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Seguro has escuchado sobre santa Teresita del Niño Jesús y su camino de infancia espiritual. Un camino que consiste en tomar la actitud de los niños pequeños y dejarse conducir por la vida abandonados en los brazos de su Padre.

Volvernos como niños frente a Dios, confiar nuestra existencia plenamente a Él, lejos de lo lúdica y divertida de la infancia, es un camino exigente. Seguir este camino responde a un llamado por el que debemos discernir.

Es un hermoso medio que tenemos a disposición para transitar este camino de santidad. Constituye el legado de amor de esta santa por Dios, su misión misma.

«Presiento —dijo entonces— que va a comenzar la misión mía, la misión de hacer amar a Dios como yo le amo… la de dar mi caminito a las almas. Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra. No es esto imposible, puesto que en el seno mismo de la visión beatífica los ángeles velan sobre nosotros.

No, no podré tomar descanso alguno hasta el fin del mundo. Pero cuando el ángel haya dicho: ya no existe el tiempo, entonces descansaré, podré gozar porque el número de los elegidos será completo».

Aquí les dejamos un pequeño vistazo a este caminito espiritual.

1. Pequeñez y debilidad

Santa Teresita, Así es como puedes imitar el camino de infancia espiritual de santa Teresita del Niño Jesús

«Mamá, no puedo. Es que soy pequeño». Cuántas veces hemos escuchado a nuestros hijos decir esto. Sin querer somos testigos de una pedagogía que nos muestra lo que significa el saberse pequeño y débil, necesitados absolutamente de sus padres.

Esta pequeñez y debilidad es de la que nos habla la santa y que constituye un verdadero camino de humildad. Como niño pequeño asombrado por un mundo tan enorme frente al que él se siente casi insignificante.

Necesitados de la grandeza y sostén de Aquel que nos dio la existencia misma. Una pequeñez que no aflige, sino que se alegra en el cuidado del Padre.

«No me aflijo —decía— al ver que soy la flaqueza misma. Al contrario, en ella me glorifico y me resigno a descubrir en mí cada día nuevas imperfecciones. Lo confieso: estas luces sobre mí nada me hacen mayor bien que si fueran luces sobre la fe».

2. Pobreza

Así como los niños que en casa de los padres saben que nada poseen, pero que aún así todo lo tienen porque lo que les basta es el amor proveedor de sus padres. Esa conciencia de saberse sin nada.

De no poseer nada propio, de entender que todo en nuestra vida es un don gratuito entregado por Dios. A esa pobreza de niño nos llama santa Teresita.

Sabiéndose pobre, poder esperarlo todo del Padre. Poder vivir sin apegos, olvidándose incluso de uno mismo. Sin ataduras a lo material, porque nada se tiene, y así poder corresponder plenamente a los mandatos de Dios.

Ser como niños que viven en el momento presente y que no necesitan nada más que la presencia vigilante de su Padre que garantiza su propia vida y seguridad.

«He notado muchas veces —escribe la santa— que Jesús no quiere darme provisiones. Me sustenta a cada instante con alimento del todo nuevo. Lo hallo en mí sin saber cómo está allí.

Creo sencillamente que es Jesús mismo oculto en el fondo de mi pobre corazón, el que obra en mí de un modo misterioso y me inspira todo lo que quiere que haga en el momento presente».

3. Confianza en Dios

Santa Teresita del Niño Jesús: infancia espiritual

Santa Teresita nos enseñaba que el amor de Dios, su misericordia y su justicia eran los fundamentos de la confianza plena. Como el niño que lo encuentra todo en el amor de su madre y en el cuidado de su padre.

Que habiendo podido cometer el más grande de los errores siempre encontrará perdón, consuelo y abrigo. Ante cualquier fracaso, encontrará esa mano que lo levante y le señale el camino, una y otra vez y otra vez.

Que frente al temor y la desolación comprenderá que el Padre está presente, aunque no lo podamos ver, que vendrá en nuestra ayuda en el momento indicado. Y que su presencia, aunque no sensible es real.

Dios entiende nuestra desesperación y tristeza y en paciencia de la espera va forjando nuestra alma para esperar confiadamente el encuentro del amor.

«Se obtiene de Dios todo cuanto de Él se espera».

4. El amor

Sin el amor de los padres la vida del hijo no existe. Sin esa sobreabundancia del amor de Dios, nosotros, pequeñas criaturas, nunca hubiéramos existido. Conocer ese amor nos hace entender que al rechazarlo nos podríamos perder para siempre.

Santa Teresita nos enseña que todo empieza en el amor y todo termina en el amor. Y, que «cuando se ama no se calcula», el amor lo da todo y no se guarda nada para sí mismo.

Sufrir por amor, gozar por amor y hacerlo todo por amor. Cada pequeña renuncia, cada pequeño sacrificio del día a día va alimentando el camino de amor a Dios. No se requieren de grandes acciones heroicas, el camino de renuncia cotidiana basta.

Este amor del que habla santa Teresita en un amor que llega al extremo de cargar sobre sus hombros el peso de las faltas de otros hasta entregar la vida misma. ¿Quién podría entregarse por amor a otro hasta dejarse la vida? Cristo y a imagen de Él y con ayuda de la gracias de Dios, tal vez nosotros.

La escena de esos niños pequeños, hermanos muy queridos. El error de uno puede ser el castigo de otro. Qué hermoso es ver cuando uno asume la carga por los dos: «Fui yo mami, ella es muy pequeña. La culpa es toda mía».

En palabras inocentes de pequeños hermanos vemos esa huella, esa semilla de grandeza alimentada por el amor mismo que puede llegar a la plenitud de la entrega.

«A la hora de mi muerte, cuando yo vea a Dios tan bueno que querrá colmarme de ternuras durante toda la eternidad y que yo nunca jamás podré ya probarle la mía con sacrificios, esto me será imposible de soportar si no he hecho yo en la tierra todo cuanto haya podido para complacerle» (Espíritu de Santa Teresita).

5. El santo abandono

Santa Teresita del Niño Jesús: infancia espiritual

El santo abandono, superior a la confianza, es entregarse a la acción divina. Otorgar el manejo absoluto de nuestra existencia a las manos de Dios.

Todas estas grandes virtudes son imposibles de alcanzar por nuestro propio mérito. Abandonarse a la acción de Dios, libre, voluntariamente y por amor. Para llegar a la grandeza necesitamos que la grandeza misma tome el control absoluto de nuestras vidas.

Para seguir el camino de la santidad, en lo grande, en lo pequeño y cotidiano, es absolutamente necesaria la gracia de Dios. Hacia allí conduce el sentirse pequeño, pobre, débil, humilde, confiado y amante de Aquel que lo da todo.

«El total abandono, esa es mi única ley. Descansar sobre su corazón, muy cerca de su rostro. ¡Ese es mi cielo!».

6. El celo

Amor intenso que consume. Amor profundo a Dios se transforma en llamas que acrisolan la propia alma que ya no puede vivir sin arder en el amor divino. Ese es el celo que tiene que ver con el cuidado, con el no poder vivir sin amar y amar cada vez más y mejor.

Lejano de los celos que nos consumen porque necesitamos gobernar y poseer a aquel de decimos amar. El celo libera, el celo se vuelve detallista, es un amor desinteresado, reverente, fiel, que nada lo espera, todo lo entrega, se propaga y  se «contagia» de ese fuego para que lo pueda consumir todo.

Ese celo del que nos habla del «gusto» de estar con Dios. De esos niños que gritan a sus amigos «ven conmigo, que aquí se está bien». Santa Teresita nos deja en este celo la tarea de conseguir almas para Cristo.

«En el corazón de la Iglesia, Madre mía, yo seré el amor… Mis hermanos trabajan por mí, y yo, pobre niñita, permanezco junto al trono real: Amo por los que combaten» (Historia de un Alma, c. XI).

7. La sencillez

La sencillez de un niño se mide en su autenticidad, por ser él mismo, sin temor de presentarse con lo poco o con lo mucho. Es algo tan bonito, tan cautivante por la pureza de su presentación. Esa sencillez sincera, que ubica la bondad con rapidez, que no se enreda ni cuestiona, que simplemente ama.

«No tengo valor —decía— para sujetarme a buscar hermosas oraciones en los libros: no sabiendo cuáles elegir, hago como los niños que no saben leer: digo sencillamente a Dios lo que quiero decirle y siempre me comprende».