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Las obras del señor tienen un motivo, no pierdas la fe.

Las obras del señor tienen un motivo, no pierdas la fe.

Si somos como se suele decir «católicos practicantes» hemos escuchado muchas veces este pasaje: «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16, 24-25). Sin embargo, resulta paradójico decir que Jesús nos quiere felices y alegres, cuando ser cristiano implica seguir a una persona colgada de una cruz.

¿Cómo entender esto? Suenan sensatos los reclamos de quiénes reniegan de Dios a veces nosotros mismos porque tienen a un padre, madre o familiar muy querido, que murió por este virus que azota a la humanidad. Por no mencionar las cruces que seguramente ya cargamos hace años.

La vida implica cruces

Lo primero, es entender que Dios no nos envía las cruces a nuestra vida. La vida en sí misma está teñida de dolor. Nuestra vida está repleta de momentos maravillosos, pero también, ocasiones en las que vivimos situaciones con mucho dolor. Empezando por los problemas personales, que pueden ser desde algo corporal, pasando por problemas afectivos y psicológicos, hasta problemas de índole moral o espiritual.

También están los problemas que podemos experimentar en nuestras relaciones con otras personas. Empezando por aquellos con los que vivimos bajo el mismo techo, ya sea el cónyuge, hijos o parientes cercanos, amigos íntimos o del trabajo. Así como personas que, por circunstancias totalmente inesperadas, pueden generar complicaciones severas.

Además, algunos sufrimientos son causados por una culpa personal. Así como otros, aparentemente, no tienen ninguna explicación. Ante estos problemas surge la pregunta: ¿Por qué me tocó a mí esta cruz?, ¿por qué tiene que sucederme esto a mí? Un hijo que nace con un problema genético, un familiar que tiene un episodio psiquiátrico, desastres naturales o por ejemplo, lo que estamos sufriendo todos, por culpa de este virus.

¿Por qué Dios permite que mi cruz sea tan pesada?

¿Qué quiere decir cargar la propia cruz? 4 puntos clave

En segundo lugar, efectivamente, es correcto decir que estos males son permitidos por Dios. Si no, obviamente, no existirían. Si Dios no los permitiera, no surgirían. Es una cuestión de simple lógica. Sin embargo, si Dios es tan bueno, nos creó por amor, y quiere que seamos felices… ¿por qué permite tanto sufrimiento?

El mal es un misterio. ¿Por qué? Justamente porque Dios que es bueno y amoroso, y aparentemente no debería permitir ese tipo de cosas. Parece como si algo «no encajara», no tuviera lógica. Y es que efectivamente, ¡no tiene lógica! Esas cruces, y todo el mal que existe, no debería ser una realidad. Dios no quiere nada de esto. El paraíso era un lugar hermoso, donde nuestros primeros padres vivían en plena armonía con toda la creación.

Entonces ¿cómo es posible que exista tanto mal? La respuesta típica, sería decir que es culpa de nuestro pecado. Sin embargo, prefiero responder a la pregunta desde otra perspectiva: ¡Porque Dios nos quiere libres! Es decir, al crearnos a su imagen y semejanza, nos ha dado la libertad.

La falta de lógica no está en Dios, sino en nosotros, que en vez de ser fieles a su amor, encaminando nuestra libertad hacia la felicidad, preferimos alejarnos de Él, optando por el mal. En nuestra vida podemos elegir el camino del bien o del mal. No hay un camino intermedio.

Nos dirigimos a la alegría de Dios, o a la tristeza del maligno. A la luz del bien, o a la oscuridad del mal. A la Libertad de la verdad, o a la esclavitud de la mentira. A la felicidad del amor, o a la frustración del pecado. ¡Así es la vida… así son las cosas!

¿Pero si Dios sabía lo que iba a pasar, por qué hizo las cosas así?

cruz, ¿Por qué Dios me ha dado una cruz tan pesada? 4 puntos que necesitamos entender

Es cierto que sabía que nuestros primeros padres elegirían seguir la tentación del demonio. Pero si no tuviésemos la posibilidad de optar por el mal, no seríamos libres, ni tampoco podríamos amar. El amor es posible gracias a la libertad.

Libremente decido amar a la otra persona. Dios quiere que, desde una opción libre, deseemos amarlo. No nos quiere obligar, y por eso no puede negar la posibilidad de que optemos por el mal. ¡Aunque no lo quiera!

Entonces, Dios no quiere el mal para nosotros. Pero si no lo permitiera, estaría yendo en contra de nuestra libertad y por lo tanto, en contra de lo que Él mismo creó. En otras palabras, Dios, por respetar nuestra libertad y ser consecuente con su valor, permitió la posibilidad de que eligiéramos el mal y todas sus consecuencias.

Dejó en nuestras manos la posibilidad de seguirlo o no. Sabía lo que pasaría, pero y esto es muy importante comprenderlo estuvo en nuestras manos el permanecer en el paraíso creado, y no dejarnos seducir por la tentación del mal.

¿Entonces qué podemos hacer para llevar nuestra cruz?

cruz, ¿Por qué Dios me ha dado una cruz tan pesada? 4 puntos que necesitamos entender

Adherirnos, con el uso adecuado de nuestra libertad, al plan amoroso del Padre, siguiendo las huellas de nuestro Señor. Hacer el mejor esfuerzo de nuestra parte por buscar la alegría y la felicidad, realizándonos a través del amor.

¿Y cómo vivir el amor si estamos heridos por el pecado? Siguiendo el camino que Dios Padre, rico en misericordia, nos proporcionó a través de su Hijo único, quien se sacrificó para redimirnos del pecado, a través de su muerte y resurrección. El amor de Cristo implica la cruz, pero es el camino hacia la vida eterna.

¿Qué significa cargar la cruz? Ahora, podemos entender que se trata de seguir a Cristo. Tener una relación personal de amor con Él. Su amor venció el pecado, y es mucho más poderoso que el sufrimiento. No cargamos la cruz porque queremos o nos guste sufrir. Sino porque aceptar nuestra vida con todo lo que implica, siguiendo a Jesucristo, es el camino hacia la felicidad. Ser cristiano es vivir en Cristo, seguir a Cristo.

Él es el camino para una vida llena de felicidad, para experimentar la alegría de una vida nueva. Lo seguimos con toda nuestra vida, desde las cosas que más nos gustan, hasta las que nos cuestan más y exigen mucha generosidad, haciendo de nuestra vida un sacrificio de caridad.

¡Así que ánimo! No nos olvidemos que el Señor está con nosotros, y cargamos juntos nuestra cruz.

Hombre cuenta su testimonio de como Dios lo sacó del mundo de las drogas

Hombre cuenta su testimonio de como Dios lo sacó del mundo de las drogas

Durante un episodio de Standing Together, Rob Radosti relató su testimonio de cómo Dios lo sacó de la profunda oscuridad en la que se encontraba, gracias a la oración.

En su adolescencia, Rob se volvió adicto a las drogas y al alcohol después de presenciar el divorcio de sus padres. En un intento por buscar el poder, comenzó a encontrarlo en la oscuridad profunda. Más tarde, se encontró practicando el satanismo.

Rob señaló que casi pierde la vida en innumerables ocasiones, pero Dios lo salvó y lo sacó de la oscuridad.

Así como Dios salvó a Rob de la oscuridad profunda, Dios también salvará a su familia, sin importar dónde se encuentre. Está en una misión de rescate para sus hijos, sus hermanos y sus padres.

“Una de mis cosas favoritas del Evangelio es que realmente es una misión de rescate real. No importa con lo que usted o sus hijos estén lidiando, no es nada considerando quién es Jesús y Su determinación en esta misión de rescate”, explicó.

Fue la oración de la madre de Rob la que cambió algo en el ámbito espiritual. Su oración le trajo la salvación a su hijo.

El ex adicto añadió que: “No subestimes el poder de tus oraciones. Y no subestimes el poder de tus palabras cuando profetizas vida para tus hijos, o cuando profetizas vida para tu familia», afirmó.

Por último, agregó que: «Independientemente de cómo se estén identificando en este momento, sabemos que Colosenses 3:33 dice que nuestras vidas están escondidas en Cristo. La verdad es que nos apoyamos en la Palabra de Dios por los miembros de nuestra familia», concluyó Rob.

El amor que recibimos siempre viene de Dios

El amor que recibimos siempre viene de Dios

Si hago caso a lo que Dios me pide viviré eternamente. Se lo recuerda Moisés al pueblo de Dios:

«En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: – Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria».

Sólo tengo que amar a Dios sobre todas las cosas. Es lo mismo que me dice Jesús:

«El primero es: – Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».

¿Cómo amar a Dios con todo mi ser?

Quiero amar al Señor mi Dios. Me resulta difícil amarlo, pero ¿cómo lo hago con todo mi corazón, con mi alma completa, con todo mi ser? Es decir, totalmente, sin dejar ningún espacio de mi vida en el que Él no esté.

¿Cómo se hace?

Puedo ser una persona cumplidora. Puedo mantenerme entre los límites permitidos. Puedo vivir respetando normas concretas, sin ser inmoral ni un pecador empedernido.

Pero amar al Señor con todo mi ser me resulta imposible.

Amo muchas cosas

Dios me hizo hombre, me puso entre los hombres y me dio el mundo para habitarlo, amarlo y cambiarlo. Y así lo hago.

Echo raíces en la tierra, no sólo lanzo puentes al cielo. Me encariño de la vida caduca. Amo las cosas, a las personas, a los animales, los planes y los proyectos humanos.

Me enamoro de la vida cotidiana llena de diversión y de alegría. Sueño con amores eternos desgranando los días de un amor perecedero.

Pero soy hombre, no soy ángel. Me dio un cuerpo humano con tendencia al reposo y a buscar un punto de apoyo en esta tierra en continuo movimiento.

¿Es posible entregarse totalmente?

Entonces la totalidad de la entrega no me cuadra, no me resulta, me parece una quimera. Pretender amar con un amor eterno me parece imposible.

Es como intentar rasgar las nubes para que me dejen ver el sol. Es como intentar detener la lluvia una vez ha comenzado la tormenta. O querer parar los vientos con mis manos alzadas.

Los milagros existen, es cierto, pero mi poca experiencia con lo extraordinario me ha vuelto algo incrédulo.

¿Cómo lo hará Dios para cambiarme y lograr que el todo sea algo habitual en mi entrega, en mi forma de darme? Me parece poco más que imposible.

Estoy dispuesto a amar a Dios con mi alma, con mi ser, con mis fuerzas. Eso lo tengo claro, así lo intento cada mañana.

Dios presente en mis amores

Lo que lo complica todo es hablar de la totalidad. Siempre y cuando no sea que Dios está presente en esta tierra que piso.

Presente en mis amores humanos. Presente en mis pasiones mundanas. Si así fuera todo sería posible.

Amando a mi cónyuge amo así totalmente a Dios oculto en esa carne amada. Amando mis proyectos y mi trabajo amaría en ellos al Dios oculto en mi vida diaria.

Siendo así es todo más sencillo. El todo tiene que ver entonces con el cielo y con la tierra.

No soy sólo espíritu, me pesa mi propia carne y los días se anclan en mi ser atándome a la tierra.

Hago un gran esfuerzo para soltar equipaje y caminar volando más ligero. Es lo que deseo en esta vida.

¿Amo correctamente?

Mientras sea capaz de amar todo irá fluyendo. Tal vez mi problema es que ni siquiera sé amar de la forma correcta.

Digo que sí, que amo, que quiero, que deseo, que me entrego. Pero detrás de estas palabras verdaderas se esconden engaños sutiles.

No estoy dispuesto a amar como Dios me ama a mí. No logro amar con ese amor divino que es ágape, un amor que desciende y se entrega renunciando a todo.

Un amor así implica una generosidad que a mí me falta. Amar de esa forma sólo puede ser por obra de Dios en mí.

A menudo me encuentro amando por interés. Amo para conseguir algo, para ser yo feliz.

Pero me importa menos que la persona amada sea más feliz que yo, o al menos tan feliz como yo.

Entrega incondicional

Me siento pequeño y veo que la vida no es tan maravillosa como pensaba. Y mi deseo por sobrevivir me hace ponerme a mí en el centro, no a la persona amada.

Me busco a mí y no pienso en aquel a quien amo. Ni siquiera sé amar a los hombres con todo mi ser, con toda mi alma, con todas mis fuerzas.

Si no lo consigo con aquel a quien veo y toco, ¿cómo voy a lograrlo con Dios que se me escapa en su Espíritu?

Me gustaría tener ese don del amor por el que suspiro. ¿Acaso no es mi amor un amor interesado y condicionado?

Quisiera amar de forma incondicional. Amar sin importarme cómo se comportan conmigo, cómo me tratan.

Amar sea como sea la vida de aquel a quien amo, sin tomar en cuenta sus defectos, sus caídas, sus infidelidades.

Amar desde el perdón, desde la confianza rota que sueña con ser reestablecida.

Jesús el maestro

Es tan difícil amar como Jesús me ama desde la cruz, perdonando porque no saben lo que hacen. Perdonando desde el dolor de la afrenta y la difamación.

Cuesta perdonar desde lo oculto, cuando he sido abandonado. Un amor así es un don que suplico cada mañana.

Amar así a Dios oculto en rostros humanos. Amarlo así dentro de mi alma, donde me habla y me dice que no me va a abandonar, haga yo lo que haga. Es un milagro y lo pido cada día.

El purgatorio no es una invención de la iglesia. ¡Existe!

El purgatorio no es una invención de la iglesia. ¡Existe!

En el Purgatorio se encuentran las almas que están salvadas y destinadas al Paraíso, pero que deben eliminar los últimos residuos del pecado, las llamadas «penas temporales».

Todo rastro de apego  al mal debe ser eliminado, cada imperfección del alma corregida.

Juan Pablo II

El Catecismo define así el Purgatorio:

El purgatorio es el estado de los que mueren  en amistad con Dios pero, aunque están seguros  de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza.

Muchos argumentan que Jesús nunca  habló del purgatorio.

Cierto, pero las referencias al purgatorio se encuentran en varias partes de la Biblia: los Evangelios, la primera carta de san Pablo a los Corintios, y sobre todo el segundo libro de los Macabeos.

En él se habla de oraciones y sacrificios ofrecidos por los muertos, «para que sean absueltos del pecado» y puedan entrar en la gloria de Dios.

A partir de esos pasajes la Iglesia elaboró la doctrina del Purgatorio.

La primera formulación «oficial» se remonta al Concilio de Lyon (1274) y fue confirmada por el Concilio de Florencia (1439) y el de Trento (1563).

¿Cómo se lleva a cabo la purificación de las almas?

La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura  habla de un fuego purificador.

Algunos han dicho que este fuego es Dios, cuyo Amor enciende las almas, las purifica y las sana de los residuos del pecado y las vuelve perfectas en el amor. Un fuego muy distinto al de las llamas del tormento del infierno.

A causa de este fuego las almas del purgatorio por una parte sufren mucho más que en la tierra. Por otra gozan de una alegría mucho más grande, porque su amor por Dios se vuelve cada vez más puro.

Es importante decir que las almas del purgatorio ya están salvadas y no pueden de ninguna manera cambiar su destino: no pueden «pecar» ni «merecer», sino solo purificarse para poder gozar de la visión de Dios «cara a cara».

¿Dónde está el purgatorio?

El purgatorio no está en un lugar específico y no es tampoco un lugar físico, según las categorías espacio-temporales que en el más allá no existen.

Más que un lugar, el purgatorio es un «estado» en el que el alma se encuentra después de la muerte.

Lo mismo vale para el tiempo: estamos fuera del tiempo, aunque todavía no en la eternidad.

El mismo purgatorio dejará de existir en el momento del juicio final.

El tiempo de permanencia en el purgatorio no es igual para todos sino el necesario para la purificación del alma.

Atajos

Sin embargo, hay «atajos«. Son las ayudas que vienen de quien permanece en la tierra, a través de oraciones, indulgencias y sobre todo las misas de sufragio.

Desde el principio, la Iglesia le reza a san Miguel por las almas del Purgatorio y lo llama el «ángel del Purgatorio».

San Anselmo dijo que el príncipe de las milicias celestiales es omnipotente en el Purgatorio. Y cuando el alma es purificada… será precisamente él quien la acompañará al Paraíso.