Peregrinar tiene un sentido. Un punto de partida y una meta. Y luego un camino por el que discurren mis pies, mi vida.
Son pasos marcados en la tierra, horadados en el cielo. Es mi vida como un viento que sopla en la misma dirección, o en la contraria, siguiendo a Dios por la tierra.
Siempre con un sentido que marca los pasos y me lleva a lo más hondo de mi alma. Dejando detrás huellas que no tienen por qué ser seguidas por nadie.
Importa el camino, vale la meta por la que lo dejo todo para seguir sus pasos, los de Cristo.
Y el comienzo siempre es un éxodo, un salir de mí mismo. Un atravesar la puerta de mi casa y ponerme en marcha.
Dejar atrás lo que me ata, mi seguridad, mi comodidad. Y dejarme llevar por el sueño que mueve mis pasos.
¿Qué sentido tiene salir y dejarlo todo? ¿Quién me espera al final del camino?
La valentía de salir y dejar atrás
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Convertirme en peregrino es tarea de toda una vida. Camino ligero de equipaje.
Tengoclara la meta que han de seguir mis pasos. Quiero dejar atrás el miedo escondido en algún hueco del alma. Y desvestirme de la pereza y la desidia para poder caminar.
Me quito ese ropaje lleno de capas que me pesa muy dentro y no me deja ser yo mismo.
Ser peregrino es una misión, una tarea, es toda una vida de camino. Supone salir y dejar atrás. Llevar consigo lo que el corazón ama. Y tener claro que el equipaje ha de ser ligero.
No tengo más remedio que llevar mi vida a cuestas, mi historia y mis heridas. Lo que soy y lo que sueño. Mis planes y mis deseos.
Dejar atrás la estabilidad del hogar y esa seguridad que ansío. Y salir de mí, venciendo mis miedos y reticencias. Porque el temor a perder y fracasar me paraliza a menudo.
Dejo atrás la desconfianza y la angustia al sentir que nada está en mis manos y ya nada controlo.
Buscando una presencia
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Salir es siempre el comienzo, es quizás lo más difícil, el primer paso. Porque supone abandonar seguridades y rincones cálidos en los que me permito habitar seguro.
Allí donde puedo ser yo mismo, oculto entre mis muros. Donde nadie puede entrar si no le dejo.
Peregrinar me expone a la vida, al aire y a todos los que forman parte del camino, me hago dueño de ese lugar público. Allí donde los riesgos se multiplican y sufro.
Sólo es posible dar el salto cuando hay algo que no tengo y ansío. Algo que no me pertenece porque no es mío.
Un deseo que puedo colmar sólo fuera de mí mismo. Un lugar, un encuentro, una presencia que no poseo y ansío.
Entonces la meta tiene un nombre completo que evoca un cielo sin nombre en el que me proyecto, aunque no pueda nombrarlo.
Y sé que llegando a ese lugar tendrán sentido todos mis pasos, o casi todos.
La meta, el hogar
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El peregrino se hace peregrino por necesidad, por obedecer el grito del alma. Y sé que nunca llegará a su destino final, hasta que un día sea enterrado camino al cielo.
Y ya habrá cesado así su caminar sin freno, sumido en un abrazo profundo con Dios, para siempre.
Habrá llegado a su hogar definitivo y ya no tendrá más miedo, ni lo habitarán más angustias.
Y ya no necesitará seguir peregrinando. Los deseos de su alma estarán ya quietos, colmados.
Ligero de equipaje
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Me siento peregrino cada vez que rompo la puerta y dejo atrás lo que me ata. Los muros que me esconden, las seguridades que me calman.
Llevo sobre mí ligero mi equipaje y en mi bolsillo ocultos los miedos de la vida, para que no me turben.
Y me habita un deseo inmenso de llegar a ese hogar, a mi santuario, en el que alguien me espera.
Es María la que habita esa tierra santa hacia la que peregrino. Es Ella la que despierta mis sueños, la que me promete esa paz que me falta y ese amor que necesito.
Mi Madre, al verme llegar, con dulzura me quita capa a capa todas mis pieles hasta dejarme desnudo y seguro en sus brazos de madre.
No tengo allí que esconderme, me conoce y me ama.
Por Ella, que me espera siempre sonriendo, soy capaz de subir montes imposibles y recorrer caminos que no acaban. Vencer tormentas y superar calores inhumanos.
Y al llegar allí descanso, habito y duermo. En sus manos cálidas me dejo formar, cambiar y vuelvo a nacer como un niño.
Merece la pena el esfuerzo del camino recorrido. Vale la pena sufrir y sentir a veces que me falta el aire y las fuerzas para cruzar la puerta de su casa. Quisiera llegar más rápido a ese hogar que amo sin aún poseerlo.