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La oración no se hace; se recibe. Y sin embargo, persistimos en una manera equivocada de lenguaje, la de ‘hacer oración Y aunque parece una ingenuidad perdonable, es una barrera que, en otro momento del proceso interior, impide el progreso en la oración, lo malinterpreta, lo rechaza. El ‘hacer’ tiene que pasar a ‘dejar hacer*. La más profunda forma de ‘escuchar’, es la ‘pasividad’; ‘dejar que algo nos llegue’, que nos llegue Dios… Aceptar nuestra condición de aprendices de Dios y ‘dejar de querer apoderarse de Dios para acogerlo y contemplado’.

Tarea pedagógica es crear condiciones de pobreza, de simplicidad, en que pueda revelarse el amor de Dios (Rm. 5,5). Dios está ocurriendo en nosotros. Despertar pobremente a ese acontecimiento que nos ocurre ahora, es la gracia de la oración.

Despertar a ese Acontecimiento de un Dios que vive en nosotros es la oración. Y la clave -poco entendida- es entender el propio despertar ante el rostro de Dios, es el nivel de nuestra propia ‘desapropiadón’-dice Juan de la Cruz-; despojo, pobreza, sencillez… Tal despojo afecta a toda la persona: ‘el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad’ (GS 3). Realizar la aproximación al misterio es cuestión de fe, de pedagogía adecuada y de paciencia para caminar siempre…

¡Cosa de pocos…! (Noche I, 9,9).
Es recurrente -aunque siempre válida- la anécdota:
Maestro, ¿por qué el camino de la interioridad es tan difícil?
El maestro responde: – Porque pasa por uno mismo.

Al no saber quiénes somos de verdad, -nuestra gran confusión sobre nuestra identidad- nos hace preguntamos sobre quién, o qué, o cómo ponerse en la presencia de Dios. A esto responde san Juan de la Cruz quien, paradójicamente afirma que hay que ponerse en la presencia de Dios sin cómo, sin manera ni modo (Subida II, 4,5). Hay que pasar, dice, al no saber… Entenderlo esto es un modelo especial de pobreza que, tarde o temprano, nos ha de ocurrir… Tal pobreza también ha de afectar al cuerpo de quien ora… ¡También el cuerpo tiene que entrar en esa ámbito necesario de ‘no saber’.

Entonces puede ‘padecer’ la influencia secreta del Dios que lo habita (1 Co 3,16).

¡Dios habla sin parar; sólo se oye cuando uno se detiene… Son pocos, al parecer, los que se detienen… No saben darle pobreza a su cuerpo.