El papa Francisco dijo este miércoles que vacunarse contra el covid-19 “es un acto de amor”, al encabezar una campaña dirigida a fomentar la confianza en los inmunizantes.
“Gracias a Dios y al trabajo de muchos, hoy tenemos vacunas para protegernos del covid-19,” dijo el pontífice en un mensaje para la iniciativa estadounidense “It’s Up to You” (De ti depende).
“Ellas traen esperanza para acabar con la pandemia, pero solo si están disponibles para todos y si colaboramos unos con otros”, agregó Francisco en un video dirigido a comunidades afectadas por el virus en América del Norte, Central y Sur.
Cardenales y arzobispos de Brasil, El Salvador, Honduras, México y Perú participaron también en el video con mensajes a favor de la vacunación.
“Ayudar a que la mayoría de la gente lo haga (vacunarse), es un acto de amor. Amor a uno mismo, amor a los familiares y amigos, amor a todos los pueblos”, agregó el prelado de 84 años.
El coronavirus ha cobrado la vida de al menos 4.370.427 personas en todo el mundo desde que apareció por primera vez en China en diciembre de 2019, según datos compilados por AFP.
Pese a las campañas masivas de vacunación, la desconfianza en los gobiernos o las farmacéuticas y las teorías de conspiración alimentan la transmisión del virus.
En Estados Unidos, el país con más muertes por covid-19, la mayoría de las muertes recientes y casos graves por el coronavirus se han dado entre personas sin vacuna.
En ella descubrimos la experiencia que tienen algunos de sus discípulos al contemplar a Jesús que sube al monte y se revela tal cual es, sin ocultar nada de sí.
La experiencia de la Transfiguración es, por lo demás, una experiencia intensa. La relación que tiene el Maestro con sus discípulos, es un momento que queda absolutamente plasmado en la consciencia de quienes han seguido a Jesús y han, poco a poco, comprendido que es el «Mesías» (Mt 16,16).
Este momento salvífico, revelador los prepara para emprender el camino con mayor decisión. Jesús sube al monte cuando desea orar, encontrarse cara a cara con el Padre.
En esta ocasión sube al monte para despojarse de sí mismo en absoluta revelación, no dejando nada para sí, sino entregándose al hombre tal cual es Él, misterio que ilumina la vida del hombre de manera deslumbrante. Jesús no se guarda nada, más bien lo entrega todo.
Su revelación en el monte lleva también impresa la decisión de bajar del monte e ir hacia Jerusalén. Esto quiere decir, que lleva impreso el sello de amor infinito por los hombres. En Jerusalén Cristo entregará la vida por nosotros en su Pasión y muerte.
La autenticidad de Jesús es la oblación profunda y completa de sí mismo.
En el monte Tabor, Jesús se deja ver tal cual es, quien es, sin guardar secreto. Su intención será, sin ningún temor, mostrarle al hombre no solo la grandeza de su amor sino aquello a lo que fue destinado desde su creación.
Los discípulos poco o nada comprenden de esta revelación, la magnitud de la autenticidad de Cristo les hace nublar la mirada, sin embargo, caminan con Él.
No será sino hasta la Pascua que comprenderán lo sublime de esta experiencia y lo que ella acarrea para la misión que habrán de continuar.
En el monte una voz ha hablado: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo», Jesús les ha permitido vislumbrar su gloria, su Reino, una nueva vida en Él y les ha presentado al Padre.
Los apóstoles, y ahora nosotros, con Cristo hemos empezado un camino de descubrimiento personal. Un despojarse de todo aquello que no sea auténtico, de todo aquello que nos impida crecer en el amor a Dios y a nuestro prójimo.
Para poder escuchar a ese Hijo Amado y esa voz potente del Padre, necesitamos despojarnos de toda aquella sordera que trae la mentira y el ocultamiento.
Es necesario abandonar, ayudados por la gracia, la soberbia y el orgullo que nos nublan la mirada y nos hacen fijar la mirada solo en nosotros mismos.
La invitación es a entablar un auténtico diálogo con el Hijo, por quien, alejados de todo tipo de ocultamiento o inautenticidad, podamos descubrir nuestra misión en la voluntad de Dios.
¿Qué tan auténtico eres?
La Transfiguración de Jesús es la invitación a unirnos a la intimidad de la vida en Dios, nos indica el camino que hemos de seguir para encontrar el sentido de nuestra misión en el mundo.
Es el llamado a ir, valientemente, a dar la vida y ser oblación total viviendo en el verdadero amor por Dios y por el prójimo.
¿Has pensado en qué te hace ciego ante la relación con Dios?, ¿Qué situaciones o elementos te ocultan de la voz de Dios?, ¿Qué te impide donarte por completo?, ¿A qué le tienes miedo?
Necesitamos estar atentos a los signos de Dios en nuestra cotidianidad. Cristo se nos revela diariamente y nos llama a seguir su camino. Posiblemente estamos pasando de largo, sin fe auténtica, por el camino y poco a poco nos alejamos de Él.
Subamos al monte, despojémonos con su gracia de todo aquello que nos aleja de su luz inigualable y lancémonos a entablar un verdadero diálogo íntimo con Dios.
No se trata de alejarnos, aislarnos y evadir la realidad, por el contrario, es decidir emprender el camino con mayor entrega y fortalecidos por su presencia.
Una mujer de Georgia que celebró recientemente su cumpleaños número 100 con sus amigos y familiares le reveló a los reporteros locales el secreto de su larga vida.
Cuando se le preguntó cuál era su secreto, Marie Robinson dijo que: «Mi secreto es tratar bien a todos. Y amar a todos. No odiar a nadie. Esa es la única forma en que vamos a llegar al Reino. Servir al Señor».
La mujer de 100 años se tomó un momento para bailar con la música cuando llegó a su fiesta de cumpleaños. Para posteriormente encender una vela para su difunto esposo, Moses, y otras velas más para otros seres queridos que han perdido la vida.
La Sra. Robinson nació en el condado de Henry, Georgia el 18 de julio de 1921. Su familia la describe como una virtuosa mujer de Dios.
«La Sra. Marie Robinson ha sido un modelo extraordinario a seguir para su familia, amigos, miembros de su iglesia y la comunidad. Es una dadora y le encanta servir a los demás», afirmó un familiar.
Robinson tuvo nueve hijos durante su juventud, aunque solo cinco siguen vivos. Actualmente tiene tiene 35 nietos, 101 bisnietos y 18 tataranietos.
Cuando se le preguntó si tenía algún consejo para las generaciones más jóvenes, comentó que: «Lo único que me gustaría decirles a los jóvenes es que críen bien a sus hijos. Porque los jóvenes, no parecen entender. Pero nosotros, los ancianos, tenemos que enseñarles lo que es correcto», manifestó.
Por último, agregó que: «Debemos criar bien a nuestros hijos, decirles cómo amarse unos a otros. Y seguir confiando en el Señor. Él abrirá un camino para todos ustedes», concluyó la cumpleañera Marie Robinson.
Vivir con el corazón pendiente de Cristo es la tarea más importante de un cristiano. Ojalá el hecho de creer en Dios nos diera por sí solo la capacidad de confiar nuestro corazón por entero a Él.
Pero no, no es así. Creer en Dios no es algo mágico, es algo que se va forjando en el corazón a medida que lo voy conociendo, a medida que me esfuerzo por estrechar esta relación con Él.
Este pasar de conocerlo a ser su amigo, a ser hijo y a dejarse inspirar por completo por Él, es un camino que tiene un recorrido que dura lo que la vida misma. Es un ir y venir, no exento de caídas y dolores.
Para poder dar ese paso de confianza enorme, la oración es el mejor bastón para emprender este camino vital.
«Enséñame Jesús a abrir mi corazón y entregártelo todos los días»
Es la frase de apertura para pedirle a Dios que nos enseñe y nos ayude a comprender que el camino no depende solo de nuestras fuerzas o de el empeño que le pongamos.
Que el camino depende principalmente de darle el corazón a Dios y dejar que sea Cristo mismo quién lo forme, quien lo alimente por completo.
La oración es un paso de ida hacia Dios, pero con la intención de que sea Dios quien dirija este paso por completo. Parece un trabalenguas o algo contradictorio. Es decir si yo tengo que dar ese paso, ¿cómo es que ese paso lo dirige Dios?
Cuando dejamos a Dios entrar en nuestras vidas, ese pequeño sí que le damos con nuestra oración es la puerta abierta que Dios necesita (una y otra vez), para ingresar y ser Él quien alimente, inspire y fortalezca todo nuestro ser para continuar en su búsqueda. Búsqueda que terminará con el encuentro final pleno con Dios.
Esperamos que esta primera oración que aquí les hemos producido con mucho cariño, esfuerzo y amor a Dios, sea no sólo útil sino que les preste esas palabras que tal vez alguno esté buscando y no encuentre para dirigirse a Nuestro Salvador.
Muchas veces nos quejamos o escuchamos otros decir que no ven ni mucho menos sienten a Jesús. ¿Será cierto que puedo verlo, sentirlo más cerca, tenerlo en mi vida, experimentar su presencia en mi día a día?
La respuesta es sí. Si deseamos ver y sentir a Jesús en nuestras vidas hay varios puntos que debemos tener en cuenta. Te propongo tres, espero que te sirvan y que puedas llevarlos a la práctica.
1. Para ver a Jesús no basta con mirar a la cruz
E imaginarle destrozado por los tormentos que le infligieron, las burlas o los insultos hirientes que le lanzaron a pesar de que, sus ofensores, podían tan fácilmente reconocer que se encontraban frente a un agonizante merecedor de la mayor compasión y ternura.
Tienen un poco más de derecho o de «facilidad» a imaginárselo de este modo, aquellas personas que sufren. Con Jesús ocurre como con María, pongamos ejemplos para entenderlo mejor.
La mujer que vive con un mínimo de seguridad y cree ser feliz, que no sufre indigencia, por mucho que quiera, no puede imaginar a María en esos años que pasó aquí en la tierra, en su soledad de viuda.
Cargada de responsabilidades en una época en que la mujer contaba con tan pocos derechos comparados con los que tiene hoy en día.
Con mucha mayor fidelidad se la puede imaginar una madre viuda que no puede pegar pestaña para coser día y noche, a fin de sostener al hijito o la hijita que ha quedado a su cargo.
A José, por otro lado, le hemos pintado tan entrado en años que muy pocos padres pueden realmente imaginar cómo se siente quien muere dejando a su esposa tan indefensa o vulnerable con una prole a la cual cuidar y guiar.
Los hombres, no podemos realmente sentir a los hijos de la misma forma que la madre siente su «maternidad». Entre otras razones porque no siendo mujeres no podemos imaginar qué sea esta.
La paternidad es un regalo que recibimos de nuestros hijos cuando nacen, por mucho que modernamente nos envolvamos con nuestras esposas durante el embarazo, hay que entender que en la época de José el hombre no se involucraba tanto con el hogar y la familia.
La madre recibe la consciencia de su maternidad desde muy pronto durante el embarazo: La criaturita que lleva en su seno se encarga de llenarla del sentimiento maternal, con todo lo placentero o no que implica, si acoge la experiencia.
El padre solo puede contemplar desde afuera cómo la madre aprende y quizás sentir «santa» envidia. Hay demasiados hombres que aún no sabemos «aprender a distancia», no importa cuánto se empeñe la madre de nuestros hijos en enseñarnos.
Si queremos ver y sentir a Jesús en nuestras vidas, hay que abrir los ojos del alma. Pensar en cada detalle vivido, ¿cómo lo habrá vivido Él?, ¿cómo lo habrá sentido María, su madre?, ¿cómo lo habría experimentado José?
El ejercicio de meditar en la sagrada familia puede no solo enriquecernos sino ayudarnos a ver el mundo con otros ojos.
2. Hay que aprender a ser humanos desde «cero»
¿Cómo es esto? No es posible saber con certeza cómo sentía Jesús, cómo pensaba o se comportaba cotidianamente mientras andaba por las arenas o los trigales de Palestina.
Ni cuando era niño y jugaba, o quizás cuando aprendía el oficio de carpintero. Es posible que haya mucha distorsión en las imágenes que nos hemos dibujado tradicionalmente no solo de Él, sino de José y María.
En eso la arrogancia del arte ha sido grande, aun cuando se tratase de artistas sinceramente creyentes. Pero hay que recordar que Jesús aprendió su humanidad a medida que crecía y maduraba.
Y eso no lo perdía de vista su madre María (Lucas 2, 19). Quienes escribieron la Carta a los Hebreos (5, 8), afirman que «sufriendo aprendió a obedecer». También nosotros debemos experimentar el dolor desde cero.
No saber y tener que aprender laboriosamente mientras crecía, es una de las más auténticas evidencias de la condición humana. Ser de carne y hueso no es suficiente para madurar como ser humano.
«Se precisa dejarse esculpir por los demás en el trato social» (Juan de la Cruz, Avisos a un religioso para alcanzar la perfección, n. 3). ¿Nos dejamos esculpir nosotros por los demás?, ¿cuando sufrimos, perdemos o caemos, nos dejamos ayudar?
Esa es una de las razones por las que papa Francisco quiere que seamos una «Iglesia en salida», una Iglesia que lejos de pretender saber o tenerlo todo, se arriesgue a encontrar a los demás, para dejarse esculpir por los que lo rodean a imagen de Jesús.
Es decir, que en lugar de solo hablar, escuche, que en lugar de solo pedir, sirva. Muchas veces el Espíritu de Dios nos lo trae quien menos esperamos (Juan 3, 8) pero solo si salimos de nosotros mismos y abrimos nuestros oídos a los demás (Salmo 17, 1) podemos recibir la inspiración que pueden traernos.
Quienes nos rodean pueden ser mensajeros del Espíritu de Dios. ¿Te has puesto a pensar quiénes te hacen pensar en Dios?, ¿qué personas a tu al rededor te inspiran, te acercan a Él o te permiten sentirlo?
3. Debemos estar atentos para reconocer a Jesús
A Jesús se le ve, solo cuando se le mira desde la situación de aquellos que le conmovieron: Los pobres, las víctimas de injusticia, los solitarios o aislados, los hambrientos, los desnudos, los ignorados o despreciados por causa de su nombre, quienes sean tenidos por nadie (Mateo 15, 35-46).
¡Ahí está Dios, justo ahí puedes verlo y sentirlo! Los teólogos y los expertos (con las mejores intenciones), se empeñan en hacernos entender verdades o conceptos que la mayoría (que no somos teólogos), no podemos apreciar de igual forma.
Desde las meras ideas no se puede reconocer en verdad a Jesús. No todos podemos ver y sentir a Jesús de la misma manera, pero algo que no falla es ir a lo esencial, al amor, a la caridad, al servicio desinteresado.
He sido psicoterapeuta por más de 38 años y no teniendo hijos, he olvidado ya el número de ocasiones en las que sentado junto a un padre o una madre que han perdido recientemente a los suyos, he tenido que sostenerles la mano o abrazarles si la prudencia lo aconseja.
Pero guardar silencio, porque siendo tan hablador en otras circunstancias, frente a un dolor tan ajeno, no he sabido qué decir, solo me atrevo a escuchar y a orar por esa otra persona que sufre.
Así que si quieres ver y sentir a Dios, presta atención, fíjate en las personas y situaciones que te rodean. ¿Hay alguien a quien puedas ayudar?, ¿hay alguien a quien puedas consolar o abrazar?
Ahí, en medio de ese sufrimiento indescriptible, está Jesús, esperando a que lo reconozcas.