Un informe del Pew Research Center, reveló que la mayoría de los estadounidenses abrazan la existencia del cielo. Algunos otros creen que quienes rechazan la existencia de Dios de alguna manera todavía pueden llegar allí.
Con las estadísticas religiosas cambiando drásticamente en los últimos años, este nuevo análisis, encontró que el 73% de los estadounidenses cree en el cielo y el 62% cree en el infierno.
Curiosamente, Pew dijo que las cifras son similares a la última vez que la organización hizo estas preguntas en 2017, lo que no muestra una gran disminución en las percepciones generales del cielo y el infierno.
Entre los que creen en el cielo y el infierno, la creencia generalizada es que el cielo es un lugar libre de dolor y problemas. Mientras tanto, casi uno de cada cinco estadounidenses (17%) no cree en absoluto en la otra vida.
En general, el 39% de los estadounidenses piensa que alguien que no cree en Dios puede ir al cielo, y solo el 32% dice que esa persona «no puede ir al cielo».
Además, se reveló que los evangélicos son la cohorte cristiana más propensa a creer que una persona debe creer en Dios para llegar al cielo. Un 71% de los encuestados acepta ese ideal. Solo el 21% de los evangélicos dice que una persona que no cree en el Señor puede llegar al cielo.
Por otra parte, los católicos son la cohorte cristiana con más probabilidades de creer que una persona que no cree en Dios puede ir al cielo, casi siete de cada 10 adoptan esa noción. Solo el 20% de los católicos cree que una persona que rechaza a Dios «no puede ir al cielo».
Un policía cristiano evitó el suicidio de una mujer que estuvo a punto de saltar de un puente en la ciudad Volta Redonda, Brasil, el pasado sábado.
El policía, Leandro Silva Melo, caminaba con su familia cuando divisaron a la joven intentando lanzarse del puente Pequetito Amorim.
Leandro fue valiente e intentó salvar a la suicida apenas la vio.
El hombre comenzó a orarle a Dios para evitar la muerte de la joven. Posteriormente, en el momento más oportuno la inmovilizó y la sacó del puente.
Cuando vi a esa mujer colgada, no lo pensé dos veces. En ese momento, Dios me habló: “Salva esa alma que está afligida”, dijo Melo a la emisora 93 FM.
Un equipo del Servicio Móvil de Atención de Emergencias (SAMU) se apersonó en el lugar de los hechos y le brindó ayuda psicológica a la joven.
El policía asegura que mantiene su compromiso con el respaldo de la seguridad ciudadana. Asimismo, dijo que pese a tener un compromiso ese día, lo más importante es la vida.
“Cuando me uní a la Policía hace 15 años, juré defender a la sociedad, incluso sacrificando mi propia vida. Así lo hago hasta hoy, salgo de casa, incluso cuando estoy fuera, con la intención de, si es posible, ayudar a alguien”, concluyó.
Este año varias veces me topé con la palabra «promesa» y la verdad es que lo que me sucedió tal vez te esté pasando a ti y por eso me animo a compartirte esta reflexión. Ya fueron muchas «dosidencias».
«Dios, me pides algo imposible»
Hace unos años estaba saliendo de una experiencia vocacional en un monasterio, y allí sentada, sentía que Dios me pedía estar en el mundo, con jóvenes, alegres, abiertos a sus maravillas, caminando juntos con Él.
Me incomodó mucho, porque me parecía imposible: «Dios, yo ni amigos tengo, no conozco jóvenes» (ahora que lo pienso, era quizá como se sintió María cuando le respondió a Dios: «¿Cómo voy a ser madre si no conozco varón?»).
¡Así de inalcanzable era para mí la idea de compartir con jóvenes! Sí, muy lindo, pero dede mi perspectiva, irreal. ¿Quería Dios burlarse de mí?
Pasó algún tiempo y empecé a ser invitada a programas con jóvenes de varios países, misiones hermosas.
Cada vez parece que se suman más amigos y encuentros que me hacen pensar: «Dios no me estaba “mandando” lograr eso, más bien me lo estaba “prometiendo”».
Sus promesas son más grandes que nuestros miedos
¡Eran sus promesas, no mandamientos! Eran sus regalos, no mis esfuerzos. Dios no pone un deseo en nuestro corazón para atormentarnos o por simple diversión.
No tenía que demostrarle a Dios que podía hacerlo. No tenía que cambiar para merecer eso, eso que Dios me regalaría me iba a cambiar.
Justo hace poco, mientras hablaba con un sacerdote de cómo antes me sentía más confiada, me dijo: «Oye, eso que me cuentas, me huele más a promesa que a lamentación».
Solo semanas después me animé a preguntarle por qué lo decía y me respondió: «Sí, a veces ese lamento por lo que quisiéramos tener… es el Espíritu de Dios diciéndonos que lo vamos a tener, pero debemos pedírselo y confiar».
«Dios no pide que no temas: te promete que no tendrás que temer»
Esta frase de Sadie Robertson me conmovió profundamente. Ella dice que viviendo con ansiedad se dio cuenta que Jesús en la Biblia no nos «mandaba» a no temer, sino que nos prometía que no deberíamos temer porque: «Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».
Cuántas veces leemos la voz de Jesús como un loco exigente que nos pide más y más de lo que no podemos dar.
Me pide confiar y vivo con ansiedad, me pide perdonar y he sufrido tanto, me pide caminar en comunidad y soy antisocial, me pide dar lo mejor en mi trabajo y yo procrastino, me pide confiar y vivo con depresión…
¿Y si empezamos a escuchar a Jesús con una voz de promesa y no de condena?, ¿y si empezamos a confiar más en su gracia y menos en nuestras debilidades?
Hoy te animo a pensar en qué te inquieta, qué es eso que ves como imposible o como una tarea inalcanzable.
Cuando lo tengas en mente reflexiona: ¿veo a Dios como un castigador o como un padre que cumple sus promesas?
Quiere trabajar, formar una familia, unos papeles que le den derechos de ciudadano europeo, estabilidad,… Pero 14 años después de cruzar la frontera, sigue solo, en la calle, buscando.
Tiene una orden de expulsión, así que ha borrado del mapa su documentación para que no lo devuelvan a su país, una opción que le aterra. Ni si quiera se atreve a dar su verdadero nombre.
Quizás no se le contabilice entre las 700 mil personas sin hogar que se calcula que hay hoy en la Unión Europea, millones en el mundo.
Sin embargo, él sigue dando gracias a Dios y rezándole para que mejore su situación. ¿Quieres unirte a su oración? Pincha en la siguiente galería de imágenes. La fe mueve montañas, ¡quién sabe!
Escucha nuestra oración de hoy por todas las mujeres y hombres, niños y niñas que no tienen hogar:
Por aquellos que duermen bajo los puentes, en los bancos del parque, en los portales o estaciones de autobús. Por aquellos que sólo pueden encontrar un refugio para pasar la noche, pero que deben deambular durante el día. Por las familias rotas porque no podían darse el lujo de pagar el alquiler. Por aquellos que no tienen familiares o amigos que pueden recibirles. Por aquellos que no tienen un lugar para mantener las posesiones que les recuerden quiénes son. Por los que tienen miedo y no tienen esperanza.
Ayúdanos a ver Tu rostro en los ojos de cada persona sin hogar que encontremos, para que podamos ser fortalecidos a través de la palabra y de las obras, y a través de los medios que tenemos, para traer justicia y paz a los que no tienen hogar. Amén.
Esta oración es una adaptación de una plegaria de Carol Penner, del Mennonite Central Committee Canada.
La difunde Caritas, una de las organizaciones más comprometidas con las personas sin hogar y por la erradicación de la pobreza.
Tengo un lugar en el mundo que habito. Una tierra santa que es mía y en ella echo raíces. Un hogar, un oasis, un mar propio, una barca, una casa, un corazón, un espacio sagrado, un paisaje, un camino.
Tengo una tierra con sus montañas, sus árboles y jardines, sus ríos y sus tormentas, su calor y su viento.
Un espacio con su gente que es mi gente. Diferente y tan igual. Los mismos miedos, las mismas alegrías. Corazones grandes y nobles.
Miradas llenas de esperanza, a veces de incertidumbre. Voces altas o silenciosas, tranquilas o agitadas, malsonantes o educadas.
Manos ágiles o torpes, rápidas o lentas, manos que abrazan y sostienen o dejan abandonado el amor.
Es ese lugar allí donde me muevo y entrego, donde soy feliz viviendo la vida que Dios me regala, en presente siempre.
Aquí, ahora, yo
Un lugar y un tiempo preciso es el que habito. Este tiempo concreto que es el ahora que se desliza entre mis dedos dejando su huella.
Hago memoria de mi historia, esos días pasados llenos de recuerdos que me configuran. La historia que me ha hecho ser quien soy, ni más ni menos.
Tengo una misión y una forma concreta de hacer las cosas que es la mía, mi manera de enfrentar el mundo, de mirar la vida, de oler, de escuchar y de tocar.
Sé que nadie más podrá imitarme, o emularme, son distintos, yo soy distinto. Es mi manera única y valiosa, la que puso Dios al crearme.
Son mis gestos y son mis palabras. Son mis pasos sobre la playa dejando sus huellas efímeras, hasta la siguiente marea.
Es mi música que resuena en el tiempo aun sin estar ya presente. Esa música que resonó en mi alma, entonando melodías nuevas, por Dios inspiradas.
No me importa tanto irme de cualquier sitio, aunque duele dejar, y llevarme atado a la piel lo vivido.
Me importa más llegar y comenzar de nuevo mi camino, tejiendo nuevas historias, nuevos sueños.
Dios viene
Tengo claro que estando en un lugar, en mi sitio, allí donde Dios me quiere y me habita, estaré ausente de otras tierras y de otros tiempos.
Es lo que tiene vivir sólo una vida y no miles como a veces deseo, para estar en más lugares y amar con más amplitud, sin límites.
Valoro hoy esas raíces que son mías, aprecio como niño mis hojas y mis frutos. Siento la cercanía de Dios vaya donde vaya, nunca me alejo, Él me sigue.
A veces pensé que era yo quien lo seguía, vana ilusión de principiante. Es Él quien no cesa de acariciar mis pasos y sostener mis miedos.
Son sus manos en las mías las que siento. Y es su voz en mi voz la que vibra.
No pesa la soledad cuando huelo su piel, su mismo abrazo, ese de siempre que me contuvo un día y me sanó más tarde.
No me deja perderme, aunque yo lo intente, así soy de necio.
¿Para qué estoy aquí?
Hoy valoro mi lugar, allí donde me encuentro. Valoro el instante que vivo, este momento.
Mi misión comienza allí donde me encuentro. Lo que me preocupa es encontrar mi sitio, más que tener un día que dejarlo, y perderlo.
Me interesa más buscar para qué he venido, algo que justifique mis miedos y todas mis penas.
Como san Bernardo, que después de encontrar su propio lugar, su propia manera, en momentos de dudas se preguntaba: «Bernardo, ¿a qué viniste?».
Su pregunta resuena dentro de mí cuando pierdo el pie y dudo.
Y resuena con fuerza en mi interior mi misión concreta en esos momentos en los que la duda pesa y siento que no estoy en el lugar correcto, o en el momento exacto.
Mi sitio está en Dios
¿Cómo sabré que mis pasos pisan la tierra de Dios allí donde hoy me hallo? Con paciencia elijo las próximas pisadas. No desconfío, porque sé que me ama aquel que me persigue.
Mi misión es ser yo mismo, dejando que brote de muy dentro toda la vida que me habita. Sin contener el llanto, sin apagar la risa, sin detener las palabras que quieren dar la vida.
No temo yo el fracaso que tanto teme el mundo. Ni la difamación, ni el olvido, ni el insulto.
Nada podrá quitarme la paz que me levanta. Ni alejar de mí ese abrazo que me hace ser yo mismo.
Nadie podrá alejar de mi centro a aquel que así me ama, como nadie me ha amado. Y me enseña la forma de querer a quien quiero.
Con toda el alma, sin guardarme nada. Amando los lugares que habita hoy mi alma, la tierra que hoy piso, el aire que respiro, los olores, las voces, los abrazos, los llantos.
Todo forma parte del mismo sueño que hoy vivo. Sin miedo a que el mañana lleve lejos mis pasos. Lo que hoy vivo es eterno, así me lo ha dicho Dios, muy quedo en el oído.