Seleccionar página

En una casa que se estaba reformando se encontró una carta de un niño al Señor Jesús. El niño de siete años había hecho una lista de sus deseos para la Navidad: “Quisiera un misal, una casulla verde y el corazón de Jesús. Saludos – Joseph Ratzinger”. El futuro Papa sabía que lo que sale del corazón es lo más importante. Para nosotros, el Corazón de Jesús es un ejemplo.

«¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos!” Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres.»

Jesús habla con palabras fuertes. Llama a las personas que la gente consideraba la élite religiosa hipócritas (griego: hýpocritēs). Esta palabra también se utilizaba en la antigüedad para referirse a los actores. Se ponían máscaras, subían al escenario y representaban un personaje. Durante la representación, no son ellos mismos: no hay coherencia entre lo que son y lo que hacen. En la profesión de actor, esto es normal. Jesús advierte fuertemente contra tales actitudes en la vida.

«Corazón» en el lenguaje de la Escritura no hace referencia al lugar de los emociones y sentimientos, como ocurre en nuestra cultura. En la Biblia, «corazón» (leblebab) se refiere a todo el hombre interior, incluyendo su conciencia, sus sentimientos, sus pasiones y especialmente su disposición religiosa. El Catecismo dice que es «nuestro centro oculto», «el lugar de la decisión», «el lugar de la verdad donde elegimos la vida o la muerte» (CIC 2562).

Ahora bien, ¿cómo cuidamos nuestro interior para que sea puro y bueno? El modelo para nosotros es el Corazón de Jesús. «Todo don bueno y perfecto viene de lo alto», escribe Santiago. Miremos al Corazón de Jesús y pidamos fervientemente en la oración: «Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo».