No son jóvenes de un país lejano; no, son tus hijos, son nuestros hijos.
No es extraño ver en redes sociales a jóvenes agrediendo a otros similares solo por creer que son diferentes a ellos. Lo ocurrido Teotihuacán, Estado de México, donde una jovencita de 14 años murió muy probablemente a causa de los golpes en la cabeza propinados durante una pelea con una compañera de clase, nos interpela a todos.
Una vez más, hemos contemplado, con impotencia, rabia, tristeza y desesperanza, cómo se trunca la vida de una pequeña, ante la indiferencia de sus compañeros de escuela que, lejos de detener la pelea -que a todas luces ocurría en condiciones desiguales- se burlan de la víctima e incitan a la agresora a golpearla con más saña, mientras graban con sus celulares lo que para ellos es sólo un espectáculo.
De acuerdo con el testimonio de la familia de la víctima, la jovencita habría acudido al lugar de la pelea para ver si lograba detener el bullying, que desde tiempo atrás venía sufriendo por parte de la agresora, debido al color de su piel. Pero el resultado fue muy diferente al esperado: murió por un traumatismo craneoencefálico, y su cuerpo ya descansa en el panteón local, junto con su sueño de ser enfermera.
En los últimos años, hemos sido testigos de campañas que buscan tejer acciones y evitar la discriminación, acoso, intolerancia, indiferencia, desigualdad, violencia física, psicológica o verbal en las escuelas, incluso, iniciativas de ley que han sido presentadas en su momento como modelo para otros países; sin embargo, la violencia entre niños y jóvenes sigue escalando exponencialmente.
El problema es grave y continúa deteriorándose, y es importante atender las causas de fondo que se reflejan en este conflicto entre niños: ¿de dónde obtuvo una niña tanto odio como para golpear a una compañera con una piedra en la cabeza?, ¿Dónde aprendió una chica de 14 años esas tácticas criminales?, ¿Cómo puede haber tantos jóvenes espectadores, alterados en sus emociones, con el deseo de ver correr sangre?
Este hecho evidencia un fuerte desmoronamiento del tejido social, para el que no existe una solución mágica y mucho menos soluciones violentas como las que se han planteado en redes sociales a partir del caso. Pareciera que, ante situaciones así, todos se vuelven jueces, pero nadie mira lo que ocurre al interior.
Esta tragedia nos exige a todos los actores sociales trabajar para fortalecer el elemento más importante en nuestra sociedad: la familia.
Urge inculcar en nuestros niños, desde la más tierna infancia del país en que vivas, que la vida humana es lo más valioso, el respeto al prójimo como condición sin la cual es imposible la convivencia, y acompañarlos correctamente en el desarrollo de sus emociones. Si atendemos esto tan sencillo, entonces podremos poner un alto al bullying.
“El bullying es un fenómeno de auto compensación, de auto valoración; pero no encontrándome yo, sino disminuyendo al otro para sentirme más alto. Es un aprender a mirar desde arriba hacia abajo, y mal”, nos ha dicho el Papa Francisco, y no lo hemos escuchado.
Crece el número de católicos que gustan de acudir al esoterismo para llenarse de energías o buenas vibras.
Las pirámides de Teotihuacán, Tajín o Chichen Itza y muchas más, son sin lugar a dudas un hermoso y valioso legado de nuestros antepasados; sin embargo, a lo largo del año, pocos son los turistas que las visitan, a no ser por obligación, como labor educativa o a recargarse de ‘buenas vibras’ y energías. Quienes gozan de estos sitios son generalmente los extranjeros, que hacen largos viajes sólo para conocerlos.
Durante el año estos sitios están desiertos y son el lugar ideal para la contemplación y la reflexión: el pasado se hace presente y nos cautiva. No obstante, de algunos años para acá, justo el día en que se inicia la primavera, miles de personas acuden a estos centros prehispánicos invadiéndolos irreverentemente: trepan hasta lo más alto de las pirámides para estar lo más cerca posible del sol.
Algunos turistas van a observar el efecto de la luz solar sobre las estructuras construidas con un patrón astronómico, pero estos son los menos. La mayoría son personas reunidas para un culto pagano en el cual, vestidos de blanco o con trajes supuestamente prehispánicos, se “cargan de energía” y reciben las “buenas vibras” del sol primaveral.
No faltan las danzas y la música con raros instrumentos inventados o copiados de códices y de museos, y los gurús o charlatanes que guían extrañas oraciones, hacen limpias o venden amuletos “preparados”, que desgraciadamente muchas personas compran.
Para un turista todo esto puede parecer pintoresco, interesante y digno de sacar fotos de lo que supuestamente sería una tradición conservada desde antes de la conquista.
Pero, ¿saben qué es lo triste?, que no son tradiciones verdaderas, sino supercherías inventadas hace unos cuantos años y que se han difundido en el pueblo católico, necesitado de algo sobrenatural en su vida alejada de la Iglesia.
Todos esos adoradores del sol y de la “madrecita tierra”, se supone, son católicos, que por desconocimiento de su propia religión han caído, como inocentes palomitas, en las garras de los charlatanes. Son, la mayoría, católicos practicando ritos paganos.
“El que no conoce a Dios, ante cualquier palo se hinca”; dice bien, por ahí un refrán.
Católicos neopaganos Pagano es aquél que adora a otros dioses por desconocer al único y verdadero Dios. En el mundo estamos rodeados de paganismo, en parte por la herencia pagana que subsiste en nuestra cultura de raíces indígenas, y en parte por el fenómeno de la globalización, por el cual llegan a nuestra Patria querida no sólo mercancías de otros mundos, sino también sus culturas y sus influencias buenas y malas.
Y el neopaganismo entró por la puerta grande a un Ecuador católico que sufre de una falta de evangelización grave, gravísima. Y aquí ha hecho su agosto.
El neopaganismo es una tendencia religiosa mundial que pugna por “lo natural”: no importa el nombre de Dios ni su revelación, adora a cualquier dios, a la naturaleza, al sol.
El neopaganismo ha divinizado la falsa ciencia y, en lugar de hablar de la acción de Dios en los hombres, atribuye a la naturaleza el poder mismo de Dios. Un poder ciego y caótico que se puede manipular al servicio caprichoso de los que saben hacerlo. Eso se llama magia.
No necesitamos de la magia o buenas vibras
En el plano simplemente humano no necesitamos de la magia. El hombre cuerdo sabe que “es arquitecto de su propio destino” y que le irá de acuerdo a como se porte. En el plano cristiano, por su parte, podemos decir “Si Dios está conmigo, ¿quién podrá contra mí?” o «todo lo puedo en Dios que me da la fuerza”.
Los cristianos no creemos en las “buenas vibras” ni en la “energía”; nosotros hablamos de los dones que Dios da, y los llamamos gracias. La gracia fortifica al hombre, pero no lo anula. No es una fuerza ciega que guía su destino.
Yo me niego a creer, me repugna hacerlo, que mi suerte esté fijada por unas inmensas piedras que giran en el orden divino del universo. Enormes piedras y gases materiales son, a fin de cuentas, los planetas y las estrellas. No puedo quedarme en lo maravillosos de la creatura sin llegar a Aquél que la creó.
Mi destino no está escrito en las estrellas; mi destino lo hago yo con toda mi libertad y , si lo deseo, con la ayuda de Dios . Está de por medio mi soberana libertad contra la cual Dios no quiere intervenir, como signo de respeto a la dignidad del hombre, creado a la imagen y semejanza del mismo Dios.
La superstición
La “superstición”, según el diccionario, es la propensión, causada por temor e ignorancia, a atribuir carácter sobrenatural u oculto a determinados acontecimientos.”
La superstición es un sucedáneo de la fe. Cuando la fe falla, recurrimos a las supersticiones.
La fe es un don recibido en el Bautismo y es, a la vez, una virtud que podemos cultivar en nosotros mismos. La fe es la confianza que depositamos en Dios. Creemos en su existencia, en su bondad y en su providencia, pero también creemos que el amor que tiene al hombre lo lleva a respetar su libertad y a no hacerlo títere de su designios divinos.
El cristiano no teme la magia porque no cree en ella, sino en Dios.
¿Cómo son las vejaciones demoniacas y por qué las permite Dios?
El Diablo busca destruir al hombre por ser la más hermosa creación de Dios, y lo hace de muchas maneras, una de ellas es la que se conoce como vejación demoníaca. ¿Qué es la vejación demoníaca y cómo pueden los fieles liberarse de ella?
Para entenderlo, primero pondremos un ejemplo: una mujer que, con mucho esfuerzo había logrado consolidar una tienda, comenzó a dejar de vender alcohol, pues había escuchado del sacerdote el daño que éste estaba causando en la comunidad. Y entonces, casi inmediatamente, empezó a sufrir una persecución en su familia y contra su negocio.
El problema no fue que la gente ya no le comprara, sino que empezó a sufrir un boicot que casi la llevó a la quiebra.
Al sacerdote, que fue testigo de este hecho, le quedó claro que, más que una consecuencia por haber dejado de vender bebidas embriagantes, se trataba de una vejación demoníaca, porque la mujer había renunciando a seguir poniendo las condiciones para que las familias se siguieran destruyendo.
¿Cómo detectar una vejación demoníaca?
En el ámbito de la Pastoral de Liberación, la frase vejación demoníaca se refiere a una acechanza del espíritu del mal con respecto a los fieles. Es una de las acciones extraordinarias del demonio menos graves, en el sentido de que no es tan fuerte, pero es de las más comunes.
El padre Medel, asesor del Colegio de Exorcistas de la Arquidiócesis de México, explica que las vejaciones demoniacas suelen presentarse a manera de situaciones difíciles que no son consecuencias del mal que cada persona comete, sino que son motivadas por el espíritu del mal para tentar a una personas a sentirse decepcionada de Dios y alejarse de Él, e incluso, a tener sentimientos de fracaso, depresión o angustia.
¿Por qué Dios permite la vejación?
–Nada sucede sin el permiso de Dios, incluso, la acción del demonio. Por lo tanto, Dios permite que el demonio llegue a vejar a una persona, pero es para que ésta crezca en su fe.
Diferencia entre vejación demoníaca y obsesión demoníaca Otro término utilizado por los exorcistas es la obsesión, que es una acechanza del demonio, pero mucho más fuerte que una simple vejación demoniaca, pues es duradera y muy violenta, de tal manera que a la persona le cuesta trabajo liberarse.
En ambos casos, no se requiere un exorcismo, sino de una oración de liberación que cualquier sacerdote puede hacer; sin embargo –precisa el padre– no se debe pensar que la oración de liberación es una especie de oración mágica.
“La eficacia de la oración de liberación está en la gracia; es decir, lo primero que se requiere es que la persona esté en estado de gracia, que frecuente los sacramentos de Reconciliación y Eucaristía, y que lleve una vida de oración, porque eso hace crecer en la fe del poder de Dios”.
El sacerdote advierte que la vejación demoniaca y la obsesión demoniaca la pueden sufrir tanto quienes llevan una vida de santidad –porque el demonio quiere que se pierdan– como quienes, por su conducta permisiosa, le han abierto las puertas.
Una vez liberados, el camino en ambos casos es el mismo: continuar fomentando la gracia, que es la defensa ordinaria, natural e indispensable que Dios nos dio desde nuestro Bautismo para luchar contra cualquier acechanza del espíritu del mal.