Primero debes estar consciente de a quién recibes. Por que no es un pedacito de pan. Y saber que cuando comulgas te conviertes en un sagrario vivo. Llevas contigo a Jesús vivo.
Al ser un sagrario que lleva a Jesús debes procurar comportarte como tal, con la dignidad de un hijo amado por Dios. Por tanto, refleja su amor en tus pensamientos, tus acciones, y tus palabras. Al salir de misa y regresar a tu casa, al trabajo o hacer mandados, que todos vean en ti un reflejo cristalino del amor de Jesús por la humanidad.
Cuando comulgo y regreso a la banca donde me siento, procuro no distraerme. Sé que llevo conmigo un TESORO. Y procuro hacerme digno de portarlo. Es Jesús quien mora en mi alma.
Le agradezco tanto amor y Misericordia
Lo aconsejable es cerrar los ojos y orar. De esta forma estamos por un breve instante solos, Él y nosotros. Así no hay distracciones pensando en los problemas que quedaron en casa, o los asuntos que debo resolver ese día, ni me pongo a ver quién comulga y quién no. Tampoco converso con la persona que tengo cerca, ni tomo el panorama católico para ojearlo. Sencillamente cierro los ojos y vivo ese maravilloso momento tan íntimo que tengo con Jesús Sacramentado. Es único. Estás en el cielo. Y se reza con mucho fervor.
La oración que más me gusta rezar, en silencio, lentamente, es el “Alma de Cristo”. Es una maravillosa plegaria que se le atribuye a santo Tomás de Aquino. Dicen que fue san Ignacio de Loyola quien le dio mayor difusión al incluirla en sus Ejercicios Espirituales.
Es una oración para la unión mística del alma con el Creador. .
Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.
Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.
Erick y Sylvie Pétard perdieron a sus hijas Anna y Marion en los atentados de noviembre de 2015. Ahora han publicado el libro «La esperanza que nos mantiene vivos» en donde cuentan cómo la fe les ayuda a sobrellevar el dolor que todavía hoy sienten.
El pasado miércoles 8 de septiembre comenzó el juicio por los atentados islamistas del 13 de noviembre de 2015, que se conoce como los atentados «de Bataclan» por ser el lugar con mayor número de víctimas de esa serie de ataques.
En total fallecieron 137 personas, 90 de ellas en la sala Bataclan, y 415 resultaron heridas.
Anna y Marion Pétard, de 24 y 27 años, fallecieron en esos ataques. Sus padres, Sylvie y Erick Pétard, explicaron a Famille Chrétienne cómo la fe les ayudó a vivir con el dolor por la pérdida de sus dos hijas.
«Para nosotros, no es el atentado del Bataclan, sino el del 13 de noviembre de 2015. Parece un detalle, pero nuestras hijas estaban en la terraza del Carillon, y no en el Bataclan, cuando fueron alcanzadas por los tiros de los kalashnikovs», explicaron Erick y Sylvie, quienes piden a la justicia que «haga su trabajo», a pesar de que no les devolverá a sus hijas.
Erick explica que cuando su esposa Sylvie supo que se estaban produciendo los atentados «estaba conmocionada, sintió algo, no podemos explicarlo. Inmediatamente llamó a las chicas y les pidió que volvieran a llamar. No pensé que mis hijas estuvieran en esa matanza. Pero a medida que pasaban las horas nos decíamos que no era normal no tener noticias de ellas».
Sylvie recordó que al día siguiente, el sábado 14 de noviembre, «a las 18:00 horas, estábamos en la carnicería [en donde trabajan] cuando recibimos una llamada en mi móvil. Se lo pasé a Erick para que respondiera; tenía demasiado miedo de lo que iba a escuchar. Era el ministerio del Interior. Las chicas habían sido acribilladas mientras caminaban cerca del Petit Cambodge. Y entonces, qué quiere que le diga, acusamos el golpe, llegaron las lágrimas. ¡Era tan imprevisible, nos caímos desde tan alto! Es difícil de entender para quienes no han vivido algo así».
Erick y Sylvia explicaron que a pesar de que siempre creyeron en Dios, se alejaron de Él tras su primera comunión.
«En mi corazón siempre he tenido la certeza de que estábamos aquí por algo. No tendría sentido que estuviéramos aquí si Dios no lo quisiera»; precisó Erick.
Sylvie explicó que cuando conoció a Erick, él le iluminó un poco más en la fe.
«No íbamos a misa, pero rezábamos en el coche, de camino a la carnicería, él por fidelidad, yo por amor a él, pero sin ir más allá. Ahora me doy cuenta de que también se puede rezar cuando todo va bien, pero en aquel momento no lo sabía. Cuando esperaba la llamada de las chicas clamé a Dios, pero no lo conocí realmente hasta después de su muerte», aseguró. .
Erick aseguró que la muerte de sus hijas ha destrozado toda su vida, a pesar de que tienen más familia, sus hijas no podrán visitarlos. «Todo lo que poseemos es inútil, trabajábamos para ellas. La vida se ha desmoronado. Y sin embargo, todavía tenemos una pequeña luz: la fe», apuntó.
«Las pusimos en una escuela libre, las bautizamos, hicieron la primera comunión. Habrían vuelto a la fe, especialmente Marion, pero incluso Anna. El suicidio de una amiga, que se arrojó a las vías del tren, había hecho que rechazara a Dios. Dijo: «Si Dios existiera, Sonia no se habría suicidado». A los 17 años es normal reaccionar así», aseguró el padre.
Sylvie también precisa que su vuelta a la fe fue paulatina, ya que cada vez sentía más deseo y necesidad de rezar.
«Un día entré en la habitación de Anna y Dios me atrajo hacia su Biblia, que había recibido en su primera comunión. Poco a poco la fui leyendo. En otra ocasión estaba sentada en el borde de la cama, rezando y sin que fuera una visión, percibí que Dios estaba allí, frente a mí, nuestras hijas a su lado y María lejos, en un camino. Cada noche se acercaba más y más, y una noche se llevó a las chicas con ella. Desde entonces, estoy en paz. Conozco a mis hijas: sin María, habrían vagado por todas partes. Ahora sé que cuando llegue al Cielo, estarán con María para darme la bienvenida. Ya no temen nada, estoy tranquila. No tendré suficiente tiempo en mi vida para agradecerle a Dios que esté con nosotros», explicó Sylvie a Famille Chrétienne.
Por su parte, Erick asegura que es «más realista» y «sencillo» que su mujer. «Siempre tuve la certeza de que Dios existía. No he tenido una visión, pero sé que el Buen Dios está con ellas, es natural, no puede ser de otra manera. Mi fe nunca se ha visto afectada, aunque mi vida de oración ha aumentado y la devoción de Sylvie a María me ha acercado a la Virgen. Espero que Sylvie tenga razón, pero no pienso en la muerte», destacó.
Sylvie precisa que aunque el dolor por la pérdida no ha disminuido, lo lleva mejor «porque he encontrado de nuevo a Marion y a Anna desde que sé que están con la Santísima Virgen».
Preguntados por si son capaces de perdonar, Erick explica que «Dios tal vez pueda perdonar a los criminales, pero para mí es imposible. Merecen morir por matar a gente inocente. Son pobres, pero ¿de dónde sacan las armas? Intento no estar cerca de personas resentidas, para que no me influyan».
Mientras que Sylvie asegura que «es inhumano pedirnos que perdonemos, pero Dios lo hace. Solo puedo pedirle a Dios que los perdone. Y que nos perdone por no perdonarlos».
Erick y Sylvie han publicado el libro «La esperanza que nos mantiene vivos» en el que cuentan cómo les afectó la pérdida de sus hijas y cómo han conseguido seguir adelante a pesar del dolor. «Escribimos este libro para prolongar sus vidas [de sus hijas Anna y Marion]. Y también para que los que tienen desgracias traten de acudir a Dios, para que no se queden en el vacío, diciéndose que no hay nada que hacer. Espero que nuestro testimonio ayude a los padres que lo lean», aseguraron.
«Estar juntos, nuestra fe y saber que un día nos reuniremos con ellas. Esa es nuestra única esperanza», afirmaron.
La historia ya tiene su tiempo, pero ha resurgido con ocasión del decimoquinto aniversario del atentado del 11 de septiembre de 2001. El 30 de marzo de 2002, mientras los bomberos continuaban aún en su interminable esfuerzo por retirar escombros, uno de ellos hizo un descubrimiento cuanto menos extraño: una Biblia incrustada en un trozo de acero fundido. El libro sagrado, completamente adherido al metal, estaba abierto por la página del Sermón de la montaña.
En 2002, un bombero entregó estas páginas al fotógrafo Joel Meyerowitz, que trabajaba en el lugar.
Cuando Joel Meyerowitz recibió el objeto, inmediatamente quedó impactado por el pasaje por donde el libro había quedado abierto: “Oísteis que fue dicho: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.
En 2012, Joel Meyerowitz donó el objeto al museo en memoria del 11 de septiembre, donde se expone tal cual es.
Este 11 de septiembre se cumplen 795 años desde que en Aviñón (Francia) comenzó la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento, práctica que ahora se ha extendido a todo el mundo.
Según indica la Enciclopedia Católica, la adoración perpetua es una expresión que se usa para designar la adoración sin interrupción del Santísimo Sacramento o con pausas de cortos lapsos de tiempo.
El término es utilizado “en un sentido moral, cuando se interrumpe solamente por un corto espacio de tiempo, o por razones imperativas, o por circunstancias fuera de control, para reanudarse, sin embargo, apenas sea posible”, agregó.
La enciclopedia indica que muchos expertos atribuyen el inicio de la adoración de Jesús Eucaristía al momento en el que se estableció la Fiesta de Corpus Christi en 1246, por el Obispo Roberto de Thorete y a sugerencia de Santa Juliana de Mont Cornillon.
Sin embargo, la primera vez que se realizó la adoración perpetua de la que hay constancia fue en Aviñón en 1226.
El 11 de septiembre, el rey Luis VII pidió exponer el Santísimo Sacramento
como una forma de celebrar la victoria sobre los albigenses, una secta que floreció en el sur de Francia en los Siglos XII y XIII.
“En acción de gracias, se expuso el Santísimo Sacramento cubierto con un velo, en la Capilla de la Santa Cruz” de Orleans, resalta la enciclopedia.
Frente a la gran cantidad de personas que se acercaron a adorar a Jesús Eucaristía,
el obispo Pierre de Corbie “estimó conveniente continuar la adoración por la noche, así como de día”.
La Santa Sede ratificó posteriormente esta adoración perpetua, la cual se mantuvo
de manera ininterrumpida hasta 1792, cuando se detuvo por el caos de la Revolución Francesa,
y se retomó en 1829, gracias a los esfuerzos de la “Confraternidad de los Penitentes-Gris”.
La adoración perpetua se fue expandiendo alrededor de Europa, y fue hasta
que se creó la devoción de las Cuarenta Horas, establecida oficialmente en 1592,
cuando realmente se “desarrolló en forma general” esta práctica de fe católica.
La devoción de las Cuarenta Horas extendió la Adoración Perpetua en
“varias iglesias de Roma hasta que gradualmente se extendió a todo el mundo, de forma que puede decirse en verdad
que, durante cada hora del año, el Santísimo Sacramento, expuesto solemnemente, es adorado por multitudes de fieles”,