Monja muere con 10 hijos: ¡su historia es viral! La Hermana María José de la Trinidad tenía 92 años. Viuda en la década de 1980, se convirtió en monja de clausura, pasando así los últimos 30 años de su vida.
Nos enteramos de la noticia gracias al hilo de Twitter de uno de sus hijos: Mark R. Miller. Estas son sus palabras:
“Hoy una monja de 92 años murió en un monasterio carmelita en Illinois. Ella era una monja muy inusual. No cantaba muy bien. A menudo llegaba tarde con sus deberes en el convento. Dio de comer a los perros del barrio (lo cual no está permitido). Y ella también era mi madre ”.
“Solo la he visto dos veces en los últimos 33 años desde que ingresó al convento, también porque las Carmelitas son una orden contemplativa. No enseñan en la escuela y no trabajan en hospitales, ni siquiera abandonan el lugar donde viven. (…) Rezar y vivir en silencio 23 horas y media al día. (….) Cuando vas a visitarla, no puedes abrazarla ni tocarla. Estás separado por dos rejas ”.
“No soy el único hijo de la monja. Absolutamente. Soy el noveno de sus diez hijos. Tiene 28 nietos, algunos de los cuales nunca ha visto. También tiene más de una docena de bisnietos, a los que nunca ha tenido en sus brazos. (…) Puede que ya hayas adivinado que no siempre fue monja: creció en San Francisco y Oregón, asistió a escuelas en California y Nueva York. Tenía novio y se casó a los 20 ”.
Ann Russell Miller, nacida en 1928, “tenía un millón de amigos. Fumó, bebió, jugó a las cartas. Quedó embarazada durante más de 400 semanas de su vida ”. Además, durante esta vida mundana y lujosa, condujo de una manera particularmente arriesgada. El esposo de Ann, Richard Miller, murió en 1984.
La decisión de entrar en el convento
En 1987, en dos almuerzos separados, uno para sus cinco hijas y otro para sus cinco hijos, Ann anuncia su decisión. En 1989 “dejó todo lo que tenía en el mundo. Para su cumpleaños número 61, organizó una fiesta de despedida con 800 invitados en un hotel de San Francisco y voló a Chicago al día siguiente ”, escribió Mark.
Un voraz incendio destruyó hasta los cimientos a una iglesia colonial de Guatemala, pero en medio de la devastación, los feligreses descubrieron que la Eucaristía y la imagen del Sagrado Corazón de Jesús sobrevivieron a las llamas.
A raíz de la caída de un rayo el 8 de junio, la iglesia San Juan Bautista de Camotán, en Chiquimula, fue totalmente destruida. Se trataba de un templo de 295 años de antigüedad, resguardo de un importante valor histórico y artístico.
Tras cuatro horas de intenso trabajo de los bomberos, el incendio pudo ser sofocado, pero la destrucción resultó total.
Tras el desastre, el humo y los cimientos carcomidos por el fuego, solo dos cosas se salvaron de ser consumidas por las implacables llamas: las hostias consagradas en el sagrario y la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
El post dice:
“‘LA HOSTIA TIENE ALMA, LA HOSTIA TIENE VIDA, LA HOSTIA CONSAGRADA ES CRISTO, EL PAN DE VIDA’. Esto es en lo que creemos los Católicos, la Sagrada Forma no sufrió ningún daño del incendio, y su Majestad el Santísimo Sacramento fue llevado al Templo El Calvario para su adoración. La iglesia viva sigue en pie, Bendito y Alabado sea mi Jesús Sacramentado”.
“La iglesia se quemó toda, el Santísimo, gracias a Dios, no fue víctima de las llamas y se trasladó a la iglesia El Calvario de Camotán”, comenta el sacerdote.
“La imagen del Sagrado Corazón -agrega- no se quemó totalmente sino parcialmente, poco”. “Bendito y alabado sea Dios, porque no ha habido víctimas humanas”.
“El templo se quemó, pero la Iglesia está de pie. La Iglesia está fuerte, porque como dice San Pablo: ‘¿Quién nos separará del amor de Cristo?’. Nadie“, menciona el padre.
El Papa ha escrito una carta al arzobispo de Toledo y a los de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz en la que confirma que no visitará el santuario de Guadalupe durante este Año Jubilar. «No puedo acudir en persona», pero «me uno a la peregrinación espiritual de muchos fieles que no han podido cumplir su deseo de acercarse al santuario», escribe Francisco en la misiva, que responde a una carta que le mandaron los obispos a finales de mayo.
Ante este «viaje espiritual», el Pontífice propone tres actitudes «cruciales para caminar de la mano de nuestra Madre hacia la morada que nos espera». En primer lugar, habla de la conversión. «Nuestra pequeñez ante el infinito amor de Jesús, nos recuerda que debemos ponernos en camino». ¿Hacia donde? «Cada uno, en su situación, puede dirigir sus pasos al encuentro con Dios, en un sincero acto de arrepentimiento, en la confesión sacramental y en el peregrinaje físico o espiritual que nos lleva al encuentro con nuestro Salvador».
Una vez que el encuentro con Jesús se hace efectivo, «nuestros deseos más íntimos, nuestra oración encuentra desahogo a los pies de la misericordia». Se trata del abandono filial que ha señalado el Santo Padre en segundo lugar. Entonces, «confesamos a Jesús como Señor de nuestras vidas, meditamos y contemplamos como María esa presencia que no nos puede ser arrebatada».
Pero este abandono filial, ha añadido el Papa, «no puede ser una evasión, sino un compromiso con la cruz que el Maestro nos propone, mostrando su carne todavía sufriente en la del hermano».
El último punto, según ha explicado Francisco, más que una actitud es un proyecto de vida: ponerse en camino de la mano de María para llevar a Jesús al mundo. Y de la misma forma que María envolvió a Jesús en su manto y se puso en camino para salvarlo de Herods, nosotros podemos aprender «a ser mantos que envuelven la carne sufriente de Jesús en el duro camino del deiserto, sabiendo que a Quien protegemos, cuidando al pobre y restituyendo así la misericordia de la que somos deudores.
El Papa se despide, como es habitual, impartiendo su bendición apostólica y pidiendo que «no se olviden de rezar por mí».
El Papa Francisco está a punto de cerrar sus catequesis de la audiencia general sobre la oración. La de este miércoles ha sido la penúltima y la ha dedicado a la perseverancia al rezar, a la necesidad de orar constantemente, que más que una invitación es «un mandamiento que nos viene de la Sagrada Escritura».
Pero «¿cómo es posible custodiar siempre un estado de oración?», se ha preguntado el Pontífice durante su alocución. Él mismo ha reconocido que «no es fácil». En este sentido, se ha referido a los padres, «ocupados con mil cometidos»: los «hijos, el trabajo, los quehaceres de la vida familiar…».
Para lograrlo, el Santo Padre ha propuesto repetir pequeñas oraciones que, «poco a poco», se adaptan «al ritmo de la respiración y se extiende a toda la jornada: “Señor, ten piedad de mí”. “Señor, ayúdame”». Esto no es contrario «a la laboriosidad cotidiana, no entra en contradicción con las muchas pequeñas obligaciones y encuentros, si acaso es el lugar donde toda acción encuentra su sentido, su porqué y su paz».
El Papa ha señalado, incluso, que «es inhumano estar tan absortos por el trabajo como para no encontrar más el tiempo para la oración». De igual modo, «una oración que nos enajena de lo concreto de la vida se convierte en espiritualismo, o, peor, en ritualismo». En esta circularidad entre fe, vida y oración, ha concluido Francisco, «se mantiene encendido ese fuego del amor cristiano que Dios se espera de nosotros».