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En la Biblia encontramos la palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia, inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados.

Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12, 32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10, 21 y paral.). Por otra parte, cuando Judas —frente a la mujer que ungía los pies de Jesús— pronunció la frase: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?” (Jn 12, 5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: “Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12, 8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.

La primera subraya que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.

Sin embargo, nos parece que podemos ver que Jesús piensa en la limosna material y pecuniaria a su manera. En este sentido, es elocuente el ejemplo de la viuda pobre que arrojó dos monedas al tesoro del Templo. Desde el punto de vista material es una oferta miserable en comparación con las de los ricos. Sin embargo, Cristo observa al respecto: esta pobre viuda ha dado más que a nadie. … de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (Lc 21,3-4). Jesús nota sobre todo el valor interior del don, la disponibilidad a compartir, la prontitud a dar de lo suyo.

A ese respecto san Pablo nos recuerda: Aunque repartiera todos mis bienes …. si no tengo amor, no me sirve para nada (1Co 13,3) y san Agustín observa: Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV, 5).

Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín:  “¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII, 8)

La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado en el Evangelio de Mateo (cf. Mt 25,35-40). Y los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: “La mano del pobre es el gazofilacio (Lugar donde se recogían las limosnas y el tesoro en el Templo de Jerusalén) de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe” (Sermo VIII, 4), y con San Gregorio Nacianceno: “El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres” (De pauperum amore, XI).

«Por tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la “ayuda”, con el “compartir” la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.… La “limosna” entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aún plenamente hacia Dios». (S. Giovanni Paolo II, 1979).

Ciertamente, los que piden limosna no deben hacer trampa, no pueden ser arrogantes o violentos ni siquiera verbalmente. La limosna no se puede coaccionar, sino que debe ser una obra de misericordia, inspirada por el amor al hermano. Las personas que se topan con indigentes deben recordar el significado esencial que la limosa tiene frente a Dios y, sobre todo, aprender a discernir para evitar todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle,  cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico.