Muchas veces nos quejamos o escuchamos otros decir que no ven ni mucho menos sienten a Jesús. ¿Será cierto que puedo verlo, sentirlo más cerca, tenerlo en mi vida, experimentar su presencia en mi día a día?
La respuesta es sí. Si deseamos ver y sentir a Jesús en nuestras vidas hay varios puntos que debemos tener en cuenta. Te propongo tres, espero que te sirvan y que puedas llevarlos a la práctica.
1. Para ver a Jesús no basta con mirar a la cruz
E imaginarle destrozado por los tormentos que le infligieron, las burlas o los insultos hirientes que le lanzaron a pesar de que, sus ofensores, podían tan fácilmente reconocer que se encontraban frente a un agonizante merecedor de la mayor compasión y ternura.
Tienen un poco más de derecho o de «facilidad» a imaginárselo de este modo, aquellas personas que sufren. Con Jesús ocurre como con María, pongamos ejemplos para entenderlo mejor.
La mujer que vive con un mínimo de seguridad y cree ser feliz, que no sufre indigencia, por mucho que quiera, no puede imaginar a María en esos años que pasó aquí en la tierra, en su soledad de viuda.
Cargada de responsabilidades en una época en que la mujer contaba con tan pocos derechos comparados con los que tiene hoy en día.
Con mucha mayor fidelidad se la puede imaginar una madre viuda que no puede pegar pestaña para coser día y noche, a fin de sostener al hijito o la hijita que ha quedado a su cargo.
A José, por otro lado, le hemos pintado tan entrado en años que muy pocos padres pueden realmente imaginar cómo se siente quien muere dejando a su esposa tan indefensa o vulnerable con una prole a la cual cuidar y guiar.
Los hombres, no podemos realmente sentir a los hijos de la misma forma que la madre siente su «maternidad». Entre otras razones porque no siendo mujeres no podemos imaginar qué sea esta.
La paternidad es un regalo que recibimos de nuestros hijos cuando nacen, por mucho que modernamente nos envolvamos con nuestras esposas durante el embarazo, hay que entender que en la época de José el hombre no se involucraba tanto con el hogar y la familia.
La madre recibe la consciencia de su maternidad desde muy pronto durante el embarazo: La criaturita que lleva en su seno se encarga de llenarla del sentimiento maternal, con todo lo placentero o no que implica, si acoge la experiencia.
El padre solo puede contemplar desde afuera cómo la madre aprende y quizás sentir «santa» envidia. Hay demasiados hombres que aún no sabemos «aprender a distancia», no importa cuánto se empeñe la madre de nuestros hijos en enseñarnos.
Si queremos ver y sentir a Jesús en nuestras vidas, hay que abrir los ojos del alma. Pensar en cada detalle vivido, ¿cómo lo habrá vivido Él?, ¿cómo lo habrá sentido María, su madre?, ¿cómo lo habría experimentado José?
El ejercicio de meditar en la sagrada familia puede no solo enriquecernos sino ayudarnos a ver el mundo con otros ojos.
2. Hay que aprender a ser humanos desde «cero»
¿Cómo es esto? No es posible saber con certeza cómo sentía Jesús, cómo pensaba o se comportaba cotidianamente mientras andaba por las arenas o los trigales de Palestina.
Ni cuando era niño y jugaba, o quizás cuando aprendía el oficio de carpintero. Es posible que haya mucha distorsión en las imágenes que nos hemos dibujado tradicionalmente no solo de Él, sino de José y María.
En eso la arrogancia del arte ha sido grande, aun cuando se tratase de artistas sinceramente creyentes. Pero hay que recordar que Jesús aprendió su humanidad a medida que crecía y maduraba.
Y eso no lo perdía de vista su madre María (Lucas 2, 19). Quienes escribieron la Carta a los Hebreos (5, 8), afirman que «sufriendo aprendió a obedecer». También nosotros debemos experimentar el dolor desde cero.
No saber y tener que aprender laboriosamente mientras crecía, es una de las más auténticas evidencias de la condición
humana. Ser de carne y hueso no es suficiente para madurar como ser humano.
«Se precisa dejarse esculpir por los demás en el trato social» (Juan de la Cruz, Avisos a un religioso para alcanzar la perfección, n. 3). ¿Nos dejamos esculpir nosotros por los demás?, ¿cuando sufrimos, perdemos o caemos, nos dejamos ayudar?
Esa es una de las razones por las que papa Francisco quiere que seamos una «Iglesia en salida», una Iglesia que lejos de pretender saber o tenerlo todo, se arriesgue a encontrar a los demás, para dejarse esculpir por los que lo rodean a imagen de Jesús.
Es decir, que en lugar de solo hablar, escuche, que en lugar de solo pedir, sirva. Muchas veces el Espíritu de Dios nos lo trae quien menos esperamos (Juan 3, 8) pero solo si salimos de nosotros mismos y abrimos nuestros oídos a los demás (Salmo 17, 1) podemos recibir la inspiración que pueden traernos.
Quienes nos rodean pueden ser mensajeros del Espíritu de Dios. ¿Te has puesto a pensar quiénes te hacen pensar en Dios?, ¿qué personas a tu al rededor te inspiran, te acercan a Él o te permiten sentirlo?
3. Debemos estar atentos para reconocer a Jesús
A Jesús se le ve, solo cuando se le mira desde la situación de aquellos que le conmovieron: Los pobres, las víctimas de injusticia, los solitarios o aislados, los hambrientos, los desnudos, los ignorados o despreciados por causa de su nombre, quienes sean tenidos por nadie (Mateo 15, 35-46).
¡Ahí está Dios, justo ahí puedes verlo y sentirlo! Los teólogos y los expertos (con las mejores intenciones), se empeñan en hacernos entender verdades o conceptos que la mayoría (que no somos teólogos), no podemos apreciar de igual forma.
Desde las meras ideas no se puede reconocer en verdad a Jesús. No todos podemos ver y sentir a Jesús de la misma manera, pero algo que no falla es ir a lo esencial, al amor, a la caridad, al servicio desinteresado.
He sido psicoterapeuta por más de 38 años y no teniendo hijos, he olvidado ya el número de ocasiones en las que sentado junto a un padre o una madre que han perdido recientemente a los suyos, he tenido que sostenerles la mano o abrazarles si la prudencia lo aconseja.
Pero guardar silencio, porque siendo tan hablador en otras circunstancias, frente a un dolor tan ajeno, no he sabido qué decir, solo me atrevo a escuchar y a orar por esa otra persona que sufre.
Así que si quieres ver y sentir a Dios, presta atención, fíjate en las personas y situaciones que te rodean. ¿Hay alguien a quien puedas ayudar?, ¿hay alguien a quien puedas consolar o abrazar?
Ahí, en medio de ese sufrimiento indescriptible, está Jesús, esperando a que lo reconozcas.