Juan Carlos Romero nació en Niquinohomo, lleva 18 años como sacerdote y 10 años desde que llegó a su primera parroquia, que es la parroquia de Cristo Rey. Es sacerdote diocesano, de la arquidiócesis de Managua. Se hizo mundialmente famoso por una imagen celebrando la Eucaristía en el hospital, ingresado por Covid-19. Aleteia ha querido hablar con él para conocer su historia y su situación actual.
Padre Juan Carlos, ¿qué fue lo que pasó?, ¿quién le tomó la foto que se hizo viral por todos lados? Platíqueme un poco el contexto de por qué esa imagen.
Sí. Dentro de mi amor a la Eucaristía se me hace muy difícil no estar celebrando; y, en medio de lo que estaba pasando, sentí la necesidad de celebrar la Misa, también porque durante ese momento, ese intervalo, ese lapso de tiempo de esos días bastante grave, falleció mi abuelita, falleció mi hermana y ayer falleció un primo hermano mío también.
Me sentía, pues, en la necesidad de celebrar la Misa, acompañar a mi familia y unirme también a la intención que estamos teniendo por la salud del cardenal Leopoldo Brenes, por monseñor Mata, por tantos sacerdotes que también “estamos pegados”, como decimos los nicaragüense, y por mis fieles; también lo estaba haciendo por mis fieles que están sufriendo el látigo de este virus.
Unido en el dolor a la Virgen María
¿Cuándo se contagió, cómo se contagió y cuando se enteró? ¿Cómo ha sido esa noche oscura para usted de contagiarse del covid-19?
Yo creo que la palabra “noche oscura” es clave, porque en el fondo no supe cómo me contagié; simplemente estaba con mis fieles y en mis tareas de dar clase y de hacer mis mandados de un lado para otro; pero de pronto apareció la tos, después la fiebre. Y un gran amigo mío, don Donald McGregor, me dijo: “Padre, estos síntomas no están bien; quiero que vayas a chequearte porque no estás bien”.
Ya después me fui a chequear, me dio positivo y avisé a mis superiores de que estaba dando positivo. No quise ser irresponsable de continuar así con mis fieles y dándomela de Supermán. Quise ser muy responsable y decirle a los fieles: “Estoy pegado y necesito entrar en el proceso de recuperación, en el proceso de medicación”. Y eso es lo que hoy estoy haciendo. Cuando puedo y me siento con un poco más de fuerza estoy celebrando la Misa; pero, desde luego, siempre pido autorización.
¿Cuáles fueron los síntomas de esta enfermedad? ¿Qué información nos puede dar, ya que ha padecido en carne propia este contagio? ¿Cómo se sufre?
Yo considero que hay varias cosas muy importantes. Primero, que místicamente uno tiene que unir este dolor, este sufrimiento al sufrimiento de Cristo, a los sufrimientos de la Virgen María.
Creo que fue una gracia para mí llegar, vivirlo en dos días muy especiales: uno, en el día de la Santa Cruz, la exaltación de la Santa Cruz y, dos, vivirlo el día de la Virgen Dolorosa. Fueron dos días muy plenos que los quise ofrecer místicamente a los dolores del Calvario.
Segundo, es una enfermedad en la que se hace pasar la película de tu vida, tu antes y después; es saber que estás en las manos de Dios, ante el recurso farmacéutico que muchas veces no hay; estamos en un momento bastante difícil en la cuestión del oxígeno, y los médicos se están saturando y el medicamento se está escaseando.
Y, desde luego, los síntomas: tos, fiebre, desánimo, falta de apetito, dolores de cabeza…; y eso va creciendo conforme el tiempo va pasando: los días clave son entre el 9, 10 y 11, cuando la saturación la mantienes o se te baja, y ahí es donde entra la necesidad de oxígeno, del cual ahorita estamos bastante escasos.
El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó
¿Usted en algún momento pensó en la muerte o ha estado pensando en la muerte?
Sí. No te quiero negar que una cosa es hablar de la muerte desde el púlpito. Es fácil hablar de la muerte en una clase, es fácil hablar de la muerte cuando estás en Misa; pero hablar con la muerte es otra cosa.
Hablar con la muerte es saber que hay proyectos de por medio; que hay familia: tu mamá, tu papá, tus hermanos; que hay proyectos que tienes que dejar en tu parroquia… Todo aquello que nosotros podemos ver material. Y puede haber un momento en que la muerte se te convierta en una tristeza, en un miedo, en un terror.
Yo todavía estoy viviendo la secuela de pesadillas de sueño que me están dando a pesar del avance que estoy teniendo. Pero también, en algún momento clave, uno tiene que estar muy consciente: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó”; muy conscientes de que sólo somos unos turistas en esta vida y que en un momento va a llegar el tren a su destino y tenemos que bajarnos de ese tren y tenemos que saber qué es lo que llevamos en nuestra mano, qué hicimos en nuestra vida, cuál es el sentido que vimos en ese viaje en esta vida.
Es muy importante que nosotros, poco a poco, estemos preparados; porque, si no, creo que podemos enamorarnos mucho de las cosas materiales, y enamorarnos de las cosas materiales nos puede hacer muy difícil la agonía; creo que el Señor nos dio y que el Señor nos tiene que quitar las cosas.