Cuando se vuelve común caer siempre en los mismos pecados sin un propósito de enmienda ¿Es malo?
“Soy la misma, con los mismos”, contaba mi mamá que decía una viejita al confesarse. No es que la hubiera oído, fue la viejita quien comentó que así decía, pues confesaba siempre los mismos pecados.
Es muy común caer en ciertos pecados una y otra vez, y por tanto tener que confesarlos una y otra vez. Hay quien incluso ya con pena de haberse confesado tantas veces de lo mismo, busca un nuevo confesor con el que pueda empezar de ceros, porque equivocadamente cree que el de su parroquia le lleva la cuenta. Pero no es la solución, de hecho conviene tener un confesor que nos conozca y pueda aconsejarnos. Lo que hay que hacer es preguntarnos por qué caemos una y otra vez en el mismo pecado. Es probable es que se deba a una de estas 4 razones:
No hay propósito de enmienda
Se va a la Confesión por rutina o se la considera una especie de lavandería donde se lleva ropa sabiendo que se volverá a ensuciar. Es el caso, por ej. del señor que el sábado en la noche acude al ‘table dance’ con sus amigos, se embriaga y le es infiel a su mujer. El domingo se confiesa y comulga, para que lo vean su mujer y su suegra: en la semana ni se acuerda de Dios, y el sábado vuelve a las andadas. Abusa del Sacramento y sus confesiones no son válidas porque no tiene intención de corregirse. Además comete sacrilegio por comulgar, pues sigue en pecado mortal. Está poniendo en riesgo su salvación. Debe reflexionar y proponerse de veras cambiar.
No se hace lo necesario para evitar ese pecado
Recordemos que en el acto de contrición se dice. ‘propongo firmemente alejarme de las ocasiones de pecado’ Pensemos por ejemplo en una señora cuyo pecado es contar chismes. Si realmente quiere enmendarse, tendrá que dejar de acudir a las reuniones con sus amigas chismosas, y si no le queda de otra que ir, que prepare tópicos para cambiar la conversación al instante en que alguien empiece a chismear. Y estando allí debe orar pidiendo fortaleza al Espíritu Santo para no decir nada malo de nadie, al contrario, procurar decir algo bueno de quien las otras dicen algo malo. En este caso, si cae, será involuntario, y confesarlo le ayudará a recibir de Dios la gracia que la fortalezca para superar su pecado.
Confesar sólo los síntomas.
Confesarse de hablar mal de alguien es limitarse a mencionar un síntoma. Hay que averiguar qué enfermedad del alma lo provoca, tal vez rencor o envidia, y confesarse de eso para poder sanar a fondo.
‘Genio y figura, hasta la sepultura’
Decía san Francisco de Sales que conquistaremos nuestras imperfecciones el día que nos muramos, es decir, cuando ¡ya no podamos caer en ellas! Si una persona es iracunda, se ve con frecuencia presa de la ira y tiene que confesarse de eso. En su caso, confesarse de lo mismo no muestra que carezca de propósito de enmienda, sino que está luchando por superar su defecto dominante, y se reconoce necesitada de perdón y de ayuda para superarlo. Recordemos que la Confesión no sólo nos da el perdón misericordioso de Dios, sino Su gracia, sin la cual no logramos superar nuestras miserias.
No te apenes de confesarte de lo mismo, siempre y cuando quieras y trates de enmendarte. Dios no lleva cuentas, y no se cansa nunca de perdonarte.