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«Enséñame a sufrir y a amar el sufrimiento»

«Enséñame a sufrir y a amar el sufrimiento»

En este mes de mayo, estamos invitados, con mucho amor, a contemplar las virtudes de María.  Y al contemplarlos, buscamos vivirlos en nuestra vida diaria, en este camino de vida de santidad al que estamos convocados en nuestro bautismo. 

En un momento, en el año 1934, Santa Faustina recibió la visita de la Santa Madre de Dios poco después de haber rezado así: “Madre de Dios, cuya alma estaba sumergida en un mar de amargura, mira a tu hija y enséñale sufrir y amar el sufrimiento . Fortalece mi alma, que el dolor no la rompa.  ¡Oh Madre de Gracia , enséñame a vivir con Dios! ”(D.315). 

En este momento difícil que enfrenta toda la humanidad , cada persona sabe «dónde se agarra el callo». Para algunos, el sufrimiento es haber perdido a un ser querido; para otros, es la enfermedad la que saca fuerzas y trae tanto dolor; todavía hay quienes sufren de dolor en el alma. En este último caso, Santa Faustina dijo que sería más fácil si tuviera una herida abierta.

Pero en medio de las muchas dificultades y sufrimientos de la vida, ¡debemos clamar a la Madre de Dios! Ella, cuyo corazón fue traspasado por el dolor, nos comprende y nos consuela. Nos enseña a amar incluso en el dolor y a ofrecer cada dolor por las almas que necesitan conocer a Dios. 

La presencia de Dios y de Nuestra Señora es capaz de impulsar al alma a entregarse sonriente, porque con Dios no hay miedo al sufrimiento. ¡Es bien sabido que Él nos da la fuerza y ​​el coraje para continuar el viaje! 

40 días tras la Resurrección

40 días tras la Resurrección

Es difícil separar la lectura del Evangelio de este domingo de la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, que es la que alude a los 40 días tras la Resurrección. La estrecha unidad que se da habitualmente los domingos entre la primera lectura y el Evangelio se manifiesta hoy de modo particular en una temática casi idéntica. En ambos textos se destaca el carácter de conclusión o despedida de la misión terrena del Señor, ligado al comienzo de la misión de la Iglesia, que constituye el eje del breve pasaje que tenemos ante nosotros.

El primer dato que nos aporta este texto es que Jesús se aparece de nuevo vivo ante los once. En la liturgia, los relatos de las apariciones han ocupado el centro de atención durante la octava de Pascua y los primeros domingos de este tiempo. Ahora, tras varias semanas en las que el Evangelio de san Juan abordaba diversas cuestiones sobre la vida del discípulo y su relación de conocimiento, amor y permanencia con Jesús, parece que retomamos el momento inicial de la Pascua, cerrando el ciclo de las apariciones iniciado el primer domingo. Este modo de escoger las lecturas corresponde, pues, con la estrecha unidad que hay entre Resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo. Jesús, una vez resucitado adquiere un modo de vivir real, participando plenamente de la gloria y el poder de Dios. En contraste con la humillación sufrida en su Pasión y Muerte en la cruz, el Señor es colocado en lo más alto, no en un sentido geográfico, sino real, como juez de vivos y muertos. De hecho, la ascensión a la gloria es uno de los motivos preferidos en las oraciones propias de este día, sean de la liturgia de las horas o de la Misa. El paradigma del modo orante de reconocer la gloria del Señor lo refleja aquí el salmo responsorial con su respuesta «Dios asciende entre aclamaciones; el Señor al son de trompetas». Se trata de un texto compuesto originalmente por los israelitas que llevaban el arca a Jerusalén, tras volver de la batalla, con el objetivo de expresar la asunción de la realeza por Dios. El carácter del Evangelio y de la fiesta que celebramos nos hace comprender ahora que cuanto ha sido atribuido a Dios en el Antiguo Testamento se asignará ahora a Jesucristo triunfante y victorioso sobre la muerte.

Partícipes de esta victoria

La entrada del Señor en la gloria tiene como consecuencia inmediata nuestra participación en esa victoria. Cuando el Señor afirma que «el que crea y sea bautizado se salvará», constata que la vida eterna no es algo reservado para Él mismo, sino que todos los cristianos, al haber sido incorporados a Cristo, tenemos la firme esperanza de que un día participaremos de su poder y reinado. Mientras tanto, la misión de la Iglesia es doble: en primer lugar, ir al mundo entero. Frente a la tentación de quedarnos plantados mirando al cielo, en palabras de la primera lectura, el Señor nos pide salir, desplazarnos y movernos hacia donde están las personas. Se trata de una disposición que supone implicarse en cuerpo y alma. El Señor no pide a los once dedicar algo de tiempo, sino ir al mundo entero, una tarea que, naturalmente, no conoce fin.

En segundo lugar, debemos proclamar el Evangelio. El cometido de la Iglesia no es otro que continuar los gestos y palabras que realizó el Señor. En este sentido, la Iglesia no está llamada a ser original, sino a reflejar fielmente cuanto ha sido querido por el Señor. Al mismo tiempo, la predicación del Evangelio está acompañada y confirmada por algunos signos que, adaptados a los tiempos, se siguen realizando en virtud de la autoridad conferida por Cristo a sus discípulos. Constatamos, en definitiva, que la victoria del Señor sobre la muerte no solo se concreta en el gozo y la alegría de comprobar que Jesús está vivo, sino en el mandato preciso de no dejar nunca de proclamar y llevar a cabo cuanto Él ha anunciado y realizado.

Solemnidad de la Ascensión / Evangelio: Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos». 

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Periodistas Católicos cuentan sus historias con amor fraterno

Periodistas Católicos cuentan sus historias con amor fraterno

El fotoperiodista Javier Bauluz ya tenía un Premio Pulitzer cuando en 1996 empezó a cubrir el tema de las migraciones. Entonces, el Gobierno hablaba de «la impermeabilización de la frontera en Ceuta». Se preguntó a qué se referiría aquella palabra y consideró que la mejor manera de comprobarlo era viajar hasta allí: «Me encontré con que estábamos construyendo una valla. En aquel momento, la gente pasaba caminando. No había problemas y no moría nadie».

Ir y ver allí donde nadie va, desgastar las suelas de los zapatos, encontrar a las personas y narrar sus historias, sobre todo las de los más pobres, son ideas recogidas por el Papa en su mensaje para la 55 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (que se celebra el 16 de mayo), y que se cumplen tanto en el fotoperiodista asturiano como en tantos otros profesionales. Es el caso también de José Naranjo, cuyo inicio en el mundo del periodismo coincidió con la llegada de la primera patera a Canarias –es de allí–, lo que le llevó a interesarse por las personas que llegaban. Hoy vive en Dakar (Senegal), desde donde informa a España –es una de las pocas presencias periodísticas españolas en la zona– de lo que ocurre en África.

Los dos, que han sido finalistas del Premio Arrupe a los Derechos Humanos que otorga el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas –ganó Naranjo–, representan a los profesionales valientes y comprometidos de los que habla Francisco que, incluso asumiendo riesgos, dan cuenta, por ejemplo, de «las difíciles condiciones de las minorías perseguidas en varias partes del mundo; los innumerables abusos e injusticias contra los pobres; las muchas guerras olvidadas».

Javier Bauluz lleva seis meses en Canarias documentando la crisis migratoria. Foto: Borja Suárez

Bauluz debe su apuesta por el periodismo comprometido con los derechos humanos a sus padres. Su madre le enseñó a ponerse en el lugar del otro –iba todos los días a un poblado chabolista a seis minutos de la calle principal de Oviedo a echar una mano y él la acompañó alguna vez–, y su padre, a respetar la libertad propia y la ajena.

Su última cobertura tenía que durar doce días y ya acumula seis meses. Es el tiempo que lleva en Canarias. «Están sucediendo cosas que nunca habían pasado», explica a Alfa y Omega. Cita el muelle de Arguineguín, la falta de asistencia jurídica, la imposibilidad de solicitar asilo, el bloqueo de puertos y aeropuertos… No entiende la poca presencia de medios nacionales e internacionales, salvo en los peores momentos del citado muelle: «Se sigue con la rutina, más de cifras que de historias de personas. Y hay muchas historias que contar. Nosotros no hemos parado, trabajando una media de 15 horas diarias. Aparte de lo físico, lo que más desgasta es ver tanto dolor ajeno innecesario y continuado».

Su capacidad de empatía quizás tenga que ver con que él mismo fue «inmigrante ilegal» en Londres, donde fregaba platos y limpiaba baños en hoteles, o en Francia durante la vendimia. Fue en la capital de Reino Unido donde descubrió su vocación: «Hice fotos con una cámara prestada en una manifestación en Hyde Park durante la que cargó la Policía. Tras revelar las fotos, llamé a mi madre y le dije que ya sabía lo que quería hacer. Empecé a aprender fotografía y fotoperiodismo y a meterme en líos. No lo cambiaría por nada».

El potencial de contar África

El interés de José Naranjo por África fue el resultado de la necesidad de aportar contexto y entender los porqués de la migración. Fue y vino desde Canarias hasta 2011, cuando decidió establecerse en Senegal para que los medios españoles pudieran tener unos ojos allí: «Me parecía que había potencial. África es un continente importante y que ayuda a explicar el mundo».

Se fue con una mano delante y otra detrás. De hecho, los primeros años, hasta 2015, fueron muy duros. Trabajaba por piezas, intentando colocarlas en los medios y abriendo un espacio informativo que no estaba demasiado trabajado en nuestro país. De hecho, tuvo que irse a vivir a casa de una amiga porque no podía pagar el alquiler o hacer los traslados a Mali y Guinea-Bisáu en coche o en autobús: «Fue un ejercicio de reaprender a vivir con muy poco, con dudas y también con contradicciones. Tenía 40 años y me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida».

Sin embargo, insistió, pues seguía convencido de que podía funcionar. Llegó la guerra de Mali, la crisis del ébola y las cosas comenzaron a mejorar a nivel profesional. De hecho, empezó a publicar periódicamente en el diario El País. Luego tuvo que abordar el avance del yihadismo y Boko Haram, el cambio de régimen en Gambia, la COVID-19… En total han sido 20 países, la mayoría en África occidental, en diez años.

—20 países y diez años. ¿Te ha marcado alguna historia?

—El momento en el que peor lo pasé fue en Níger, haciendo un reportaje sobre malnutrición. Estaba en un centro de recuperación nutricional y un bebé que estaba siendo reanimado falleció delante de nuestros ojos. He visto el dolor en la crisis del ébola, en la guerra de Mali… pero lo de aquel niño se me quedó grabado. Un niño es la inocencia absoluta y la falta de responsabilidad. Fue tremendo. Me hizo plantearme hasta qué punto nuestro trabajo se podía permitir el lujo de estar ahí viendo eso, y cuál debería ser nuestra actitud. Me preguntaba también para qué servía nuestra labor, porque al día siguiente iban a morir más niños.

La respuesta la podemos encontrar en el ya citado mensaje del Papa: «Sería una pérdida no solo para la información, sino para la sociedad y la democracia, si estas voces [periodistas, fotógrafos…] desaparecieran: un empobrecimiento para nuestra humanidad».