Marty Cowling tuvo un accidente cuando viajaba en motocicleta a Oklahoma en octubre de 2019, tras el impacto, salió volando a más de 30 metros, la caída lo dejó en coma. Dos días después, su esposa, Sherry, que estaba en un crucero durante el accidente, se enteró de la noticia.
Al escuchar la noticia, Sherry oró durante su viaje de ocho horas al hospital para que Marty sobreviviera. Al llegar al hospital, presenció el estado de riesgo de su esposo, quien tenía fractura de cráneo y cuello, y además, presentaba múltiples hemorragias cerebrales.
Pronto, la familia de la iglesia de Sherry se unió a ella en oración por la curación de su esposo. Toda la iglesia los colmó de oraciones y apoyo físico, espiritual y mental.
Luego, tres semanas después, la condición de Marty se salió de control. Su presión arterial bajó, sus órganos comenzaron a detenerse y estaba luchando contra la insuficiencia renal, la sepsis y la neumonía. Además, también surgieron otros problemas potencialmente mortales.
En medio de la incertidumbre, una enfermera se acercó a Sherry y le recordó que nunca dejara de orar. Luego, surgieron oraciones entre la familia, los amigos y la iglesia de Sherry y pronto fueron testigos de la estabilización de la condición de Marty.
“En oración y fe, eso es todo lo que sabía hacer. Porque todo lo demás estaba fuera de mi control. Esto prueba que nada es imposible para Dios”, dijo Sherry.
Marty continuó recuperándose y, a pesar del trauma en su cerebro, no estaba paralizado ni preocupado. Dice que cuando vio cómo las oraciones tuvieron un impacto en su recuperación, se sintió animado a acercarse a otros en su momento de necesidad, sabiendo que Dios puede interceder por ellos.
Un hombre de 29 años llamado Danilo Lopes Herbst, quien fue derribado de una escalera y arrastrado por un vehículo de transporte pesado, mientras realizaba trabajos de reparación en un poste, despertó de un coma este sábado (13) y lo primero que hizo fue escribir un versículo de la Biblia.
El accidente ocurrió el miércoles 10 de noviembre en la ciudad de Santa Maria de Jatibá, Espírito Santo, Brasil, según información proporcionada por el diario O Globo.
Grabado por cámara de seguridad, el accidente muestra la parte trasera de un camión que pasa junto al poste, cuando el hombre es arrojado a la calle junto con la escalera y arrastrado unos metros, hasta que alguien se apresura a ayudarlo.
Tras ser trasladado al Hospital Estatal de Urgencias y Emergencias, en Vitória, donde permaneció en coma, le diagnosticaron traumatismo craneoencefálico y perforación pulmonar.
Su hermana, Daniela Herbst, compartió la imagen del versículo que escribió,
El corazón del hombre piensa su camino; Mas Jehová endereza sus pasos.
«Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán. Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad».
El Hijo del hombre vendrá para salvarme:
«Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo».
Cuando todo parece perdido surge el salvador de la nada, en el último instante. Como esas películas en las que sé que al final todo saldrá bien y el protagonista no morirá.
Dios va a venir y lo iluminará todo
Pienso en el Salvador que viene en medio de esa oscuridad que trae la noche. Como el sol que amanece cada mañana desterrando las tinieblas.
La luz se impone sobre la noche. Me gusta la luz. Me gusta la vida por encima de la muerte y esa risa que vence el llanto.
Elijo el abrazo que cubre la desnudez de la soledad. Me gusta el fuego que calienta y purifica, no ese fuego que todo lo destruye, como la lava de un volcán.
Me gusta el sol que protege mis pasos, no el sol que me ciega impidiéndome ver. La luz es más tentadora.
La oscuridad es mi refugio cuando no me siento bien, en paz conmigo mismo y no quiero que me vean y descubran mi pobreza.
El amor rompe el odio. Las palabras quiebran ese silencio incómodo que me separa y aleja del desconocido.
Me gusta la luz que nunca se apaga. No esa noche indescifrable que se erige con fuerza delante de mis pasos.
En la oscuridad hace falta fe
Pero a menudo tengo que creer sin ver, creer sin ver la luz, creer en medio de la noche y la oscuridad. Decía el padre José Kentenich:
«¿Qué significa creer? Significa la apertura de la cabeza y del corazón para Dios, a pesar de que Dios se encuentra a menudo en la oscuridad, detrás de la nube. Como Dios no está frente a mí vestido con hermosas ropas y diciéndome: ¡Hola!, sino que siempre y en todas partes se encuentra en la oscuridad, tener un sentido perceptivo para Dios significa descubrir a Dios en todas partes a pesar de que está detrás de la nube, a pesar de que está en la oscuridad».
En ocasiones la vida me muestra sus sombras, sus noches, su oscuridad y sus nubes. No logro descifrar en qué lugar se encuentra Dios escondido.
Hace falta fe para aferrarme a la vida que no poseo, a la alegría que no acaricio, al futuro que aún no es presente.
Fe para suplicar que la luz ilumine el camino a seguir y me ayude a descifrar el sentido de tantas encrucijadas.
Quisiera tener una fe viva capaz de interpretar los signos de los tiempos como les decía Jesús a los suyos:
«Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta».
Viene a liberarme, ¿dónde puedo reconocerlo?
Dios está a la puerta oculto detrás de las desgracias y oscuridades. Oculto para decirme que viene a salvarme, a sacarme de mis tristezas.
Para que sea Él con su alegría el que reine en mi corazón. Esa mirada positiva y llena de esperanza es la que me salva.
Intento descifrar los signos de los tiempos. ¿Dónde me habla Dios hoy? Los cambios no deseados, las pérdidas no queridas.
No hay respuestas claras y no se me muestran con nitidez los pasos que quiero dar. Pero sigo caminando confiado.
En algún momento se apartará una nube, aparecerá una luz, surgirá una estrella, una palabra romperá el silencio, una melodía iluminará mi alma.
Un abrazo acabará con mis pasos fríos. Y sentiré que todo tiene una respuesta en el corazón de Dios.
Del miedo a la esperanza
No quiero tener miedo a ese Dios oculto en medio de mis pasos. Tampoco me desespero si el presente no desvela los misterios.
No vivo sobrecogido sintiendo que la derrota es lo último que tengo. Es sólo un paso más. Una parte del camino lleno de espinos y parajes claros.
Sonrío al saber que sólo quiero vivir cerca de Dios para pensar bien lo que me está diciendo.
¿Cómo me está hablando Dios en mi vida? Me habla en el silencio de mi corazón. En las conversaciones que tengo a lo largo del día.
O en un mensaje recibido. Tal vez en una noticia que leo con sorpresa. O en una canción que me llena el alma de alegría.
Quizás en una persona que sufre a mi lado y precisa mi ayuda y cercanía. En una celebración a la que soy invitado. En una tarea en la que tengo que participar con el corazón en calma.
Dios, ¡ilumíname!
Los días pasan. Nada dura eternamente, sólo el cielo. Doy palos de ciego buscando el camino.
Le pido a Dios en mi alma que me ilumine, que me muestre lo que quiere de mí, que sepa por dónde seguir y cómo crecer.
Parece fácil, pero no siempre entiendo las preguntas que brotan en mi alma. Siento miedo a fallar. Me escondo a veces.
Pero no puedo dejar de buscar, de indagar, de interpretar. Los caminos de Dios no son mis caminos. Él tiene propósitos que yo desconozco.
No pretendo tener claridad sobre todo. Sería necio pretender ser como Dios. Sólo busco algo de luz para poder sembrar yo claridades a mi alrededor.
La pregunta seguramente tiene a más de uno intrigado. Encierra —aparentemente— una contradicción. ¿Sufrir y ser feliz? Cosa de locos.
Por supuesto, no significa que tengamos que sufrir para ser felices, pero sí que debamos aprender cómo sufrir para ser felices. Esto porque el sufrimiento es parte inexorable de la vida.
El sufrimiento es consecuencia del pecado, puesto que Dios, en su bondad y creación amorosa, nunca había pensado algo así para nosotros.
Dios nunca quiso el sufrimiento, no quiere que suframos. Pero como a causa de ese pecado no tenemos opción, hay que encarar la vida con madurez y luchar por nuestra felicidad.
Algunos sufrimientos valen la pena, y otros no…
Esto es algo que quisiera aclarar muy bien. Algunos sufrimientos vienen y son parte de la vida, no los pedimos, no los queremos, pero hacen parte de la compleja realidad que vivimos.
Por ejemplo, una madre sacrifica su sueño porque tiene que lactar y cuidar a su bebé a lo largo de toda la madrugada, aunque tenga al día siguiente una larga jornada de trabajo.
Padres que se tienen que sacrificar y «sudar la gota gorda» para dar de comer y brindar una buena educación a sus hijos, como nunca la tuvieron ellos.
Una persona que en algún momento de su vida tiene que aprender a vivir con alguna enfermedad —sin ninguna responsabilidad de su parte— más allá de haberla heredado genéticamente de sus ancestros.
No obstante, hay otra clase de sufrimientos que son culpa de decisiones equivocadas, y en ese sentido tienen una explicación bastante más sencilla, e incluso, podríamos decir que la persona se las buscó.
Pienso, por ejemplo, en el sufrimiento que atraviesa una familia cuando tiene un hijo que por mala conducta se vuelve un adicto a las drogas.
El trauma de tantos niños que atraviesan áridos valles, debido al divorcio de sus padres. Jóvenes a los que les resulta muy difícil asumir su vida con responsabilidad y compromiso.
En las tantas formas de violencia doméstica. La corrupción que vemos por doquier, sembrando la pobreza y desigualdad social, generando cada vez más brechas sociales. La lista podría continuar.
La vida solo tiene sentido gracias al amor
¿Quién de nosotros no quiere ser amado? ¿Querido, abrazado, protegido? Así como amar, querer, cultivar amistades, ayudar y socorrer aquellos que necesitan ayuda.
Cuando las circunstancias son agradables y los motivos son afables, debo decir que no suele costarnos mucho. Si se trata por ejemplo de sacrificarse por el bien de un hijo, no resulta tan difícil encontrar las fuerzas para hacerlo. A fin de cuentas, ¿qué padre no quiere lo mejor para sus hijos?
Pero ¿cuál suele ser nuestra reacción, contra Dios mismo, cuando toca a la puerta de nuestra casa la muerte de algún familiar? ¿Cómo queda nuestra relación con Dios cuando un hijo atraviesa por una enfermedad incurable?
¿Qué pensamientos de venganza no tenemos, incluso contra Dios, cuando sufrimos injusticias sin ninguna culpa?, ¿cuántas veces nos volvemos contra Dios y le reclamamos sin piedad?
¿Dónde está su amor y bondad cuando sufrimos sin justa razón?, ¿dónde está Dios cuando nos sentimos solos en el sufrimiento?
Es en estos momentos que debemos superar esos sentimientos encontrados y amar a Dios sobre todas las cosas. Incluso sobre nuestro sufrimiento, Él no es el culpable, Él no lo quiere.
Pero nosotros buscamos a toda costa un culpable, y como no podemos aceptar que la vida nos trate así, no podemos creer que Dios —aún en medio al sufrimiento— nos ame y nos quiera.
Debemos hacer un esfuerzo y reconocer a qué «dios» estamos mirando. ¿Un dios al que no le importamos y nos tiene abandonados? Ese no es nuestro Dios.
El Dios de nuestra fe cristiana, es un Padre que entregó a su único Hijo para morir en la cruz, y ofrecer su vida por amor por nosotros.
Es un Hijo que asumió en su carne nuestras heridas y dolores, y se sacrificó para darle un nuevo sentido a esta vida corrompida por el pecado y sus consecuencias.
Nuestro Dios nos creó por amor, y por un acto de misericordia aún más increíble, le pidió a su Hijo un sacrificio inimaginable.
Solo entonces, tiene sentido asumir nuestros sufrimientos y acercarnos a la cruz de Cristo, porque de esa manera, nuestras propias cruces se convierten también en una ocasión para amar.
Mi propio sufrimiento, que no tiene ningún sentido, participa y completa la obra redentora de Cristo. Y si participo junto con Él de su sacrificio, participo también de la alegría de su Resurrección (1 Pedro 4, 13).
Por supuesto esta actitud exige de mi parte amar a Jesús, entregarle mis cargas y no alejarme de Él por rencor o amarguras.
El sufrimiento puede ser un camino de amor
¿Cuántas veces nos ha dicho Cristo que quien quiera seguirlo debe cargar su cruz a cuestas para ser su discípulo? (Mateo 16, 24).
Esto implica asumir la vida tal cual es, asumiendo lo bueno y malo, las alegrías y tristezas. Cristo nos quiere por completo, no a medias, o estamos con Él o no, para Dios, no hay medio término.
Eres frío o caliente (Apocalipsis 3, 14). Nuestro lenguaje debe ser «sí, sí o no, no» (Mateo 5, 37). Cuando optamos por el camino de la vida cristiana, sabemos muy bien cuál es el horizonte: la cruz. Pero una cruz, que después de tres días se convierte en el Árbol de la vida.
Cristo nos enseña con su ejemplo a entregar la propia vida por los amigos. Y no solo eso, a preocuparnos por el desconocido que está tirado y maltratado a la vera del camino (Lucas 10, 25-37).
Hasta llega al punto de decirnos que amemos a los enemigos (Mateo 5, 38-48). Que nunca devolvamos el mal cuando nos hacen daño (Romanos 12, 17-21), sino que siempre amemos y hagamos lo que es bueno.
Incluso cuando se trata de amar a nuestros seres queridos, el verdadero compromiso por el otro, implica generosidad, renuncia personal, sacrificio, entrega… y todo esto, si lo queremos vivir como lo vivió Cristo, sin medias tintas, significa una cuota de sufrimiento.
Puesto que renunciamos a nuestros caprichos, gustos, intereses personales, espacios y comodidades, que no siempre tienen que ser malos.
Pero el amor que aprendemos de Cristo siempre pone al otro antes que a uno mismo, y está dispuesto a renunciar a sí mismo, por el bien del otro.
Eso comporta una cuota de mortificación. Y la verdad es que, en la cultura actual, estamos cada vez menos acostumbrados a vivir esos actos de generosidad.
Mi sufrimiento puede ser un camino de realización
Dicho todo esto, podemos comprender un poco más y mejor, cómo el sufrimiento vivido de la mano de Cristo es un camino de realización personal.
A través de él crecemos en el amor y hacemos de nuestra vida un acto de gloria a Dios, buscando el bien común, y por supuesto, nuestra propia salvación.
Con Cristo aprendemos que debemos ser los protagonistas de nuestro sufrimiento, haciéndolo un medio para acercarnos y asemejarnos más a Él.
Así como el amor, el sufrimiento también es un camino para tener una relación más íntima con Él.
Porque es el camino por el que demuestras tu misericordia por el otro de una forma única. Así podemos entender la afirmación de san Agustín, cuando dice en la proclamación del Pregón Pascual:
«¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!». Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido perdonado por la muerte de Cristo.