El pontífice responde a esta pregunta durante una entrevista en el documental «AMÉN, FRANCISCO RESPONDE»
Tal vez una de las preguntas que más se hacen en torno al Sumo Pontífice es cuánto dinero gana el Papa Francisco por sus funciones, tomando en cuenta las múltiples responsabilidades que tiene como máximo representante de la Iglesia católica.
¿Realmente te puedes imaginar cuánto gana el Obispo de Roma?
Si la respuesta es no, el mismo Papa Francisco se encargó de dar a conocer esa información que para muchos era una incógnita.
Durante su participación en el documental Amén, Francisco responde, producido por Disney+, el Vicario de Cristo respondió a la primera interrogante que uno de los 10 jóvenes que participaron en este ejercicio le hizo y con la que quiso conocer cuál era su salario.
“Todo es gratis en donde vivo”
“¿Usted lo tiene todo gratis?”, volvió a cuestionarle el muchacho, un tanto extrañado.
“Exacto, en donde vivo sí. Cuando tengo que hacer un gasto más caro trato de no cargarlo a la Santa Sede y de pedir a alguno que me ayude. En general el modo de vida es bastante honesto y de un empleado de medio nivel, quizá un poquito para abajo”, precisó.
Sin embargo, puntualizó el Papa Francisco durante su participación en el documental que se empezó a difundir este 5 de abril a través de Star+, “Cuando veo que hay que ayudar a alguien voy y le pido al encargado de las ayudas”.
Solo la oración puede detener cualquier cualquier acción del demonio, nos cuenta el Papa Francisco.
Francisco aseguró que el diablo siempre busca insinuarse para corromper el corazón y la mente, porque lo que más le interesa es buscar el fracaso del hombre, pero nunca tendrá una esperanza de lograrlo si se hace oración.
En una entrevista inédita que tuvo con Fabio Marchese Ragona, el periodista le señaló que de acuerdo con el testimonio de una monja poseída, el demonio manifestó su odio en contra del Obispo de Roma porque siempre habla mal de él.
“No conozco el caso personalmente y, por tanto, no puedo dar una valoración. Pero, es realmente posible que yo moleste al diablo porque intento seguir al Señor y hacer lo que dice el Evangelio. Y eso le molesta. Al mismo tiempo se alegra ciertamente cuando cometo algún pecado. Él busca el fracaso del hombre pero no tiene esperanza si hay oración”, aseguró el sucesor de san Pedro.
Durante la entrevista, que forma parte del nuevo libro de Marchese Ragona, Exorcistas contra satanás, el Papa Francisco subrayó que ciertamente, el diablo trata de atacar a todos, sin distinción, y trata de golpear especialmente a los que tienen más responsabilidad en la Iglesia o en la sociedad, y recordó que “también Jesús sufrió las tentaciones del diablo”.
“Así también el Papa es atacado por el maligno. Somos hombres y él siempre intenta atacarnos. Es doloroso, pero ante la oración no tiene esperanza. Y también es verdad, como decía san Pablo VI, que el diablo puede entrar en el templo de Dios, para sembrar la discordia y enfrentar a unos contra otros: las divisiones y los ataques son siempre obra del diablo”, aseveró el Vicario de Cristo.
¿Hay que tener miedo del diablo?
-le cuestionó al Santo Padre el autor del libro editado por Piemme, que a partir de este día se encuentra a la venta en las librerías.
“Creo que hay demonios muy peligrosos, y hablo de los demonios ‘educados’. Jesús también habla de ellos, lo leemos en el Evangelio de Lucas: dice que cuando el mal espíritu es expulsado, vaga por el desierto buscando alivio”, respondió.
“Pero”, continuó, “llega un momento en que se aburre y vuelve a ‘casa’, de donde había sido expulsado, y ve que la casa está arreglada, es hermosa, tal como era cuando él estaba dentro”.
Al ver esta situación, insistió el Papa, ese demonio “educado” va a buscar a otros demonios más malos que él, entran en la casa, educadamente, y toman posesión mientras el alma, por no cuidarse de hacer examen de conciencia, no repara en su presencia, o por tibieza espiritual los deja entrar.
“Estos son terribles. Porque te matan. Es la posesión más fea. La mundanidad espiritual cubre todas estas cosas. No hay escapatoria: el demonio o destruye de forma directa con guerras e injusticias o lo hace educadamente, de forma muy diplomática, como dice Jesús. Hace falta discernimiento”, advirtió Su Santidad.
¿El Papa Francisco ha tratado con personas poseídas?
Cuestionado sobre si alguna vez tuvo un trato directo con personas poseídas o endemoniados, el Papa Francisco recordó que cuando era arzobispo de Buenos Aires tuvo varios casos de personas que iban con él y le decían que estaban endemoniadas.
En todos los casos, indicó, las envió a consultar a dos buenos sacerdotes exorcistas, Carlos Alberto Mancuso, quien fue exorcista en la Diócesis de La Plata; y su confesor, el padre Nicolás Mihaljevic, un jesuita nacido en Croacia.
“Ambos me contaron después que de esas personas, sólo dos o tres eran realmente víctimas de posesión diabólica. Los demás sufrían de obsesión diabólica, que es una cosa muy distinta porque no tenían el diablo en el cuerpo. Hay que precisar esto”, puntualizó.
Y como pontífice, ¿ha practicado alguna vez exorcismos? – le preguntó.
“No, nunca. Si ocurriera, pediría el apoyo de un buen exorcista, como hice como Arzobispo”, concluyó el Papa Francisco.
Es deber de todo católico estar preparado para recibir la Semana Mayor con plenitud de arrepentimiento, e interceder ante Jesús por nuestras iniquidades y las del mundo.
La Semana Santa no es el recuerdo de un hecho histórico cualquiera, es la contemplación del amor de Dios que permite el sacrificio de su Hijo, el dolor de ver a Jesús crucificado, la esperanza de ver a Cristo que vuelve a la vida y el júbilo de su Resurrección.
Presentamos a continuación el trabajo de FORMED en español que nos regala 16 meditaciones sobre la Semana Mayor, solo debes registrate con tu mail personal y podrás disfrutar de los videos:
Reflexionar sobre las 7 palabras de Jesús en la Cruz durante su dolorosa agonía es una tradición de Viernes Santo que suele realizarse después del mediodía.
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
La primera de las 7 palabras de Jesús en la Cruz es para pedir perdón. Desde el dolor inenarrable de su amor, Cristo pide perdón. Su voz se eleva al Padre. ¿Acaso podía ir a otro lado? De Él venía. A Él volvía. El círculo completo de su presencia en el mundo tiene su broche en la Cruz.
Todo el camino miraba a entregarnos el perdón divino. Ahora lo suplica. Pide perdón por nosotros. El corazón no se agota. Mira al Padre y mira al hombre. Y Él, que sí sabe lo que hacemos, que sí puede experimentar el dolor del error y del fracaso humano, que capta como nadie la fractura terrible entre Dios y el hombre, la repara con un murmullo apenas perceptible. Padre, perdónanos.
Te lo imploramos desde la Cruz, a la que hemos quedado asociados por el Bautismo. La Cruz de tu misericordia, que nos selló como pertenencia de tu Hijo amado. Y como el Señor, nos atrevemos también a pedir perdón por los que a nuestro lado te ofenden. Jesús no pedía perdón por sí mismo, pues en Él no había mancha alguna. Pero pidió perdón por nosotros. Nosotros pedimos perdón por nosotros, y también nos solidarizamos con la humanidad, necesitada de redención. Nos unimos a la voz del Hijo que desde el corazón del mundo suplica: Padre, perdona a la humanidad.
“Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43)
La promesa. Después de una cadena de rechazos, que como un látigo crudelísimo laceraba su carne, una voz exangüe emite la tardía confesión de fe. “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino”.
Para la misericordia divina, nunca es demasiado tarde. Cuando todos han descartado al desgraciado, y el juicio implacable del mundo ha cumplido ya su sentencia, el pasado desaparece para no quedar más que un “hoy” que será también el futuro inagotable, la eternidad.
La sentencia del cielo es inversa. Ante la Cruz de Cristo, en la cruz de la propia responsabilidad, una plegaria humilde funde dos cruces en un abrazo redentor. Sólo se recordará el pasado en cuanto ha sido transfigurado por el amor. Las heridas contusas del pecado se convierten en nudos de luz.
El Paraíso es el único horizonte. Jesús, nuestra situación es de una oscuridad densa y sin esperanza. Acuérdate de nosotros. Acuérdate de mí. ¡Venga tu Reino, ven en tu Reino y acuérdate de mí!
“Mujer, ahí tienes a tu hijo. […] Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26-27)
Un gesto de ternura. Misericordia que no necesita justificarse. Ante la madre, nunca hace falta justificarse. Ante el discípulo amado, ante el amigo, tampoco. Dichosos los pechos que te amamantaron. Dichoso el que cumple la voluntad de Dios. La nueva familia se estrecha al pie de la Cruz, donde el dolor no se esconde, pero enjuga las lágrimas con el más delicado cariño. Quiéranse. Ya no estaré yo entre ustedes, pero en su amor perseverante me encontrarán. Cuídense mutuamente. Háganse cargo uno del otro, y a la vez de toda la Iglesia.
En su casa, la Casa se dibuja como aprecio cotidiano. La Iglesia, el cielo y la familia son lo mismo. Se lo encomiendo. No falte nunca la caricia, la sonrisa, el apoyo. Todo sufrimiento se trasciende en un solo instante en el que se cruzan las miradas, y en ellas fulgura la caridad. Nada se acaba. Todo está empezando.
“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46; Mc 15,34).
Una confesión. Dura. La más dura del Evangelio. Que nunca entenderemos ni experimentaremos como Él. Y para que no haya duda, la testimonian dos evangelistas. Habla al Padre, lanzando al infinito el dardo incomprensible del corazón desgarrado. No podemos medir el infinito. Pero sabemos que un abandono infinito le sacude el alma. ¿Cómo es posible? Porque el abismo infinito de su perdón es mayor que el equilibrio del cosmos.
Porque sólo su amor eleva exponencialmente al infinito la ofrenda de un dolor humano. De un dolor infinito. Y entonces la unidad se reconstruye sacrificando a Dios. Inmolación cuya lógica sólo vislumbramos cuando amamos. Cuando sabemos, ante el ser amado, que no escatimaríamos nada por su bien. Que busca la unidad a toda costa. La unión acontece como libertad de absoluta generosidad. El Padre no escatima a su Hijo, al Hijo amado. ¿Cuánto nos ama a nosotros, ingratos tiranos del egoísmo? Para abrirnos un espacio en el seno divino, la Trinidad se desgarra.
Misericordia absoluta. En ese silencio, en esa oscuridad, en esa noche, cabemos nosotros. La soledad de un corazón es garantía de la compañía eterna. No lo podemos entender. Escuchamos y callamos.
“Tengo sed” (Jn 19,28).
El anhelo. Anhelo acuciante. Sed. La de la cierva que busca corrientes de agua. La del místico que intuye en la noche la gracia. La del ser humano que ha visto resquebrajarse por la sequedad la tierra de sus deseos. Dios nos enseña a no rendirnos, precisamente ahí donde parecería que ya no hay nada que esperar. ¿Para qué suplicar por agua cuando se está en el precipicio de la muerte? ¿Tiene acaso sentido entonces suplicar aún? Y, sin embargo, Cristo lo hace. Y con Él, la humanidad fatigada. Que en realidad no se rinde. No se rinde nunca. Más aún, al borde del fracaso se desencadena el caudal inconmensurable a punto de estallar. Brotará de su corazón, el torrente de agua viva prometida.
El mismo Jesús deseaba que llegara la hora, la hora de la Cruz, para que su sed se convirtiera en manantial. El milagro de la misericordia ocurre entonces. Yo también tengo sed. Siempre he tenido sed. He visto aguas colosales, pero siempre me desborda su visión. Un sorbo de paz. Sólo eso suplicamos hoy. Un sorbo de paz. Y que encuentre su propio espacio en la sed inmensa del Hijo de Dios.
“Todo está cumplido” (Jn 19,30).
Amanece. Despunta el día. Sólo desde la Cruz se alcanza a ver. Es el puesto del vigía, el vigía de la humanidad. El barco aún no recibe la noticia, pero el vigilante la conoce ya. Ha triunfado el amor. La misericordia ha decretado su juicio. Nada es imposible ahora para el que ama en la verdad, para el que adora en Espíritu, para el que se signa con la Cruz. El Amén de Dios es al mismo tiempo el Amén del hombre. Se ha sellado el pacto, el pacto último. Se ha pronunciado la última palabra. Que no será la última, sino la primera. No hay un solo hilo que se haya corrido hacia el absurdo.
Misteriosamente todo se integra hacia la vida. El “hágase” del Génesis coincide con el “ven pronto” del Apocalipsis. Todo se ha cumplido. María dijo en la cúspide de la historia: “hágase en mí”. Y nosotros no dejamos de implorar: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Que lo que se ha cumplido, se cumpla también en mí. Que no quede yo fuera del cumplimiento. Que esa palabra sea también el veredicto sobre mí. Amén.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
La última de las 7 palabras de Cristo en la Cruz es también la cercanía definitiva. La entrega total, sin reserva. La palabra de confianza plena. La mayor libertad, la mayor verdad, el mayor amor, se realiza en la entrega. El Hijo se entrega. Y así nos muestra el camino. Nadie tiene amor más grande. Ser espíritu es poder entregarse. El espíritu le da sentido a la carne. Entregarse al Padre es cerrar todo ciclo posible. Es ser feliz. Ahí donde parece agonizar la esperanza, la certeza es ya visión y ofrenda. La misericordia no es vacío ni renuncia, sino donación y recreación.
Todo nace de nuevo. La vida es posible. La Cruz es paso de encomienda, es misión, es aliento fecundo. El último suspiro es el eco del primer soplido divino, el que vació sobre Adán. Se engendra al hombre nuevo. El Espíritu sopla donde quiere. Ha querido soplar aquí. Nos ha convertido en aliento de Dios. Por Él podemos alentar al mundo en su trance amargo. El vino bueno, abundante, el mejor, es escanciado en la tierra. Al Padre, origen de toda vida, vuelve el Hijo en un acto que es también humano. Nuestro Cordero Pascual ha sido inmolado. El banquete ha empezado.
Cuando se vuelve común caer siempre en los mismos pecados sin un propósito de enmienda ¿Es malo?
“Soy la misma, con los mismos”, contaba mi mamá que decía una viejita al confesarse. No es que la hubiera oído, fue la viejita quien comentó que así decía, pues confesaba siempre los mismos pecados.
Es muy común caer en ciertos pecados una y otra vez, y por tanto tener que confesarlos una y otra vez. Hay quien incluso ya con pena de haberse confesado tantas veces de lo mismo, busca un nuevo confesor con el que pueda empezar de ceros, porque equivocadamente cree que el de su parroquia le lleva la cuenta. Pero no es la solución, de hecho conviene tener un confesor que nos conozca y pueda aconsejarnos. Lo que hay que hacer es preguntarnos por qué caemos una y otra vez en el mismo pecado. Es probable es que se deba a una de estas 4 razones:
No hay propósito de enmienda
Se va a la Confesión por rutina o se la considera una especie de lavandería donde se lleva ropa sabiendo que se volverá a ensuciar. Es el caso, por ej. del señor que el sábado en la noche acude al ‘table dance’ con sus amigos, se embriaga y le es infiel a su mujer. El domingo se confiesa y comulga, para que lo vean su mujer y su suegra: en la semana ni se acuerda de Dios, y el sábado vuelve a las andadas. Abusa del Sacramento y sus confesiones no son válidas porque no tiene intención de corregirse. Además comete sacrilegio por comulgar, pues sigue en pecado mortal. Está poniendo en riesgo su salvación. Debe reflexionar y proponerse de veras cambiar.
No se hace lo necesario para evitar ese pecado
Recordemos que en el acto de contrición se dice. ‘propongo firmemente alejarme de las ocasiones de pecado’ Pensemos por ejemplo en una señora cuyo pecado es contar chismes. Si realmente quiere enmendarse, tendrá que dejar de acudir a las reuniones con sus amigas chismosas, y si no le queda de otra que ir, que prepare tópicos para cambiar la conversación al instante en que alguien empiece a chismear. Y estando allí debe orar pidiendo fortaleza al Espíritu Santo para no decir nada malo de nadie, al contrario, procurar decir algo bueno de quien las otras dicen algo malo. En este caso, si cae, será involuntario, y confesarlo le ayudará a recibir de Dios la gracia que la fortalezca para superar su pecado.
Confesar sólo los síntomas.
Confesarse de hablar mal de alguien es limitarse a mencionar un síntoma. Hay que averiguar qué enfermedad del alma lo provoca, tal vez rencor o envidia, y confesarse de eso para poder sanar a fondo.
‘Genio y figura, hasta la sepultura’
Decía san Francisco de Sales que conquistaremos nuestras imperfecciones el día que nos muramos, es decir, cuando ¡ya no podamos caer en ellas! Si una persona es iracunda, se ve con frecuencia presa de la ira y tiene que confesarse de eso. En su caso, confesarse de lo mismo no muestra que carezca de propósito de enmienda, sino que está luchando por superar su defecto dominante, y se reconoce necesitada de perdón y de ayuda para superarlo. Recordemos que la Confesión no sólo nos da el perdón misericordioso de Dios, sino Su gracia, sin la cual no logramos superar nuestras miserias.
No te apenes de confesarte de lo mismo, siempre y cuando quieras y trates de enmendarte. Dios no lleva cuentas, y no se cansa nunca de perdonarte.
Un padre exorcista nos cuenta la estrategia del maligno para destruir los matrimonios.
En los matrimonios, el ataque del demonio no está en la brujería ni en la santería, sino en la infidelidad, aseguró el padre exorcista de la Arquidiócesis de México, Andrés Esteban López Ruiz.
El padre Andrés impartió la conferencia titulada “Cuidando a tu familia: experiencias espirituales que hieren a tu familia”, organizada por la Pastoral Familiar.
La infidelidad en los matrimonios
“Muchos matrimonios que están quebrantados, que están heridos, no es tanto por la brujería o por la santería, sino porque hay un ataque espiritual a la unión de los cónyuges, un ataque espiritual que requiere nuestro consentimiento y que va ordenado específicamente a la fidelidad”, comentó el padre Andrés.
“No se trata de escandalizarnos o de ponernos en un plano de puritanismo, esto es un hecho, el primer ataque de satanás contra la familia va a ser en la fidelidad de los cónyuges, y satanás va a tratar de que una mujer sea infiel a su esposo por todos los medios, y que el hombre sea infiel a su esposa por todos los medios y va a utilizar todos los instrumentos que tiene a su mano”, insistió.
El sacerdote aseguró que el demonio es creativo y busca todos los medios para provocar el rompimiento de los matrimonios.
“Lamentablemente -agregó- muchas familias están heridas por ahí, porque hay debilidad, porque hay fragilidad”.
¿Cómo renovar la fidelidad en el matrimonio?
“Antes de hablar de las acciones extraordinarias del demonio, mis queridos hermanos, mis queridos amigos, primero que nada tú estás casado, tienes que renovar la fidelidad a tu esposa, a tu esposo, todos los días, y en tus pensamientos, tus palabras y tus obras. Tu cuerpo, tu corazón y tu alma es para tu esposa, tú se lo diste todos los días, y no es para nadie más”.
López Ruiz recordó las palabras del Evangelio “Jesús lo dice: ustedes han oído que se dijo ‘no cometerás adulterio’. Pero yo les digo que el que mire a una mujer con intención de cometer adulterio ya cometió adulterio en su corazón”.
La importancia de la mirada, pensamientos y demostraciones de afecto
“Ahí es donde usted, señor padre de familia, esposo, va a librar la mayor batalla contra satanás. En su mirada, en sus pensamientos y en sus afectos usted es de su esposa y nada más”.
“Si nosotros abrimos el espacio al demonio en la infidelidad, en el deseo y en el pensamiento, poco a poco él siempre va a pedir más. No se va a conformar con el pensamiento”, recordó.