Ser católico es lo mejor que me ha pasado. Me siento feliz, acogido en nuestra santa Madre Iglesia. No es perfecta, pero la amo. Sé también que practicar la fe, perseverar en la oración, no me librará de las dificultades de la vida diaria, al contrario, en el camino enfrentaré situaciones de las que solo podré salir con la ayuda de Dios.
Debo confesarte que hay actitudes que nunca he comprendido, como el afán de hacer daño al prójimo. ¿En qué momento olvidamos que todos somos hermanos?
Sufrimos y no comprendemos por qué ocurre.
A mí, en lo personal me cuesta mucho entenderlo. No es primera vez que escucho a un sacerdote en su homilía decir: “Muchas personas se acercan a mí preocupadas y me dicen: padre, voy a misa todos los días, rezo el santo Rosario, me confieso, hago todo el bien que puedo y sin embargo me pasan cosas malas. ¿Por qué? “
¿Por qué les pasan cosas malas a las personas buenas?
Es una pregunta recurrente en la que muchos han reflexionado tratando de comprender y encontrar una solución. Creo que las respuestas están en las Sagradas Escrituras. Debemos leer la Biblia.
A veces se trata de la pedagogía de Dios. Te está corrigiendo para que seas compasivo, humilde, perdones a tus enemigos, y eleves la mirada al cielo. Abre tu Biblia y busquemos en Hebreos 12
“Hijo, no te pongas triste porque el Señor te corrige, no te desanimes cuando te reprenda; pues el Señor corrige al que ama y castiga al que recibe como hijo. Ustedes sufren, pero es para su bien, y Dios los trata como a hijos: ¿a qué hijo no lo corrige su padre? Si no conocieran la corrección, que ha sido la suerte de todos, serían bastardos y no hijos. Además, cuando nuestros padres según la carne nos corregían, los respetábamos. ¿No deberíamos someternos con mayor razón al Padre de los espíritus para tener vida? Nuestros padres nos corregían sin ver más allá de la vida presente, tan corta, mientras que El mira a lo que nos ayudará a alcanzar su propia santidad. Ninguna corrección nos alegra en el momento, más bien duele; pero con el tiempo, si nos dejamos instruir, traerá frutos de paz y de santidad.”
La pedagogía de Dios es muy especial y puedes reconocerla, al final del camino, cuando todo cobra sentido. Tal vez si vives en este momento una situación difícil que no comprendes, ayudarían la oración fervorosa, que te abandones en las manos amorosas de Dios y le pidas su consuelo y Misericordia. Dios que es amor, nunca te abandonará. Te lo garantizo. ¡Ánimo!
A veces nos sentimos solos, es natural, sobre todo en esta pandemia que nos obligó a encerrarnos en nuestras casas bajo una cuarentena interminable. Necesitamos compañía, sentirnos amados, abrazados.
La soledad es muy dolorosa. Es muy triste dejar a nuestros ancianos solos cuando debemos cuidarlos.
Nunca estamos solos
Recuerdo a un amigo que vivía solo en su departamento y una tarde le pregunté: “¿Nunca te sientes solo?”. Su respuesta me sorprendió: “Yo nunca estoy solo. Dios siempre está conmigo”.
Con los años, leyendo las Escrituras pude comprender su respuesta. Él tenía razón. Nunca estamos solos.
«¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas»
Josué 1, 9
«En Dios vivimos, nos movemos y existimos”.
Hechos 17
Somos nosotros los que nos alejamos
Dios siempre nos acompaña. Va con nosotros. San Agustín, en su famosa obra autobiográfica Confesiones escribió:
“Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían”.
Es lo que nos ocurre a menudo con Dios. Él está con nosotros, pero nuestro corazón se encuentra en otro lado, cerca de las apetencias del mundo, el dinero, el placer. Olvidamos nuestra alma inmortal con demasiada frecuencia por lo terrenal.
Padre fiel
Dios es un padre muy especial.
Una tarde que me encontraba en una oficina realizando unos trámites importantes, llegó un sacerdote que conocía bien.
De casualidad se colocó detrás de mí en la fila. Estaba consternado por la historia que un parroquiano le había confiado como amigo suyo y me la compartió.
Resulta que su amigo venía del hospital con los resultados de sus análisis médicos, le dieron un año de vida.
Angustiado pensó en sus hijos pequeños y su joven esposa. ¿Qué sería de ellos? Tomó el auto y se puso a dar vueltas por la ciudad sin rumbo fijo, clamando a Dios en su desesperación:
“Ayúdame Señor, no me dejes solo”.
Entonces sintió una suave brisa y escuchó una voz venida de atrás que con ternura le dijo:
“Yo estoy contigo”.
Es una historia maravillosa que no he podido olvidar. Y si un día dudas, busca en tu Biblia Isaías 41, 10 y lee:«
No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi diestra victoriosa te he sostenido.”
Jesús duerme y los discípulos, que tienen miedo, lo despiertan para que los socorra:
«Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: – ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: – ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».
Me falta fe en el poder de ese Dios que va conmigo. Parece dormido aunque va conmigo. No hace nada.
¡Cuántas veces he criticado esta aparente indiferencia de Dios! Parece que nada de lo mío le preocupa.
No se asusta con mis miedos. No soluciona mis problemas. No me socorre en mis angustias.
Duerme Jesús en mi barca y yo tengo miedo de la vida en el mar revuelto.
¿No le importan mis tormentas?
Me asusta la vida que no puede estar bajo mi control, en mis manos. Los días que traen tormentas e inquietan mi presente y mi futuro.
Ese sueño de Jesús me angustia. Quisiera que siempre estuviera atento y yo pudiera verlo y tocarlo, palpar su interés y su preocupación por mí.
Es como si pensara que no es grave lo que para mí parece tan importante. Es como esos padres que sonríen al ver los miedos de un niño.
Son miedos reales, al menos yo los siento. Y no quiero que Jesús sonría condescendiente pensando en su corazón que me preocupo en vano.
Porque es en vano, yo no puedo calmar los vientos ni apaciguar las olas. Sólo Jesús puede cuando despierta con mis gritos y ve mi desesperación. Por eso no dejo de gritarle aunque luego me llame cobarde.
Quisiera yo también dormir con confianza
Es verdad que me falta fe. No confío en mi Jesús dormido en el extremo de mi barca. Parece tan tranquilo y yo tan nervioso.
Quisiera que Él sufriera un poco con mis miedos. Pero no, permanece en paz y sereno. Duerme mientras yo sufro.
Me gustaría ser como Él en las grandes noches de mi vida. Allí cuando yo me desvelo y no concilio el sueño, me gustaría poder dormir.
Allí cuando intento controlarlo todo y sujetar la vida, quisiera confiar como un niño abandonado en las manos de su padre.
No sé confiar, tal vez porque he sido herido o han dañado mi inocencia cuando confié en los hombres y en Dios. Y me sentí defraudado y solo.
¿Cómo se puede confiar de nuevo? Creo que sólo si confío voy a ser feliz. Si creo en la bondad de las personas. Si no veo el mal escondido detrás del bien aparente.
Mi gran arma
No quiero vivir en la desconfianza sin abrir mi alma de nuevo por miedo a ser otra vez herido.
Si una vez me han abandonado, no quiero pensar que siempre va a suceder. Quiero pensar que la vida es un don que Dios me hace y creer que está Dios conmigo cada día.
No importa que parezca dormido. Él va a mi lado cuidando mi vida. Lo único que quiere es que confíe.
Es mi gran arma, la confianza en los hombres y en Él. Ese abandono de niño en las manos de su padre. Esa actitud abierta ante la vida, ante el futuro.
Sin miedo
Temo y confío. Me da miedo la vida y dejo todo en las manos de Dios. Él sabe lo que me conviene, lo que es mejor para mí.
No sirve que me aferre a una cadena por miedo a caerme, cuando es el único camino que tengo para emprender una nueva vida.
Quiere que me suelte y crea que al final del túnel, en el fondo del precipicio, están sus manos seguras dispuestas a abrazarme. Escribe Rafael Luciani:
«Las palabras que usamos al orar y dirigirnos a Dios revelan nuestra imagen de Dios. Pero también revelan la propia honestidad, sinceridad y transparencia de cómo vivimos nuestra relación con Dios y con los demás. Jesús nos enseña a discernir qué palabras, frases, actitudes son la base de nuestra oración diaria a Dios. Las palabras que Jesús usó expresan la confianza ciega en Dios. Todo es posible para Él».
Dios me está esperando
Mi oración expresa cómo es el Dios en el que creo. Me gustaría creer ciegamente en su amor. Confiar y abandonarme.
No importa morir si sé que es la única forma de resucitar. Él está esperándome para emprender el vuelo.
Lo que quiere es que viva confiando cada día en el Dios de mi vida. Lleno de confianza y gratitud. Agradecido y admirado de su poder.
Dios protege
Mi Dios es un Dios que todo lo puede, todo lo soluciona, todo lo salva. Lo alabo y admiro.
Cuida de mí como la piedra más preciosa, como el hijo más valioso. Decía el padre José Kentenich:
«Ahora nos dejamos regalar alas de águila y dejamos que, en lugar de los remos o junto a los remos, el Espíritu Santo despliegue las velas. Entonces esperamos del Espíritu Santo la gracia de caminar con Dios a través del quehacer del día y de las situaciones más difíciles».
Me gusta ese Dios que camina un paso delante de mí, despejando el camino. Me da paz en la tormenta. Descansa a mi lado seguro de que todo va a ir bien.
¿Para qué me inquieto y pierdo la paz? Confío y descanso en su voluntad que siempre es el mejor camino. Confío, nada puede salir mal si Él está conmigo.
En una casa que se estaba reformando se encontró una carta de un niño al Señor Jesús. El niño de siete años había hecho una lista de sus deseos para la Navidad: “Quisiera un misal, una casulla verde y el corazón de Jesús. Saludos – Joseph Ratzinger”. El futuro Papa sabía que lo que sale del corazón es lo más importante. Para nosotros, el Corazón de Jesús es un ejemplo.
«¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos!” Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres.»
Jesús habla con palabras fuertes. Llama a las personas que la gente consideraba la élite religiosa hipócritas (griego: hýpocritēs). Esta palabra también se utilizaba en la antigüedad para referirse a los actores. Se ponían máscaras, subían al escenario y representaban un personaje. Durante la representación, no son ellos mismos: no hay coherencia entre lo que son y lo que hacen. En la profesión de actor, esto es normal. Jesús advierte fuertemente contra tales actitudes en la vida.
«Corazón» en el lenguaje de la Escritura no hace referencia al lugar de los emociones y sentimientos, como ocurre en nuestra cultura. En la Biblia, «corazón» (leb, lebab) se refiere a todo el hombre interior, incluyendo su conciencia, sus sentimientos, sus pasiones y especialmente su disposición religiosa. El Catecismo dice que es «nuestro centro oculto», «el lugar de la decisión», «el lugar de la verdad donde elegimos la vida o la muerte» (CIC 2562).
Ahora bien, ¿cómo cuidamos nuestro interior para que sea puro y bueno? El modelo para nosotros es el Corazón de Jesús. «Todo don bueno y perfecto viene de lo alto», escribe Santiago. Miremos al Corazón de Jesús y pidamos fervientemente en la oración: «Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo».