La promoción del acceso mundial a las vacunas y el combate contra la desinformación que las rodea son claves en este momento de la emergencia sanitaria, lo han asegurado la Pontificia Academia por la Vida, la Organización Mundial de Médicos (WMA) y la Asociación Médica Alemana (GMA) en un llamamiento conjunto divulgado este viernes, que recoge las conclusiones de la Mesa Redonda Internacional al respecto celebrada un día antes en el Vaticano.
Según Ramin Parsa-Parsi, responsable de Asuntos Internacionales de la Asociación Médica Alemana, la pandemia ha puesto al descubierto «los peligros que plantea el nacionalismo de las vacunas: mientras muchos países de ingresos más altos tenían los recursos para firmar rápidamente acuerdos bilaterales con empresas farmacéuticas […] otros en desarrollo quedaron en desventaja por las restricciones financieras y la falta de capacidad de producción».
Así, ha añadido Frank Ulrich Montgomery, presidente del Consejo de la Asociación Médica Mundial, el 80 % de las 3.000 millones de dosis administradas hasta ahora se han inoculado en solo diez países.
En último término, ha subrayado Parsa-Parsi, «es necesario que las vacunas se produzcan localmente», pero hay muchas barreras que deben ser superadas, y la cuestión de las patentes, si bien importante, es solo una de ellas.
«Debe estar respaldada por la transferencia de conocimiento y experiencia y la formación de personal, la inversión internacional en instalaciones para producir la vacuna en entornos pobres de recursos y la garantía de un adecuado control de calidad».
Combatir el escepticismo
Con todo, ese no es el único aspecto de las vacunas que plantea graves problemas, también hay países en los que, habiendo vacunas, existe «escepticismo y desconfianza» hacia ellas.
«Es una cuestión compleja», ha destacado el representante de los médicos germanos, «algunas reticencias de las comunidades desfavorecidas tienen sus raíces en desigualdades históricas, falta de confianza en la investigación médica, experiencias negativas con los cuidados sanitarios y la sospecha hacia un comportamiento de las compañías farmacéuticas centrado en el beneficio».
Más perniciosas son las dudas basadas en «afirmaciones y mitos infundados y engañosos, incluyendo desinformación sobre los efectos secundarios, que se amplifican por los medios y las redes sociales».
Una de las vías para intentar combatir esto, según Montgomery, es «llegar a las comunidades poco atendidas y poco informadas en un esfuerzo combinado de la ciencia, la medicina, y multiplicadores sociales como las comunidades religiosas».