.
A los cristianos se les dice que no teman, incluso se les prohíbe estar ansiosos (Filipenses 4,6), pero también vemos a Jesús asustado mientras reza en el huerto antes de su pasión.
Muchos de nosotros hemos experimentado una disminución de ansiedad, miedo y preocupación en cuanto hemos empezado a confiar más en el Señor.
Pero aun así seguimos estando asustados, especialmente ahora que estamos delante de una pandemia global.
Cuando sabemos que debemos confiar en Dios, el miedo parece infidelidad, y eso solo lo empeora.
Pero no estamos solos en lo de encontramos asustados. Antes que reprimir nuestro miedo o permitirle que nos consuma, vamos a ver algunas de las vidas de santos que recurrieron a Dios en sus momentos de terror y encontraron esperanza, incluso si no tenían menos miedo.
San Agustín de Canterbury
Fue enviado por san Gregorio el grande a predicar por Inglaterra. Pero mientras la compañía viajaba hacia el norte, se les obsequió con historias sobre las formas salvajes de los paganos ingleses y los peligros de cruzar el Canal de la Mancha. Los hombres estaban tan aterrorizados que Agustín dio instrucciones a los otros de quedarse en Francia mientras el volvía a Roma a consultar al Papa. Presumiblemente, Agustín esperaba que Gregorio cancelara la misión; en vez de eso animó a Agustín, quien volvió con sus hombres, finalizó su viaje a Inglaterra, y experimentó un éxito tan grande que es conocido como “el apóstol de los ingleses”.
Sebastián Valfrè (1629-1710)
Parecía seguro y agradable, pero sus escritos cuentan otra historia: estaba aterrorizado. Estaba asustado de que fuera inválido para ser un cura predicador, y por culpa de eso empezó a estar asustado de Dios. Aun así seguía rezando, aunque a veces era agónico. Celebraba misas, oía confesiones, predicaba el evangelio, todo mientras luchaba con la ansiedad. Y eso es lo que le puso en el camino de la santidad. De muchas formas, Valfrè era más que un remarcable cura. Pero ser un sacerdote corriente en medio de la duda, la angustia y el terror (lo que nos parece probable que haya sido un trastorno de ansiedad) es casi un milagro.
Francis Libermann (1804-1852)
Había sido siempre sensible, fácilmente asustadizo. Aunque encontró una gran paz y alegría al convertirse al catolicismo desde el judaísmo, eso no significó la ausencia de miedo y ansiedad. Libermann estaba preocupado por haber decepcionado a su padre, por el antisemitismo que vivió, por la epilepsia que le obligó a abandonar sus sueños de sacerdocio y por la terrible responsabilidad de ser director espiritual. Estaba tan preocupado que por un tiempo le asustaba cruzar puentes porque temía tirarse por ellos. Libermann fue ordenado sacerdote finalmente y se convirtió en el fundador de una orden misionera; aunque seguía luchando contra el miedo, al final dejó de estar dominado por su ansiedad.
María Yi Seong-Rye (1801-1840)
Estaba casada con san Francisco Choe Kyong-Hwan. Pero cuando los dos fueron arrestados por ser cristianos, el menor de María estaba con ella en la cárcel, muriendo de hambre mientras a ella se le secaba la leche. Así que la mujer, que no habría negado a su Señor para salvar su propia vida, apostató para salvar a su hijo. Fue liberada, su fe no cambió pero su corazón se rompió debido a su apostasía. Pronto María fue arrestada de nuevo. Esta vez confió a su hijo a personas que cuidarían de él. Sabiendo que estaría seguro, pudo soportar la tortura física. Por muy grave que fuera, nunca podría compararse con el miedo angustiado de una madre por la seguridad de sus hijos.
Santa Francisca Javiera Cabrini (1850-1917)
Cayó a un arroyo cuando tenía siete años y casi se ahoga. Este accidente la dejó con un miedo al agua de por vida. Así que cuando se acercó al Papa para preguntarle por su aprobación por una nueva orden religiosa misionera en China, esperaba viajar por tierra. En vez de eso, el Papa la envió a los Estados Unidos. Pero Cabrini no estaba dispuesta a dejar que sus miedos se interpusieran en el camino de la salvación de las almas, por lo que subió a bordo de un barco, el primero de más de una docena de transatlánticos a los que subiría en su ruta hacia su conversión en la primera santa americana.
San Oscar Romero (1917-1980)
No siempre fue el arzobispo valiente dispuesto a dar su vida. Por naturaleza Romero era reservado, libresco y tímido. El gobierno opresivo de El Salvador lo quería como arzobispo por una sola razón: estaban seguros de que sería fácil de controlar. Pero Romero vio el sufrimiento de su gente y empezó a regirse más por el amor que por el miedo. Finalmente, el amor por su gente le llevó a vivir con valentía, luchando por ellos a cualquier precio. Aunque sus diarios revelan que Romero seguía siendo un luchador (muchas veces preocupado de que su programa de radio se fuera al traste), dejó de vivir en el miedo y se ganó una corona de martirio.