l capítulo 30 del libro del Éxodo describe con minuciosidad los ingredientes necesarios para hacer el aceite aromático para la santa unción, con la será consagrado el sumo sacerdote, además de los inciensos que arden frente al Altar Santo.
Estos perfumes, bajo sus formas, aceites o inciensos, están reservados para el único servicio de Dios, porque pertenecen a él.
El aceite de la unción es particularmente importante, ya que cuando decimos unción decimos «Ungido», que en hebreo significa «Mesías».
El aceite santo está compuesto por tres ingredientes, como explica Anne Lecu en su libro “Mi hai unto con un profumo di gioia” (edizioni San Paolo).
1) Mirra
La mirra, olorosa y amarga, es el primer perfume del que se habla. Nos lleva del Génesis a la Pasión. Además de en la vida de Cristo, se encuentra en el Salmo 44, que proclama que la ropa del Mesías victorioso debe estar perfumada con mirra.
Luego se encuentra extensamente en el Cantar de los Cantares, como perfume de la Amada. Y es por excelencia el perfume del Mesías, un aroma sin mezcla, muy puro.
2) Cinamomo
El cinamomo oloroso proviene de la cáscara de canela verde. Se encuentra también en el Cantar de los Cantares.
3) Caña aromática
El perfume de la caña aromática proviene de su rizoma, un tallo subterráneo. También se menciona en el Cantar (Ct 4, 14) que recoge todos los aromas del aceite consagrado.
Canna aromatica (o canna odorosa).
4) Casia
Finalmente, la casia, también es una especie, se trata de una cáscara pulverizada como la canela. El arbusto del que se toma es magnífico. Una de las hijas de Job se llama precisamente Casia (Jb 42,14). El perfume es también el final de la desgracia.
Paul Fauré subraya que «los cuatro componentes de este ungüento sagrado parecen provenir de los cuatro punto cardenales». El universo está completamente presente en la realización del aceite con que se crean los mesías. El olor dominante en el perfume del aceite sagrado será precisamente el último, la casia.
Una encuesta en el Reino Unido, reveló que una minoría significativa de británicos cree en el poder de la oración cuando se trata de cuidar su salud mental.
La encuesta de Savanta ComRes, reveló que el 38% de los adultos del Reino Unido creen que la oración es buena para su salud mental. La investigación fue encargada por el Muro Eterno de la Oración Contestada.
Se informó que, 2.075 adultos del Reino Unido participaron de la encuesta. También se encontró que casi la mitad de los encuestados, el 45% están ansiosos por su propio futuro.
Más de la mitad, el 53%, dijo que estaba ansioso por la salud mental de la próxima generación. En otros hallazgos, más de cuatro de cada diez, el 43%, señaló que la oración podría hacerlos sentir más esperanzados, a pesar de que solo una cuarta parte, el 26%, dijo que se sentían más esperanzados hoy, que hace 10 años.
El fundador del Muro Eterno de Oración Contestada, Richard Gamble, dijo que: «Si bien es alentador observar que casi el 40% del país cree que la oración es buena para la salud mental, debemos ver la oración como algo más que una herramienta más en el botiquín de primeros auxilios para el bienestar».
Asimismo, añadió que: «La oración puede traer esperanza, y la esperanza es una de las fuerzas más poderosas del universo. Sabemos que la oración ayuda a las personas a encontrar la paz, lo que es tan difícil de conseguir en estos días», concluyó.
Estoy familiarizado con el término «risa santa», habiéndolo escuchado en el contexto de algunas prácticas espirituales extremadamente carismáticas.
Permítanme comenzar diciendo que, ni un solo versículo de la Biblia verifica o siquiera menciona el concepto de «risa santa».
Por supuesto, muchos versículos se refieren al gozo, el canto, la alabanza, las manos levantadas y el baile como manifestaciones de nuestra respuesta y adoración al Dios que adoramos.
El rey David lo pasó de maravilla regocijándose y «danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, mientras él y todo Israel llevaban el arca del Señor con gritos y sonido de trompetas», 2 Samuel 6: 14-15.
Creo que si alguien arraigado en la Palabra de Dios y disfrutando de su presencia se ve repentinamente abrumado por la risa, bueno, para mí eso es genial. Me he reído entre dientes de la increíble creatividad en su creación. De verdad, la trompa de un elefante es simplemente divertida. Y el gozo genuino, la felicidad centrada en Cristo, es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22).
Risa en la Biblia
La risa se aborda varias veces en la Biblia. A menudo se usa para describir una respuesta burlona o desdeñosa, como fue el caso de Abraham y Sara que se rieron cuando Dios les dijo que darían a luz un hijo en su vejez.
Algunos versículos lo usan como una señal de burla (Salmo 59: 8 ; Salmo 80: 6 ; Proverbios 1:26), y otros hacen declaraciones directas sobre la naturaleza de la risa misma. Salomón hizo la siguiente observación en Eclesiastés 2: 2. “Dije de la risa: ‘Es una locura’ y del placer: ‘¿Qué logra?’”.
Sin embargo, esa no es la risa santa por la que estás preguntando.
¿Dónde se originó la “risa santa”?
El término «risa santa» fue acuñado para describir un fenómeno durante el cual una persona se ríe incontrolablemente, presumiblemente como resultado de estar llena del gozo del Espíritu Santo. Se caracteriza por estallidos de risa incontrolable, a veces acompañados de desmayos o caídas al suelo.
La risa santa hoy se ve ocasionalmente durante avivamientos carismáticos, grupos de oración pequeños o servicios de adoración en la iglesia. Algunos consideran que la risa santa, es una señal de la llenura y / o bautismo del Espíritu Santo.
Otros explican la risa santa como una «histeria colectiva», inducida psicológicamente. Esto ocurre ocasionalmente en entornos altamente emocionales, cuando alguien comienza una actividad y los que lo rodean son estimulados mental, y emocionalmente para unirse al comportamiento.
En resumen, dado que la práctica nunca se menciona en la Biblia, y ciertamente no junto con ningún don espiritual, muchos están de acuerdo en que todas las manifestaciones son impulsadas psicológicamente. Por otro lado, aquellos que experimentan la risa santa, explican el comportamiento como inspirado por el Espíritu Santo.
¿Debería perseguir la risa santa?
Finalmente, ¿debería buscar la risa santa en su vida espiritual?
No, probablemente no. Prácticas como ésta son ajenas a la vida cristiana.
Lo mejor que puedo decir, si la risa santa es inspirada por el Espíritu Santo, no hay nada que puedas hacer para que suceda o para que suceda al intentarlo.
Si el Espíritu Santo alguna vez te inspira una risa santa, disfrútala. De lo contrario, no lo hagas y no te preocupes.
En esta ocasión, repliquemos un conversatorio pastoral en el que hablamos del infierno, del misterio del mal, de la oscuridad, del pecado y las miserias que habitan en nuestro corazón. Y cómo dejarse amar por Dios en este contexto.
Les advierto que fue un compartir muy duro, fuerte, difícil de escuchar. Pero a la vez, lleno de luz, paz, amor, y la serenidad, que solo nos puede brindar la mirada misericordiosa del Padre.
Cuando queremos enfrentar con transparencia y honestidad, las realidades duras y horribles de nuestra vida, solemos, influenciados por la cultura del Mundo en que vivimos moderar o suavizar el peso de maldad y perversidad que tienen.
Unos más que otros, por supuesto… cada uno puede hacer su propio examen de consciencia. Aún más, si lo que buscamos discernir es la miseria que anida en el propio corazón.
¿Cómo debemos mirar nuestro interior?
Recordemos que, gracias al Bautismo, somos templos del Espíritu Santo. Sin embargo, también debemos reconocer que, en nuestro interior, residen también pecados, infidelidades y toda suerte de miserias que nos alejan de Dios.
Es duro decirlo, pero tenemos que mirarnos en el espejo, y reconocer que, así como nuestra vida está llena de hechos y experiencias hermosas y maravillosas, también está enredada con la oscuridad y las tinieblas del pecado.
La única manera de mirar el peso y la gravedad de nuestra miseria es desde los ojos misericordiosos del Padre. Recordemos la parábola del hijo pródigo, cuando el Padre, a lo lejos, se da cuenta de que su hijo está regresando.
Sabe muy bien cómo ha malgastado la herencia, pero – el relato así nos lo muestra – pareciera que no le importa todo lo que había hecho, sino que está vivo, que ha regresado. Lo sigue amando como antes. Es más, parece que quiere mostrarle aún más su amor. Le hace una gran fiesta, le da un anillo, un vestido nuevo y sandalias (Lucas 15, 11-32).
Así lo vemos en otros pasajes del Evangelio. Cómo el Señor tiene un amor predilecto por los pecadores. La actitud que tiene con la mujer que ha sido encontrada flagrantemente en adulterio (Juan 7,53 -8,11), con la samaritana (Juan 4, 1-42).
O cuando va a la casa de Zaqueo (Lucas 19, 1-10) – el cobrador de impuestos. Y con la mujer que se pone a enjugar los pies de Jesús con su cabellera (Lucas 7, 36-50), en la casa del fariseo.
¡Y muchos otros pasajes! en los que Jesús nos muestra que Su Amor no cambia por nuestros pecados. Es más, murió en la Cruz por los pecadores. Vino para salvarnos y no para juzgarnos.
La mirada justiciera
¡Cuántas veces somos nosotros mismos quienes de modo justiciero nos juzgamos! Nos cuesta mirar y reconocer el peso de nuestros pecados y miserias, puesto que es doloroso. A nadie le gusta su pecado.
Por supuesto, causa rechazo y una profunda tristeza la consciencia de que, una y otra vez, huimos y rechazamos el Amor de Dios. Descubrimos en nuestro corazón esa doble voluntad, que tan bien describe San Pablo, cuando nos dice que el Espíritu quiere el amor, pero nuestra carne es débil (Mateo 26, 41).
El problema es que cuando esto ocurre, en realidad estamos huyendo de nosotros mismos. ¿Difícil? Sí… pero tenemos que hacerlo. Pues, si no morimos con Cristo, tampoco participamos de su resurrección (Romanos 6, 8-18).
Nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos. Si no nos vemos desde los ojos del Padre, la consciencia de nuestros pecados y la oscuridad que muchas veces vivimos nos hace caer en el negativismo y la desesperanza. Aceptar y reconocer con humildad y serenidad nuestro lado oscuro, solo es posible con la luz de la Verdad, que brota del encuentro con Dios.
La «otra mirada» es la que aprendemos del mundo o del demonio, que nos recrimina por caer una y otra vez en los mismos pecados. Así nunca vamos a poder perdonarnos.
Es más, no podremos soportar mirarnos y reconocernos. Sin ese Amor de Dios, ¿qué nos puede sostener? ¿Qué esperanza podemos tener, si sabemos que, hace años cojeamos del mismo pie? ¿Nos confesamos de lo mismo?
Llegamos al punto de creer – como lo dice el hermano mayor en la parábola del Padre misericordioso – que no merecemos el Amor del Padre, porque somos pecadores.
La verdad es que, efectivamente, por nuestras conductas no merecemos el Amor de Dios. Pero esa es una manera humana de pensar. Demos gracias a Dios, porque Su Amor es diferente. Que supera nuestra traición, y nos envió a su Hijo único, para salvarnos de nuestros pecados.
Seguimos siendo hijos de Dios
Es verdad que por nuestros pecados – aunque suene horrible y difícil de reconocer – merecemos el infierno. No hay nada que podamos hacer, por lo que merezcamos gozar de la Gloria de Dios, en el Cielo. No lo merecemos, somos unos indignos pecadores.
Pero lo cierto es que Dios nos ama gratuitamente, y Cristo quiso entregar su vida en la Cruz, por libre voluntad. Porque nos ama. Nos ha devuelto la posibilidad de entrar al Cielo, sencillamente por su Amor gratuito.
Por culpa del pecado hemos perdido nuestra semejanza, y, en vez de estar inclinados al amor, tenemos la concupiscencia que no instiga a vivir el egoísmo. Sin embargo, sabemos que no hemos sido radicalmente rotos por alejarnos de Dios. Todavía somos buenos por naturaleza, aunque heridos por el pecado.
El gran reto que nos toca es un combate espiritual, que implica ser fiel al amor que nos tiene el Señor, y rechazar el pecado. Comprometiéndonos a ser responsables con nuestra libertad, optando por la Verdad, y encaminándonos hacia lo Bueno. Llamados a ser otro Cristo, como nos invita repetidas veces San Pablo. (Filipenses 1, 21 / Gálatas 2, 20)
Finalmente, pidamos a Dios que nos conceda la gracia de mirarnos desde Su Misericordia, y no tener miedo de reconocer el pecado que habita en nuestro corazón. Que podemos ser iluminados por Cristo, si es que lo abrimos y dejamos que Él nos perdone y sane nuestras heridas, volviendo a la comunión con el Padre.
Tenemos la confianza que el Señor nos perdona una y otra vez, mientras reconozcamos con humildad quiénes somos y cómo somos ante Dios. No nos ocultemos por nuestros pecados, más bien dejémonos reconciliar por Dios (2 Coríntios 5, 20).