Jesús esconde la clave para conocerse a uno mismo, para conocer al ser humano. Él lo sabía y ayudó a sus seguidores a descubrirlo. Una manera de tratar de conocerlo es ponerle un nombre, el que a mí más me ayude a identificarle.
Hoy me quedo pensando en esta pregunta que recorre el evangelio. ¿Quién es Jesús para mí? Me gustaría escribirlo con claridad. Jesús es mi Maestro, mi hermano, mi guía.
Quisiera hoy pensar en todo lo que Él representa en mi camino de vida. ¿Quién es?
Quiero ponerle un nombre a Jesús. Tiene que ver con mi propio nombre, resuena en mi alma.
Es el peregrino que va a mi lado. El caminante que recorre mi tierra. Es el que me espera siempre cuando regreso a casa. El que me busca cuando me alejo avergonzado.
Es Jesús el rostro ante el que me inclino. La presencia que llena mis vacíos. Va conmigo en mi soledad y sostiene mis miedos.
Conmigo construye hogares donde puedan llegar los desahuciados. Es la mirada que me retiene para que no deje de mirar su amor profundo.
Es la voz que me llama por mi nombre para que no olvide quién soy, a quién pertenezco. Al decir su nombre escucho el mío propio.
Tratando de saber quién es Jesús me acabo encontrando conmigo mismo.
Sé que navega en mi barca para que no me pierda. Y guía mis rumbos para que no me aleje de su amor que me salva.
Es Jesús el sentido de todo lo que hago. y el que me hace ver que sólo por Él, por amor a Él, estoy dispuesto a renunciar a todo.
Por Él puedo caminar mis caminos, porque su fuerza se convierte en razón de mi esperanza.
Cómo se mostró Jesús a sus amigos
Muchas veces se daría cuenta de que la gente no le entendía. Lo confundían con uno de los profetas. No tenían otros criterios para juzgar sus obras.
Eran milagros llamativos. Tenía palabras llenas de vida y sus gestos eran claros y profundos. Pero no sabían que era Dios. Simplemente veían en Él a un profeta.
Jesús no tenía motivos para entristecerse. Era normal que lo vieran así. Jesús hacía milagros y despertaba expectativas.
Él podría sacar hijos de Dios de debajo de las piedras. Tenía un poder aparentemente ilimitado. Nadie podría detenerlo. ¡Cómo no creer en su poder!
Cuando el corazón ha tocado los límites, sólo vive esperando milagros que superen lo razonable.
Un milagro que rompa mis frustraciones y me abra a una vida infinita. Es lo que el alma sueña.
Y Jesús era ese profeta que venía a denunciar y a cambiarlo todo. Eso es lo que esperaba la gente.
Los que lo veían de lejos. Los que escuchaban sus palabras desde la orilla o al pie del monte. Eran los buscadores de un sanador, de un hombre con palabras nuevas, llenas de vida.
Él es quien lanza la pregunta
Pero Jesús quiere saber algo más. Se muestra vulnerable ante los suyos y les pregunta:«Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Esta pregunta me conmueve. Necesita saber lo que piensan los más cercanos, los que lo aman con todo su corazón.
Aquellos que han compartido su mesa, su lecho, sus sueños. Los que han caminado con Él por caminos polvorientos. Los que han sufrido con Él el desprecio de algunos y la admiración de muchos.
Son los que han compartido lo cotidiano y mantienen una intimidad sagrada con el Maestro. ¿Qué piensan ellos?
Jesús necesita saber si sus primeros pasos van por buen camino. ¿Habrán comprendido algo de su misión? Tantea el alma de los suyos.
Tal vez intuye lo que piensan. Pero quiere que lo digan en voz alta. ¿Qué ven en Él?
Tú eres…
Y entonces Pedro contesta: «Tú eres el Mesías».
Esa respuesta le impresiona a Jesús. Ha descubierto lo más íntimo de su misión. Y entonces les explica lo que eso significa:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Su misión no será comprendida. Pretende aclararles lo que ahora sólo atisban con poca claridad. Él es el Mesías y el mundo no acepta al Salvador. Por eso rechazarán su mensaje.
Cerrarse a lo que no queremos
Pero Pedro no quiere oír. Él tiene muchas expectativas con Jesús. «Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo».
No puede hablar con ese lenguaje sin esperanza. No puede ser su muerte el final de todo. Él ha venido para salvar el mundo. Él está ahí para cambiar las cosas.
Pedro es un buen representante. Sabe mejor que Jesús lo que conviene decir en estos casos. Él comprende al alma humana y lo frágil que es. El mensaje de Jesús no puede ser ese.
Siempre hay personas que me dicen lo que me conviene decir. Lo que es mejor para mi imagen. Para que el poder de la Palabra se manifieste.
Sí, siempre hay miradas muy humanas que tratan de sacar el mejor rendimiento de todo.
Una práctica pastoral adecuada. Un método que funcione. Mejor tapar la cruz, no hablar de la muerte. Sólo de la vida, tapando el sufrimiento.
He tratado de esconder el dolor para que nadie sufra. Mejor no hablar de derrotas que empañen nuestras ansias de victoria. Pedro piensa como yo, con criterios humanos.
Por eso Jesús le encara: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Pedro piensa como los hombres. Yo también. Me construyo una imagen de Jesús que me salva. Una imagen positiva donde el bien siempre vence.