La hermana “Aguchita” nació en el 13 de junio de 1920 en Coracora, al sur de Perú. A los 25 años decidió ingresar a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor.
Durante muchos años vivió trabajando en zonas necesitadas de Lima y dedicando largas horas a la vida contemplativa. De tal forma encarnaba las virtudes cristianas que un sacerdote llegó a decirle: “Aguchita, tú vives con un pie en el cielo”.
Siguiendo esa vocación de amar al prójimo que vivía con intensidad cada día, Aguchita decidió trasladarse a la localidad de La Florida, en la región Junín en la selva central del Perú. Era 1988.
Allí desarrolló una admirable tarea en la defensa de los pueblos ashaninka, diezmada a principios del siglo XX por la explotación del caucho y la destrucción de su bosque, así como por la enfermedad y la esclavitud. La religiosa peruana dedicaba particularmente sus esfuerzos a la educación de los jóvenes de estos pueblos.
El martirio de Sor Aguchita
En 1990, Sendero Luminoso ingresó a La Florida y redujo a toda la población. Este grupo terrorista de extrema izquierda se caracterizaba por asesinar despiadadamente a comunidades civiles indígenas y campesinas por motivos ideológicos.
En esa ocasión, el pueblo en el que se encontraba Aguchita fue víctima de otro de sus “juicio populares”. La lista de ejecuciones de Sendero Luminoso tenía seis nombres, uno de ellos era la hermana Luisa.
Como no la encontraron a la otra religiosa, obligaron a que Sor Aguchita tomara su lugar acusándola de tomar contacto con la comunidad indígena ashaninka y ayudar a los pobres.
Allí mismo, y de rodillas, recibió cinco balazos de parte de una joven de solo 17 años. Junto a ella, otras cinco personas fueron asesinadas. Tenía 70 años.
Un año antes, Sor Aguchita escribía proféticamente a su superiora provincial, la hermana Delia:
“En cuanto a lo espiritual, estoy a punto de dar pasos gigantescos. Parece que estos serán los últimos días de mi vida. El tiempo vuela y tendré que aprovecharlo bien; de lo contrario me presentaría en la eternidad con las manos vacías. El Señor es demasiado delicado”.
La huella arqueológica de esta época permite descubrir cómo se desarrolló el crecimiento de las primeras comunidades cristianas, así como detalles de su vida cotidiana. Al inicio, «los primeros cristianos se reunían en casas particulares. Se juntaban allí donde tenían sitio, y lo más fácil era en un hogar», dice Chavarría, de tal forma que para estas comunidades «lo importante no era el lugar sagrado, sino la reunión en sí. De hecho, la misma palabra ekklesia significa reunión. El lugar de oración se empezó a considerar sagrado mucho más tarde». Un signo elocuente de esta evolución es que las primeras evidencias de altares de piedra datan del siglo IV, por lo que «antes hay que suponer que fuesen de madera».
Los primeros vestigios de lugares específicamente de oración están en Megido, en Palestina, fechados en el año 230, «con forma de casa pero con mosaicos que hacen referencia a Cristo y a la reunión», y que «reflejan el importante papel de la mujer en el cristianismo primitivo». También en Dura Europos, en Siria, «con el espacio en forma de casa y donde ya se juntaban muchas personas».
Un criterio funcional
Una vez asegurado el lugar de reunión, el principal interés de los fieles estaba puesto en la vida futura. «Lo primero que hacen los cristianos es organizar sus enterramientos –desvela Chavarría–, por lo que empiezan a reservar áreas de cementerios específicamente para ellos; ya podemos encontrar cementerios cristianos en el siglo III».
Placa de marfil de la catedral de Treveris, que representa la llegada de reliquias a una iglesia en Constantinopla. Foto cedida por Alexandra Chavarría Arnau
Tras el edicto de Milán, en el año 313, la situación empezó a cambiar. A principios del siglo IV, Eusebio de Cesarea, obispo cercano al emperador, describe con todo detalle la inauguración de una iglesia en Tiro. El modelo fue una basílica, el edificio civil típico del Imperio, un gran espacio rectangular dividido en varias naves y con un atrio delante. «Se adoptó esta estructura porque era la que permitía albergar a más gente. El criterio para construir las primeras iglesias fue simplemente funcional», afirma.
Más tarde cobró relevancia el modelo de la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, «para la que se eligió una planta central que pudiera albergar la tumba de Jesús. Luego eso fue copiado por multitud de iglesias».
Vista aérea de los mosaicos de la iglesia de Megido, en Palestina. Foto cedida por Alexandra Chavarría Arnau
Otro elemento arquitectónico clave para entender cómo vivían los cristianos su fe es el baptisterio. Hasta el siglo VI, aquel que quería ser cristiano seguía un catecumenado que terminaba en un Bautismo por inmersión en una piscina profunda con varios escalones. «El Bautismo era un momento tan importante que se construyeron baptisterios anexos a las iglesias. Se abrían solo en Pascua y otros pocos días al año. Arquitectónicamente eran un elemento vinculado a las principales iglesias, sobre todo a la catedral y a las iglesias que hoy llamaríamos parroquiales, o a algún monasterio».
En cuanto a los impulsores de las construcciones, «en la mayor parte de los casos la iniciativa la tomaban los obispos, aunque al inicio son los emperadores los que corren con la financiación y el mantenimiento». Solo más tarde, ya en el siglo VI, «hay nobles y aristócratas con medios que construyen iglesias para ser enterrados en ellas. Así se empiezan a construir templos fuera de las grandes ciudades, muchos de ellos como custodios de reliquias de mártires y de santos». Eso hizo que, sobre todo a partir del siglo VI, «las iglesias se multiplicasen en el campo y en todo tipo de asentamientos», dando pie a la estructura física sobre la que se levantaría después la cristiandad.
¡Oh María Auxiliadora, nos confiamos de nuevo, total y sinceramente a ti!
Tú que eres Virgen Poderosa, mantente cerca de cada uno de nosotros. Repite a Jesús, para nosotros, el «No tienen más vino» que dijiste a los esposos en Caná, para que Jesús pueda renovar el milagro de la salvación, repite a Jesús: «¡No tienen más vino!», «¡Tienen!». no tienen salud, no tienen serenidad, no tienen esperanza ”.
Entre nosotros hay muchos enfermos, algunos incluso graves, consuélalos, ¡oh María Auxiliadora! Entre nosotros hay muchos ancianos solitarios y tristes, consuélalos, ¡oh María Auxiliadora! Entre nosotros hay muchos adultos desanimados y cansados, apóyelos, ¡oh María Auxiliadora! ¡Tú que te has hecho cargo de cada persona, ayúdanos a cada uno de nosotros a hacernos cargo de la vida de los demás!
Oración a María Auxiliadora
Ayuda a nuestros jóvenes, especialmente a los que llenan plazas y calles, pero no logran llenar de sentido su corazón. ¡Ayuda a nuestras familias, especialmente a las que luchan por vivir la fidelidad, la unión, la armonía! Ayuda a las personas consagradas para que sean signo transparente del amor de Dios. Ayuda a los sacerdotes, para que puedan comunicar a todos la belleza de la misericordia de Dios. Ayuda a los educadores, maestros y animadores, para que sean auténtica ayuda al crecimiento. Ayuda a los gobernantes para que siempre puedan buscar el bien de la persona.
Oh María Auxiliadora, ven a nuestras casas, tú que hiciste de la casa de Juan tu hogar, según la palabra de Jesús en la cruz. Protege la vida en todas sus formas, edades y situaciones. Apoye a cada uno de nosotros a medida que nos convertimos en apóstoles entusiastas y creíbles del evangelio. Y mantén en paz, serenidad y amor, toda persona que alza la mirada hacia ti y se confía en ti.
Dios, Santísima Trinidad, es Uno y Trino. Esto significa que existen Tres Personas y una Única sustancia divina. Dios actúa de diferente forma: al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.
Es en su obrar santificador que la acción del Espíritu Santo puede ir acompañado del “aroma a santidad” que muchos místicos dicen haber percibido.
El “aroma a santidad” es la percepción mediante un signo físico de un accionar, en principio, sobrenatural. Dios se hace de alguna manera accesible a nuestros sentidos con perfumes delicados que denotan divinidad.
El primer sentido del perfume es la alegría espiritual. Una de las características de la presencia del Espíritu Santo en el alma es el gozo y la alegría como frutos del Espíritu de Dios.
El segundo sentido hace referencia al perfume como el “lenguaje del amor”, en el que cada diferente olor, tiene una significación distinta.
Un último sentido del “aroma a santidad” es manifestar la presencia de orden sobrenatural. la percepción de perfumes suavísimos manifiesta y simboliza presencias espirituales de Cristo, de María o de los santos bajo una acción misteriosa del Espíritu Santo que les llena.
Así, por ejemplo, el perfume de las rosas se asocia con la presencia de la Santísima Virgen María y el de incienso, con la presencia de nuestro Señor Jesucristo.
Otras veces, el “aroma a santidad” se manifiesta en olores asociados con algún Santo en particular. Dos ejemplos muy notorios y comunes son los de Santa Teresa de Lisieux (olor a rosas) y El Padre Pio (un suave olor a tabaco de pipa). Esto es lo que se conoce como Osmogenesia.
Siempre se debe proceder con prudencia y cautela antes de afirmar la presencia de una acción de carácter sobrenatural. Se deben descartar todas las causales naturales.
¿Puede el demonio manifestarse con fragancias delicadas? Sí, si bien es raro encontrar aromas suaves en el accionar demoníaco preternatural -suele ir acompañado de hedores nauseabundos- puede manifestarse de esta forma para engañar al alma piadosa.
¿Cómo distinguirlo? De la misma manera que las inspiraciones o revelaciones privadas. Si de lo que ella se desprende son el mayor acercamiento a Dios, Su Santa Iglesia, las Sagradas Escrituras y un impulso de santificación; podría afirmarse su carácter sobrenatural. Caso contrario, hay que rechazarlas de plano.
En la primera misa con un millar de fieles desde el comienzo de la pandemia, el Papa Francisco ha afirmado este domingo de Pentecostés que el Espíritu Santo «dice a la Iglesia que hoy es el tiempo de la consolación. Es el tiempo del gozoso anuncio del Evangelio más que de la lucha contra el paganismo», según informa Juan Vicente Boo en su crónica en ABC.
En una homilía serena y positiva, el Papa ha añadido que «el Espíritu nos pide que demos forma a su consolación. ¿Cómo? No con grandes discursos, sino haciéndonos próximos. No con palabras de circunstancias, sino con la oración y la cercanía».
Según el Santo Padre, «es el tiempo de llevar la alegría del Resucitado, no de lamentarnos por el drama de la secularización. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo, sin amoldarse a la mundanidad». En definitiva, «es el tiempo de testimoniar la misericordia más que de inculcar reglas y normas. ¡Es el tiempo del Paráclito!».
Francisco ha añadido que el Espíritu Santo consuela «especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando», y de un modo muy personal pues «solo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón». De hecho, «es la ternura misma de Dios, que no nos deja solos; porque estar con quien está solo es ya consolar».
El Papa ha subrayado que el Espíritu ayuda a vivir «en el presente, no el pasado o el futuro. El Paráclito afirma la primacía del ‘hoy’ contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado, o de concentrarnos en las incertidumbres del mañana y dejarnos obsesionar por los temores del porvenir».
Los ismos separan
Al mismo tiempo, «nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad. Si escuchamos al Espíritu no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda» pues «el Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros».
Francisco ha recordado que «no salvamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos con nuestras propias fuerzas». Ha advertido que «si en la Iglesia ponemos en primer lugar nuestros proyectos, nuestras estructuras y nuestros planes de reforma caeremos en el pragmatismo, en el eficientismo, en el horizontalismo, y no daremos fruto. Los ismos separan».
Por el contrario, ha concluido la homilía de Pentecostés, «la Iglesia se reforma con la unción de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión, con la belleza desarmante de la pobreza. ¡Pongamos a Dios en el primer lugar!».