¿Qué es la Confirmación?
Con el Bautismo nos volvemos «nuevas criaturas». Con la Confirmación, el Espíritu nos une más fírmemente a Cristo y a la Iglesia a través de sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Sin la Confirmación, el Bautismo sigue siendo válido y eficaz, pero la iniciación cristiana se queda incompleta.
Desde la Antigua Alianza los profetas anunciaron que el Espíritu Santo sería dado al Mesías y a todo el pueblo de Israel.
Después del Bautismo en el Jordán, el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús indicaba que Él era el Mesías.
Los apóstoles recibieron el Espíritu el día de Pentecostés y desde ese momento impusieron las manos sobre los nuevos bautizados para invocar al Espíritu sobre ellos.
La Iglesia identifica este gesto como el origen del sacramento de la Confirmación. Y por eso el celebrante de la Confirmación siempre es el obispo o su delegado.
El origen
Hasta el siglo V la Confirmación se celebraba junto al Bautismo. Como la tradición de bautizar a los niños se volvió más popular, en Occidente los dos sacramentos fueron separados.
La Confirmación se movió a la edad del discernimiento, alrededor de los 12 años o más. Este sacramento se llama Confirmación, porque confirma y fortalece la gracia bautismal.
También se le llama «Crisma» del latín «chrisma» que es el aceite o ungüento perfumado que se usa en el sacramento.
El corazón del sacramento es la unción en la frente del confirmado con el aceite santo, con la imposición de las manos y el rezo de la fórmula:
Recibe el sello del Espíritu Santo que se te ha dado como don
El crisma es un aceite que cada obispo consagra para su diócesis el Jueves Santo de cada año.
En el Antiguo Testamento era usado para consagrar a los reyes, sacerdotes y profetas, pero también los escudos para la defensa del Pueblo de Dios y el Tabernáculo.
Hoy es usado en la Confirmación, en la ordenación de los obispos y también para ungir el altar y las paredes cuando se consagra una iglesia.
Soldados de Jesús
La Confirmación nos vuelve también «soldados» de Jesús: el Espíritu nos dona una fuerza especial para dar testimonio de la fe.
Esto está simbolizado en el ritual de la «bofetada», un gesto tomado de los militares: el obispo abofetea suavemente la mejilla del confirmado, enviándolo al mundo a «luchar» por la fe.
La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano una marca espiritual indeleble, por eso se recibe una sola vez en la vida.