Cada 4 de octubre la Iglesia universal celebra a San Francisco de Asís, el santo que se unió a Cristo en sus dolores, el hombre que se santificó en la pobreza, el santo que reconoció a Dios en la naturaleza.
Sin lugar a dudas, el Santo de Asís ha sido siempre una figura de inmensa importancia para la Iglesia, y lo sigue siendo hoy. Tan es así que el Papa Francisco decidió tomar su nombre al asumir el pontificado, con el deseo de honrar su memoria y, al mismo tiempo, como una forma de pedir su intercesión. Es el mismo Papa quien alguna vez lo llamó “hombre de armonía y de paz”.
Su estilo de vida empezó a atraer a muchos, quienes también querían acompañarle y ayudarlo en sus labores. Entonces, la idea de formar una hermandad religiosa se fue concretando hasta que, en 1210, Francisco, junto a sus amigos, viajó a Roma con el manuscrito de la futura regla en mano, en busca de la aprobación pontificia.
Y el Papa dio su aprobación. El espíritu de la regla aprobada giraba en torno a la pobreza, que sería el fundamento de la nueva orden. Pobreza que debía ser asumida con amor y expresada en la manera de vestir, los utensilios que se empleaban y, principalmente, en los actos. Para sorpresa de los incrédulos, los hermanos de Francisco reflejaban alegría y contento.
Considerándose indigno del sacerdocio pleno, llegó sólo a recibir el diaconado y quiso darle a su Orden el nombre de “Frailes menores”, con el propósito de que sus miembros fueran conscientes de su llamado a ser verdaderos siervos de todos, amantes de las cosas de Dios que se hallan en lo sencillo.
El 4 de octubre de 2013 el Papa Francisco celebró una misa en la ciudad de Asís. He aquí un fragmento de su homilía de aquel día: “San Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos… Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz”.