«Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios», decía San Agustín. Te recomendamos estas oraciones por las almas de tus familiares que ya partieron a la Casa del Padre.
Por un niño
Señor, tú que conoces nuestra profunda tristeza por la muerte del (de la) niño(a) N., concede a quienes acatamos con dolor tu voluntad de llevártelo(a), el consuelo de creer que vive eternamente contigo en la gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Por un joven
Concede, Señor, la felicidad de la gloria eterna a tu siervo(a) N. a quien has llamado de este mundo cuando el vigor de la juventud embellecía su vida corporal; muestra para con él (ella) tu misericordia y acógelo(a) entre tus santos en el canto eterno de tu alabanza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Por los padres y abuelos
¡Oh Dios! Nos mandaste honrar padre y madre. Por tu misericordia, ten piedad de mi padre (madre) y no recuerdes sus pecados. Que yo pueda verlo (la) de nuevo en el gozo de eterno fulgor. Te lo pido por Cristo nuestro Señor. Amén.
En caso de accidente o suicidio
Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo unidas a las lágrimas de dolor que sentimos por la muerte inesperada de nuestro(a) hermano(a) N., y haz que alcance tu misericordia y goce para siempre de la luz de aquella patria en que no hay más sufrimiento ni muerte. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración en el cementerio el día de los fieles difuntos
La costumbre de visitar los cementerios el día de difuntos es una buena oportunidad para orar por ellos y afirmar nuestra fe en la resurrección. Proponemos para esta ocasión la siguiente celebración.
A/. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. T/. Amén.
A/. Bendigamos al Señor que, por la resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer a una esperanza viva. T/. Bendito seas por siempre, Señor.
A/. Hermanos: Todos tenemos familiares y amigos que han muerto. Hoy los recordamos a ellos y a todos los que han fallecido y los encomendamos a la misericordia de Dios. En este cementerio nos unimos para afirmar nuestra fe en Cristo que ha vencido la muerte y nuestra esperanza de que él vencerá también nuestra muerte y nos reunirá con nuestros seres queridos en su reino de gloria. Que esta celebración nos anime a ser fieles al Señor y a seguir los buenos ejemplos que nuestros familiares nos dejaron en su vida. Comencemos reconociendo nuestros pecados ante el Señor (momentos de silencio).
Tú que resucitaste a Lázaro del sepulcro, SEÑOR, TEN PIEDAD.
Tú que has vencido la muerte y has resucitado, CRISTO, TEN PIEDAD.
Tú que nos has prometido una vida eterna contigo, SEÑOR, TEN PIEDAD.
A/. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. T/: Amén.
L/. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (6, 3-4. 8-9).
“Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva… Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”. Palabra de Dios. T/. Te alabamos, Señor.
A/. Hermanos: Invoquemos con fe a Dios Padre todopoderoso que resucitó de entre los muertos a su Hijo Jesucristo para la salvación de todos.
Para que afiance al pueblo cristiano en la fe, la 28 esperanza y el amor, roguemos al Señor. Todos: TE LO PEDIMOS, SEÑOR.
Para que libere al mundo entero de todas sus injusticias, violencias y signos de muerte, roguemos al Señor.
Para que acoja e ilumine con la claridad de su rostro a todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección, roguemos al Señor.
Para que reciba en su reino a N. y N. (se pueden decir nombres) y a todos los difuntos de nuestras familias, roguemos al Señor.
Para que nuestra visita y nuestras ofrendas de flores, velas y comida sean signos de nuestra fe en la vida más allá de la muerte, roguemos al Señor.
Para que la fe en Cristo mueva nuestros corazones para dar frutos de solidaridad y de justicia, roguemos al Señor.
A/. Oremos, hermanos, como Jesús mismo nos enseñó.
T/. Padre nuestro… Dios te salve María… Gloria al Padre…
A/. El Dios de todo consuelo, que con amor inefable creó al hombre y en la resurrección de su Hijo ha dado a los creyentes la esperanza de resucitar, derrame sobre nosotros su bendición. T/. Amén.
A/. Él nos conceda el perdón de nuestras culpas a los que vivimos en este mundo y otorgue a los que han muerto el lugar de la luz y de la paz. T/. Amén.
A/. Y a todos nos conceda vivir eternamente felices con Cristo, al que proclamamos resucitado de entre los muertos. T/. Amén.
A/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre. T/. Amén.
A/. Dales, Señor, el descanso eterno T/. Y brille para ellos la luz perpetua.
A/. Que las almas de todos los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. T/. Amén.
C.S Lewis, escribiendo como un demonio en Cartas del diablo a su sobrino, describió el momento presente así:
“Los humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo (Dios) los destina a la eternidad. Por tanto, creo, quiere que se ocupen principalmente de dos cosas, de la eternidad misma y de ese momento que llaman Presente. Porque el presente es el punto en el que el tiempo toca la eternidad «.
Parece que C.S. Lewis, intencionalmente, escribe Presente en mayúscula. Nos está haciendo saber que, para los cristianos, una experiencia en el tiempo presente y una experiencia de Dios es lo mismo.
Para el que cree, todo en la realidad es lugar de encuentro con Dios y, este encuentro con Dios, puede ocurrir en cualquier lugar donde le permitamos estar con nosotros.
Si dejamos de preocuparnos por el futuro podremos ver mejor la alegría que experimentamos juntos en el presente. Así podremos vislumbrar de qué se trata la eternidad con Dios.
EL AQUÍ Y AHORA
Se trata de otorgar al aquí y ahora la dignidad de lo eterno. Si es cierto que lo que hacemos ahora lo haremos innumerables veces, hemos de hacerlo de tal manera que pueda volver a nosotros sin temor. Hemos de vivir cada instante como si fuera eterno, pues retorna a nosotros eternamente.
El presente contiene una parte de la felicidad del cielo. La vida está hecha para desplegarse en el aquí y ahora. Se trata de bailar con la vida a cada momento y en cada cosa que hacemos buscar a Dios y encontrarlo.
YO
Vivir el momento presente nos conecta con nuestro verdadero ser, que está más allá del tiempo y que es la misma vida de Dios que reside en nuestro interior.
Muchas veces quedamos “atrapados en el tiempo”, por lamentar el pasado o temer por el futuro.
Vivir el presente nos permite salir de esta trampa, nos permite “existir” en el sentido pleno de la palabra (ex-stare: estar fuera) salir, para en este éxodo, volver a lo esencial de nuestra existencia.
Vivir el presente nos permite conectar con lo que hay en nosotros que permanece. Nos permite encontrar la eternidad que habita en nosotros y que nos permite encontrar a Dios.
EL OTRO
El otro puede ser Dios para mí en la medida en que permito que Dios empiece a tener rostros concretos en mi vida.
Como somos hombres y mujeres de «poca fe», Jesús continúa tendiéndonos su mano para salvarnos y permitir que nos encontremos con Él.
Nos tiende la mano cuando existen «otros» que llaman a nuestra puerta, ofreciéndonos la oportunidad de superar nuestros miedos para encontrar, acoger y ayudarlo a Él en persona.
“El encuentro con el otro es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos. Y si todavía tuviéramos alguna duda, esta es su clara palabra: «En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»” (Mt 25,40). (…) “Y aquellos que han tenido la fuerza de liberarse del miedo, los que han experimentado la alegría de este encuentro hoy están llamados a anunciarlo desde los tejados, abiertamente, para ayudar a otros a hacer lo mismo, predisponiéndose al encuentro con Cristo y su salvación”.
«Rabbuni” significa literalmente, en hebreo, “mi Maestro”. Así es como, en el Evangelio de hoy, Bartimeo se dirige a Jesús.
María Magdalena, que ama a Jesús, es la única otra persona que le dice esto. Los demás sólo le dicen “Rabí”, que significa “Maestro”.
¿Y cómo llamo yo a Jesús?
¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!
Bartimeo no es sólo un mendigo ciego de Jericó, sino también un hombre de fe. Cuando oyó que Jesús pasaba por allí, se puso a gritar:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.
No se trataba de un grito ordinario; era un grito que rompía el aire y que se oía a casi un kilómetro de distancia, como indica la palabra griega “krazo” utilizada en el evangelio.
Además, era un testimonio de fe. En la Biblia, la frase “Jesús, hijo de David” es una profesión de fe que identifica a Jesús como el Mesías.
La oración de Jesús
Estas palabras de Bartimeo se convirtieron en el comienzo de una de las oraciones más antiguas, la llamada “Oración de Jesús”.
En la tradición cristiana oriental es el equivalente al rosario.
En la tradición occidental es todavía poco conocida, aunque tiene más de 1500 años de antigüedad y está asociada a los monjes de Egipto y Grecia. Ellos, entre otros, influyeron en la forma de la oración que todavía se recita hoy:
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador” (o una formulación similar).
Las invocaciones se cuentan en los nudos de un cordón de oración que, en griego, se llama komboskion. Está hecho de lana y tiene nudos para contar las invocaciones.
Lo más importante de la Oración de Jesús es que uno se halla en presencia de Dios. La invocación del nombre de Jesús tiene un gran poder.
Creer y confiar en Dios
Jesús le dijo a Bartimeo “¡Vete!; tu fe te ha salvado”. Esto no significa simplemente creer en Dios, en su existencia, sino creer a Dios, poner la confianza en Él.
“La santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios. No es una conquista humana, es un don que recibimos: somos santos porque Dios, que es el Santo, viene a habitar nuestra vida”, destacó el Papa.
Luego, el Santo Padre indicó que “la alegría del cristiano, por tanto, no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él”.
Por ello, el Papa subrayó que “los santos, incluso en medio de muchas tribulaciones, vivieron esta alegría y la testimoniaron” porque “sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza”.
De este modo, el Santo Padre explicó que “un Padre del desierto decía que la tristeza es un gusano del corazón, que corroe la vida” y animó a preguntarnos “¿somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral? Recordemos: ¡no hay santidad sin alegría! ¡no hay santidad sin alegría!”.
Bienaventuranzas
Además, el Papa describió que las Bienaventuranzas “nos muestran el camino que lleva al Reino de Dios y a la felicidad: el camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz”.
Por ello, el Papa alentó a vivir las Bienaventuranzas que “son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir: hacerse pequeño y encomendarse a Dios, en lugar de destacar sobre los demás; ser manso, en vez de tratar de imponerse; practicar la misericordia, antes que pensar solo en sí mismo; trabajar por la justicia y por la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades”.
“Es un mensaje a contracorriente. El mundo, de hecho, dice que para ser feliz tienes que ser rico, poderoso, siempre joven y fuerte, tener fama y éxito. Jesús abate estos criterios y hace un anuncio profético: la verdadera plenitud de vida se alcanza siguiéndole, practicando la Palabra de Jesús. Y esto significa ser pobres por dentro, vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios”, afirmó.
En esta línea, el Santo Padre advirtió que “quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos, mientras quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al prójimo. Y encuentra la alegría”.
Finalmente, el Papa alentó a preguntarnos “¿Doy testimonio de la profecía de Jesús? ¿Manifiesto el espíritu profético que recibí en el Bautismo? ¿O me adapto a las comodidades de la vida y a mi pereza, pensando que todo va bien si me va bien a mí? ¿Llevo al mundo la alegre novedad de la profecía de Jesús o las habituales quejas por lo que no va bien?”
“Que la Santísima Virgen nos dé algo de su ánimo, de ese ánimo bienaventurado que ha magnificado con alegría al Señor, que derriba a los potentados de sus tronos y exalta a los humildes”, concluyó el Papa.