Si somos —como se suele decir— «católicos practicantes» hemos escuchado muchas veces este pasaje: «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16, 24-25). Sin embargo, resulta paradójico decir que Jesús nos quiere felices y alegres, cuando ser cristiano implica seguir a una persona colgada de una cruz.
¿Cómo entender esto? Suenan sensatos los reclamos de quiénes reniegan de Dios —a veces nosotros mismos— porque tienen a un padre, madre o familiar muy querido, que murió por este virus que azota a la humanidad. Por no mencionar las cruces que seguramente ya cargamos hace años.
La vida implica cruces
Lo primero, es entender que Dios no nos envía las cruces a nuestra vida. La vida en sí misma está teñida de dolor. Nuestra vida está repleta de momentos maravillosos, pero también, ocasiones en las que vivimos situaciones con mucho dolor. Empezando por los problemas personales, que pueden ser desde algo corporal, pasando por problemas afectivos y psicológicos, hasta problemas de índole moral o espiritual.
También están los problemas que podemos experimentar en nuestras relaciones con otras personas. Empezando por aquellos con los que vivimos bajo el mismo techo, ya sea el cónyuge, hijos o parientes cercanos, amigos íntimos o del trabajo. Así como personas que, por circunstancias totalmente inesperadas, pueden generar complicaciones severas.
Además, algunos sufrimientos son causados por una culpa personal. Así como otros, aparentemente, no tienen ninguna explicación. Ante estos problemas surge la pregunta: ¿Por qué me tocó a mí esta cruz?, ¿por qué tiene que sucederme esto a mí? Un hijo que nace con un problema genético, un familiar que tiene un episodio psiquiátrico, desastres naturales o por ejemplo, lo que estamos sufriendo todos, por culpa de este virus.
¿Por qué Dios permite que mi cruz sea tan pesada?
En segundo lugar, efectivamente, es correcto decir que estos males son permitidos por Dios. Si no, obviamente, no existirían. Si Dios no los permitiera, no surgirían. Es una cuestión de simple lógica. Sin embargo, si Dios es tan bueno, nos creó por amor, y quiere que seamos felices… ¿por qué permite tanto sufrimiento?
El mal es un misterio. ¿Por qué? Justamente porque Dios que es bueno y amoroso, y aparentemente no debería permitir ese tipo de cosas. Parece como si algo «no encajara», no tuviera lógica. Y es que efectivamente, ¡no tiene lógica! Esas cruces, y todo el mal que existe, no debería ser una realidad. Dios no quiere nada de esto. El paraíso era un lugar hermoso, donde nuestros primeros padres vivían en plena armonía con toda la creación.
Entonces ¿cómo es posible que exista tanto mal? La respuesta típica, sería decir que es culpa de nuestro pecado. Sin embargo, prefiero responder a la pregunta desde otra perspectiva: ¡Porque Dios nos quiere libres! Es decir, al crearnos a su imagen y semejanza, nos ha dado la libertad.
La falta de lógica no está en Dios, sino en nosotros, que en vez de ser fieles a su amor, encaminando nuestra libertad hacia la felicidad, preferimos alejarnos de Él, optando por el mal. En nuestra vida podemos elegir el camino del bien o del mal. No hay un camino intermedio.
Nos dirigimos a la alegría de Dios, o a la tristeza del maligno. A la luz del bien, o a la oscuridad del mal. A la Libertad de la verdad, o a la esclavitud de la mentira. A la felicidad del amor, o a la frustración del pecado. ¡Así es la vida… así son las cosas!
¿Pero si Dios sabía lo que iba a pasar, por qué hizo las cosas así?
En segundo lugar, efectivamente, es correcto decir que estos males son permitidos por Dios. Si no, obviamente, no existirían. Si Dios no los permitiera, no surgirían. Es una cuestión de simple lógica. Sin embargo, si Dios es tan bueno, nos creó por amor, y quiere que seamos felices… ¿por qué permite tanto sufrimiento?
El mal es un misterio. ¿Por qué? Justamente porque Dios que es bueno y amoroso, y aparentemente no debería permitir ese tipo de cosas. Parece como si algo «no encajara», no tuviera lógica. Y es que efectivamente, ¡no tiene lógica! Esas cruces, y todo el mal que existe, no debería ser una realidad. Dios no quiere nada de esto. El paraíso era un lugar hermoso, donde nuestros primeros padres vivían en plena armonía con toda la creación.
Entonces ¿cómo es posible que exista tanto mal? La respuesta típica, sería decir que es culpa de nuestro pecado. Sin embargo, prefiero responder a la pregunta desde otra perspectiva: ¡Porque Dios nos quiere libres! Es decir, al crearnos a su imagen y semejanza, nos ha dado la libertad.
La falta de lógica no está en Dios, sino en nosotros, que en vez de ser fieles a su amor, encaminando nuestra libertad hacia la felicidad, preferimos alejarnos de Él, optando por el mal. En nuestra vida podemos elegir el camino del bien o del mal. No hay un camino intermedio.
Nos dirigimos a la alegría de Dios, o a la tristeza del maligno. A la luz del bien, o a la oscuridad del mal. A la Libertad de la verdad, o a la esclavitud de la mentira. A la felicidad del amor, o a la frustración del pecado. ¡Así es la vida… así son las cosas!
¿Pero si Dios sabía lo que iba a pasar, por qué hizo las cosas así?
Es cierto que sabía que nuestros primeros padres elegirían seguir la tentación del demonio. Pero si no tuviésemos la posibilidad de optar por el mal, no seríamos libres, ni tampoco podríamos amar. El amor es posible gracias a la libertad.
Libremente decido amar a la otra persona. Dios quiere que, desde una opción libre, deseemos amarlo. No nos quiere obligar, y por eso no puede negar la posibilidad de que optemos por el mal. ¡Aunque no lo quiera!
Entonces, Dios no quiere el mal para nosotros. Pero si no lo permitiera, estaría yendo en contra de nuestra libertad y por lo tanto, en contra de lo que Él mismo creó. En otras palabras, Dios, por respetar nuestra libertad y ser consecuente con su valor, permitió la posibilidad de que eligiéramos el mal y todas sus consecuencias.
Dejó en nuestras manos la posibilidad de seguirlo o no. Sabía lo que pasaría, pero —y esto es muy importante comprenderlo— estuvo en nuestras manos el permanecer en el paraíso creado, y no dejarnos seducir por la tentación del mal.
¿Entonces qué podemos hacer para llevar nuestra cruz?
Adherirnos, con el uso adecuado de nuestra libertad, al plan amoroso del Padre, siguiendo las huellas de nuestro Señor. Hacer el mejor esfuerzo de nuestra parte por buscar la alegría y la felicidad, realizándonos a través del amor.
¿Y cómo vivir el amor si estamos heridos por el pecado? Siguiendo el camino que Dios Padre, rico en misericordia, nos proporcionó a través de su Hijo único, quien se sacrificó para redimirnos del pecado, a través de su muerte y resurrección. El amor de Cristo implica la cruz, pero es el camino hacia la vida eterna.
¿Qué significa cargar la cruz? Ahora, podemos entender que se trata de seguir a Cristo. Tener una relación personal de amor con Él. Su amor venció el pecado, y es mucho más poderoso que el sufrimiento. No cargamos la cruz porque queremos o nos guste sufrir. Sino porque aceptar nuestra vida con todo lo que implica, siguiendo a Jesucristo, es el camino hacia la felicidad. Ser cristiano es vivir en Cristo, seguir a Cristo.
Él es el camino para una vida llena de felicidad, para experimentar la alegría de una vida nueva. Lo seguimos con toda nuestra vida, desde las cosas que más nos gustan, hasta las que nos cuestan más y exigen mucha generosidad, haciendo de nuestra vida un sacrificio de caridad.
Quedarse viuda es una situación casi siempre dolorosa y difícil de llevar, tanto física como psíquicamente. Podemos acudir a la Sagrada Escritura para encontrar textos que ayuden a vivir el duelo y a confiar con esperanza en que Dios no abandona nunca a ninguno de sus hijos, mucho menos a quien queda herido.
En el pueblo de Israel, antes de la llegada de Jesucristo, una mujer que quedaba viuda pasaba a estar desamparada y sin recursos, como los huérfanos. Ante esa situación, Dios hizo a lo largo del Antiguo Testamento manifestaciones de cercanía con las mujeres que habían perdido al marido. Allí hay 55 citas que revelan la ternura, la empatía y la solidaridad de Dios con cada mujer que llora la ausencia del esposo.
Más tarde, en el Nuevo Testamento Jesús dará cumplimiento más pleno a ese amor, con su propia vida: las parábolas de la ofrenda de la viuda o la viuda que importuna al juez, el milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naím…
A continuación, puedes leer 12 citas del Antiguo Testamento sobre las viudas:
«No harás daño a la viuda»
«No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor.» (Ex 22, 21)
«Porque el Señor, su Dios, es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, valeroso y temible, que no hace acepción de personas ni se deja sobornar. Él hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento.» (Deut 10, 18)
«Entonces vendrá a comer el levita, ya que él no tiene posesión ni herencia contigo; y lo mismo harán el extranjero, el huérfano y la viuda que están en tus ciudades, hasta quedar saciados. Así el Señor te bendecirá en todas tus empresas.» (Deut 14, 29)
«Cuando recojas la cosecha en tu campo, si olvidas en él una gavilla, no vuelvas a buscarla. Será para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que el Señor, tu Dios, te bendiga en todas tus empresas.
Cuando sacudas tus olivos, no revises después las ramas. El resto será para el extranjero, el huérfano y la viuda.
Cuando recojas los racimos de tu viña, no vuelvas a buscar lo que haya quedado. Eso será para el extranjero, el huérfano y la viuda.
Acuérdate siempre que fuiste esclavo en Egipto, Por eso te ordeno obrar de esta manera.»(Deut 24, 17-22)
«Maldito sea el que menosprecia a su padre o a su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el que desplaza los límites de la propiedad de su vecino. Y todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el que aparta a un ciego del camino. Y todo el pueblo responderá: Amén. Maldito sea el que conculca el derecho del extranjero, del huérfano o de la viuda. Y todo el pueblo responderá. Amén.» (Deut 27, 16-19) La resurrección del hijo de la viuda «La resurrección del hijo de la viuda. Después que sucedió esto, el hijo de la dueña de casa cayó enfermo, y su enfermedad se agravó tanto que no quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi hijo!». «Dame a tu hijo», respondió Elías. Luego lo tomó del regazo de su madre, lo subió a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho. Él invocó al Señor, diciendo: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su hijo?». Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y dijo: «¡Señor, Dios mío, que vuelve la vida a este niño!». El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió. Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre, Luego dijo: «Mira, tu hijo vive». La mujer dijo entonces a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca».» (1 Rey 17) Eliseo y el aceite de la viuda «El aceite de la viuda La mujer de uno de la comunidad de profetas imploró a Eliseo, diciendo: «Tu servidor, mi marido, ha muerto, y tú sabes que era un hombre temeroso del Señor. Pero ahora ha venido un acreedor para llevarse a mis dos hijos como esclavos». Eliseo le dijo: «¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en tu casa». Ella le respondió: «Tu servidora no tiene en su casa nada más que un frasco de aceite». Eliseo le dijo: «Ve y pide prestados a todos tus vecinos unos recipientes vacíos; cuántos más sean, mejor. Luego entra y enciérrate con tus hijos; echa el aceite en todos esos recipientes, y cuando estén llenos, colócalos aparte». Ella se fue y se encerró con sus hijos; estos le presentaban los recipientes, y ella los iba llenando. Cuando todos estuvieron llenos, ella dijo a su hijo: «Alcánzame otro recipiente». Pero él respondió: «Ya no quedan más». Entonces dejó de correr el aceite. Ella fue a informar al hombre de Dios, y este le dijo: «Ve a vender el aceite y paga la deuda; después, tú y tus hijos podrán vivir con el resto».» (2 Rey, 4) «Defiendan a la viuda» «¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! (Is 1, 17) «Así habla el Señor de los ejércitos: Hagan justicia de verdad, practiquen mutuamente la fidelidad y la misericordia. No opriman a la viuda ni al huérfano, al extranjero ni al pobre, y no piensen en hacerse mal unos a otros.» (Zac 7, 10) Él mantiene su fidelidad para siempre «El mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados.» (Sal 146, 6-9) «El Señor derriba la casa de los soberbios, pero mantiene en pie los linderos de la viuda.»(Prov 15, 25) «Porque el Señor es juez y no hace distinción de personas: no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja.» (Ecli 35, 12, 14)
Como cristianos, entendemos que el carácter de Dios se encuentra entre muchos rasgos. Dios es la razón por la que entendemos y sabemos amar. Si la naturaleza de Dios es totalmente buena, entonces, naturalmente, todo lo que Él crea también es bueno.
Esa es la conclusión lógica. Y como David expresó poéticamente, la Tierra y toda la humanidad pertenecen a Dios. Sin embargo, aunque pertenecemos a Dios, hay maldad en el mundo. Pero, ¿por qué permitiría Dios el mal?
La razón es el pecado. En todo el mundo existen personas que cometen robos, asesinatos, violaciones, entre otros actos nocivos. Este tipo de personas existen, han existido y continuarán mientras exista la humanidad. Son la razón por la que entendemos que el mal existe en el mundo.
Aún así, la pregunta permanece. ¿Por qué Dios permite el mal? Entendemos que Dios es todopoderoso y omnipotente. Por lo tanto, podría eliminar el mal en el mundo, pero no lo hace.
La respuesta al por qué reside en el primer libro de la Biblia, donde Dios creó al primer hombre y a la primera mujer. Allí, en el libro del Génesis, el primer hombre y la primera mujer tomaron una decisión que trajo el mal al mundo a través de lo que llamamos pecado.
¿Por qué permite Dios el mal?
Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo para vencer el mal o el pecado que habita dentro de nosotros o de alguien más. Sin embargo, el pecado seguirá siendo parte de la vida de todos.
Esto no significa que se deba ignorar el pecado. La Escritura nos advierte que seamos conformados a la imagen de Cristo tanto como sea posible mientras estemos vivos.
Sin embargo, ¿por qué el mal debe seguir existiendo y persistiendo? Otra forma de hacer esta pregunta es por qué Dios permite el sufrimiento, que es el subproducto de cada acto pecaminoso / malvado. Dios nos ha dado libre albedrío.
Una forma de entender el libre albedrío es la capacidad de tomar una decisión sin ser obligado por una fuerza externa. Podemos elegir seguir a Dios o no.
Dios no fuerza un cambio en sus corazones o mentes porque nos ha bendecido con libre albedrío. Adán y Eva fueron los primeros humanos en mostrar el poder del libre albedrío. Dios les dio un mandamiento: no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pro igual lo hicieron. Cometieron un acto de maldad, pecaron y sufrieron las consecuencias.
¿Qué dice la Biblia sobre el mal?
Una forma de entender lo que la Biblia llama maldad es equiparar el mal con la palabra pecado. Jesús definió el pecado como: “Así que es pecado conocer el bien y no hacerlo”, (Santiago 4:17).
Hoy mantenemos esa misma definición. Al definir la palabra maldad usamos definiciones que incluyen «moralmente incorrecto» o «malo». Para que una acción sea moralmente incorrecta, alguien tendría que comprender la moralidad, tener un sentido del bien y del mal. Con estas dos definiciones, podemos concluir que la maldad es pecado y el pecado es maldad.
Además de las palabras de Jesús, la Biblia da un mayor contexto a lo que Dios califica como malvado. El Libro de Levítico es un gran ejemplo de cómo Dios establece expectativas para sus seguidores sobre cómo quiere que se comporten. Dios usa los términos “detestable” o “perversión” en lugar de maldad, pero aún significan lo mismo.
¿Puede Dios evitar que suceda el mal en este mundo caído?
Dios puede restaurarnos y sanarnos después de que ocurra el mal. También puede evitar que suceda el mal. Dios protegió a varios de sus creyentes de cualquier daño, como David de su hijo Absalón, y ofreció alguna protección a Job de los planes de Satanás.
No está claro cómo Dios discierne entre lo que quiere que suceda y lo que no. Lo que sabemos es que si algo ocurre, Dios ha permitido que eso suceda.
Algo que ocurre podría ser algo que Dios hizo que sucediera, o simplemente permitió. Lo mejor que podemos hacer con lo que sabemos, es permitir que esa experiencia nos transforme en mejores personas. Dios nos ha dado una declaración, una promesa, ningún arma que se forme contra nosotros prosperará.
Ninguna mala acción que ocurra en nuestras vidas es invisible. No importa lo que Dios permita, su amor es constante y continúa preocupándose por nuestro bienestar.
Conclusión
Los creyentes han sabido a lo largo de los siglos que el mal existe en el mundo. Jesús habló sobre los problemas que los cristianos enfrentarían. No compartió esto como una ocasión para el miedo, sino más bien para estar gozoso sabiendo que podíamos vencer al mundo como Él lo hizo.
El mal y el pecado existen en el mundo. Ésta es una realidad lamentable desde el primer hombre y mujer. Sin embargo, sabemos por las muchas historias de la Biblia que aún podemos vivir la vida cerca de Dios y de una manera que le agrade.
No importa qué deseos pecaminosos puedan crecer en nuestro corazón, no importa qué malas acciones se cometan contra nosotros, siempre podemos usar nuestro libre albedrío para volvernos a Dios.
Qué es la avaricia? Esta palabra suena fuerte y muchas veces no se comprende del todo su significado. ¿Será que dejamos que gobierne nuestra vida?, ¿la habremos dejado reposar en nuestro corazón?
«No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar.
Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar» (Mateo 6, 19-20).
En un mundo donde el éxito, la prosperidad, los bienes materiales, la fama, el poder y el dinero suelen estar en el rango número uno de nuestras prioridades, Jesús nos propone algo más superador.
Nos invita una vez más a dejarlo todo y a seguirlo, a despojarnos de las cosas de la tierra y a fijar nuestra mirada en el cielo, en lo eterno, en lo profundo, en fin, en lo que nos hará completamente felices.
No nos llevaremos nada de este mundo
Primero es importante comprender que todo aquello que poseamos en la tierra no irá con nosotros al Reino de los Cielos, porque «tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo..» Eclesiastés 5, 15.
Lo que sí trasciende, lo que Dios observa y nos pide a gritos, es que lo amemos a Él por encima de todo y al prójimo como a uno mismo, es decir, que comencemos a acumular tesoros en el cielo.
1. ¿Qué pasa con el apego a lo material?
Dejemos una cosa en clara: no está mal tener bienes materiales. Pero… ¿parece contradictorio no? Déjenme explicar.
Lo que está en cuestión es el apego que yo tengo con esos bienes y lo mucho que pueden llegar a importar para mi vida, hasta para mi propia salvación.
El problema es cuando ponemos esos bienes o condiciones humanas, ya sea dinero, objetos, éxito o poder, por encima de Dios, y terminamos más lejos de Él que nunca.
Existen personas que deciden vivir sin nada para ofrecérselo a Dios… ¡no está mal! son diferentes estilos de vida que uno debe aceptar.
Pero que quede bien en claro que el objetivo de esta reflexión no es decir «no tengas nada, no compres nunca más un bien material».
Sino que podamos valorar lo que tenemos y ser conscientes de lo necesitamos para nuestra vida diaria, sin caer en la tentación de querer más, más y más.
2. ¿Qué es la avaricia?
«Mirad, y guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).
Según la psicóloga Herminia Gomá, directora del Institut Gomá, la avaricia se asienta en un verbo: tener. El «miedo a no tener en el futuro» nos hace acumular posesiones para evitar la angustia de pensar que algún día nos faltará.
«Lo que tengo ahora tampoco lo disfruto. Necesito guardarlo aunque nunca lo vaya a usar». Cuando hablamos de avaricia nos referimos a ese desorden de deseo por poseer bienes y riquezas aquí en la tierra: también conocida como codicia, porque además de poseerlos no queremos compartirlos.
La persona no se conforma con lo requerido para vivir de manera cómoda y necesaria, entonces busca la felicidad en las cosas materiales, creando un vínculo y un apego muy fuerte que realmente ata.
Esta avaricia puede empujarnos a caer en otros pecados o malos comportamientos, ya que comenzamos a tener nuestra mirada en lo terrenal, en lo material, lo visible, lo inmediato… y se nos desvía la mirada de Dios.
El deseo por poseer no es fácil de eliminar: ya está instaurado en nuestra cultura mediante el consumismo. Haciéndonos creer que las personas valen por lo que tienen y son definidas por sus objetos, su poder, lo que muestran y hasta su lugar jerárquico en la sociedad.
3. El rico insensato
¡Cuántos problemas! ¿Hay alguna solución? ¿Cómo mejoramos y salimos de este círculo vicioso entonces? No será una tarea fácil, pero podremos salir si somos conscientes de que las cosas materiales no nos harán completamente felices.
¿Está mal tener un bien material? No, ¿está mal ponerse feliz por ascender en el trabajo? Por supuesto que no, ¡lo que está en cuestión es otra cosa!
Es cuando esa buena noticia o ese bien nos define, condiciona nuestra vida. Cuando veamos que toda nuestra felicidad pasa por adquirir algo o ser más exitoso debemos preocuparnos.
Si preparamos todo durante nuestra vida para guardar frutos y bienes, y tenemos el «alma tranquila» con que estarán guardados por muchos años, comenzaremos a reposar, comer, beber…
«Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios» Lucas 12, 20-21.
4. Acumular tesoros en el cielo
«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» Mateo 19, 21.
Dios nos lo deja muy claro, y el anterior fue un ejemplo de muchos. Ayudar a los demás, saber decir que sí, ofrecerse en alguna tarea, ser buen ciudadano.
Cuidar de nuestros familiares tanto física como espiritualmente, escuchar a un amigo, y también decir «no» a todo aquello que nos aleje de Dios.
Acumular tesoros en el cielo es sinónimo de amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo.
Porque quien ama las riquezas nunca tiene suficiente y se angustia, quien pone a la fama y el poder por encima de Dios nunca se sacia y se aleja cada día un poco más de Él.
Porque «nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas» Mateo 6, 24.
5 preguntas para reflexionar
1. ¿Qué lugar ocupan los bienes materiales en mi vida?
2. ¿Me angustia no tener cada día más?
3. En una balanza donde está Dios y el dinero, ¿a qué le dedico más tiempo?
4. ¿Me considero una persona humilde y desapegada?
5. ¿Soy consciente de que nací para servir y no para ser servido?
Déjanos saber qué opinas sobre la avaricia y la sed por adquirir cada vez más bienes materiales. ¿Estás acumulando tesoros para este mundo o para la vida eterna?
Con esta dolorosa y terrible pandemia hemos vivido un encierro obligado y momentos muy difíciles.
Muchos han perdido familiares, sus empleos, sus casas, sus empresas y algunos se encuentran padeciendo la enfermedad.
Aprendimos el valor de las cosas simples que parecían insignificantes o no les prestábamos atención, como la buena salud, un fuerte abrazo, un “te quiero”, o el tiempo que se nos da para vivir en la presencia amorosa de Dios, pues “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17)
También nos ha movido a la solidaridad y el emprendimiento en muchos. He visto asombrado ejemplos extraordinarios de personas solidarias con el prójimo.
Hace unos días alguien escribió en las redes sociales: “Me he quedado sin fuerzas. Ya no puedo seguir”.
Llovieron mensajes de esperanzas para animarlo y días después escribió agradeciendo tanta solidaridad humana, las oraciones por su mejoría y los gestos de bondad que lo ayudaron a salir adelante y volver a empezar con nuevos ánimos.
¿Te ha pasado alguna vez?
De pronto quedas extenuado y piensas que no puedes seguir, que no aguantas más. Sientes cansancio y temor por un futuro incierto, a lo que pueda ocurrir. Somos personas de carne y hueso, con un alma inmortal. A cualquiera le puede pasar.
Es un buen momento para “buscar ayuda”, y acudir a Dios, orar y confiar y abandonarnos en su Amor.
Yo, por lo general, cuando enfrento un problema muy serio al que no encuentro salida:
Hago actividades que me distraigan la mente y que disfruto.
Pienso “todo pasa, esto también pasará, con el tiempo será solo un recuerdo”.
Me ayuda pensar en mi familia, los que me aman. No estamos solos.
Voy a un parque y paso un rato confortable allí, donde puedo despejar la mente y apreciar la naturaleza que me recuerda el amor de Dios.
Consulto con un sacerdote para que me dé orientación espiritual.
Visito a Jesús en el sagrario. Le cuento todo y le pido que me ayude.
Y rezo. Le hablo a Dios con la confianza de un hijo.
La fuerza de la Biblia y del Rosario
Me gusta mucho rezar con los salmos, cuando tengo serias dificultades, porque te impulsan a recuperar tu confianza en Dios.
Y también llevo conmigo el santo Rosario. Rezarlo me da mucha paz. Siempre salgo adelante, por la bondad de Dios, fortalecido en mi fe.
Sé porque otros lo han vivido que…
“El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confiaba en él, y me socorrió, por eso mi corazón se alegra y le canto agradecido»