Con esta dolorosa y terrible pandemia hemos vivido un encierro obligado y momentos muy difíciles.
Muchos han perdido familiares, sus empleos, sus casas, sus empresas y algunos se encuentran padeciendo la enfermedad.
Aprendimos el valor de las cosas simples que parecían insignificantes o no les prestábamos atención, como la buena salud, un fuerte abrazo, un “te quiero”, o el tiempo que se nos da para vivir en la presencia amorosa de Dios, pues “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17)
También nos ha movido a la solidaridad y el emprendimiento en muchos. He visto asombrado ejemplos extraordinarios de personas solidarias con el prójimo.
Hace unos días alguien escribió en las redes sociales: “Me he quedado sin fuerzas. Ya no puedo seguir”.
Llovieron mensajes de esperanzas para animarlo y días después escribió agradeciendo tanta solidaridad humana, las oraciones por su mejoría y los gestos de bondad que lo ayudaron a salir adelante y volver a empezar con nuevos ánimos.
¿Te ha pasado alguna vez?
De pronto quedas extenuado y piensas que no puedes seguir, que no aguantas más. Sientes cansancio y temor por un futuro incierto, a lo que pueda ocurrir. Somos personas de carne y hueso, con un alma inmortal. A cualquiera le puede pasar.
Es un buen momento para “buscar ayuda”, y acudir a Dios, orar y confiar y abandonarnos en su Amor.
Yo, por lo general, cuando enfrento un problema muy serio al que no encuentro salida:
- Hago actividades que me distraigan la mente y que disfruto.
- Pienso “todo pasa, esto también pasará, con el tiempo será solo un recuerdo”.
- Me ayuda pensar en mi familia, los que me aman. No estamos solos.
- Voy a un parque y paso un rato confortable allí, donde puedo despejar la mente y apreciar la naturaleza que me recuerda el amor de Dios.
- Consulto con un sacerdote para que me dé orientación espiritual.
- Visito a Jesús en el sagrario. Le cuento todo y le pido que me ayude.
- Y rezo. Le hablo a Dios con la confianza de un hijo.
La fuerza de la Biblia y del Rosario
Me gusta mucho rezar con los salmos, cuando tengo serias dificultades, porque te impulsan a recuperar tu confianza en Dios.
Y también llevo conmigo el santo Rosario. Rezarlo me da mucha paz. Siempre salgo adelante, por la bondad de Dios, fortalecido en mi fe.
Sé porque otros lo han vivido que…
“El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confiaba en él, y me socorrió, por eso mi corazón se alegra y le canto agradecido»
Salmo 28