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Aveces queremos servir a los demás pero dudamos de nuestras motivaciones. Es sencillo decir con palabras lo que estoy dispuesto a hacer, a dar, a amar. Pero luego la vida es difícil y no es sencillo beber el cáliz o ser bautizado con Jesús.

No es tan agradable correr la misma suerte que Jesús y sufrir su misma muerte.

Temo todo aquello que rodea su vida en la tierra: el olvido y el rechazo, las persecuciones y el desprecio.

Me refugio en mis deseos, porque yo quiero los primeros puestos y la fama, el éxito y los logros. Deseo vencer y no perder. Triunfar y no fracasar.

Jesús los ama y acepta con alegría su disponibilidad, quieren darlo todo porque lo aman.

Es bonito ver las cosas de esta forma. Están dispuestos a todo aunque duela el alma. Es lo que ellos quieren y yo también lo deseo.

Lo acepto con alegría aunque me quede sin esa vida que tanto amo. ¿Estoy dispuesto a dar la vida hasta el final?

He visto la vida como una carrera de obstáculos. Y he soñado con llegar al final en los primeros puestos.

Sé que estar dispuesto a perder la vida es un paso mayor, una audacia más grande.

El poder puede acabar en tiranía. Un gobierno absoluto, una forma de amar que denigra, hiere y ofende.

Mandar de esa forma es lo que me ofrece el mundo hoy. Quiere que sea poderoso, quiere que mande por encima de todos.

El servicio a los demás, el ser esclavo, es todo lo contrario a lo que deseo. Me gusta tener el poder y mandar. Que los demás hagan lo que yo deseo. Que obedezcan mis órdenes y se adapten a mis puntos de vista.

Usar bien el poder es una misión sagrada. Siempre tendré una cuota de poder. Podré decidir sobre algo, sobre alguien y tendré que hacerlo con un respeto inmenso, con una delicadeza sagrada.

Sin apegarme a lo que poseo, al poder que detento. Sin pretender quedarme siempre en el lugar que hoy habito. Sin querer retenerlo todo.

Para ello tengo que ser esclavo de Dios y siervo de los hombres.

Pero ese cambio de mirada no suele ser tan sencillo. Es necesario estar dispuesto a renunciar a todo por amor.