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«Señor perdona mis pecados». Dijo el hombre que robó en una iglesia.

«Señor perdona mis pecados». Dijo el hombre que robó en una iglesia.

El pasado 19 de septiembre, un miembro de la Congregación Cristiana de Brasil, en Santo André, San Pablo, fue asaltado mientras estacionaba su automóvil frente a la iglesia. 

Los ladrones se llevaron su auto, el instrumento con el que que solía tocar en la iglesia y su billetera. Pero por alguna razón, los asaltantes se arrepintieron y devolvieron todos los bienes, e incluso escribieron una carta pidiendo perdón.

El primer acto de arrepentimiento, fue que los asaltantes abandonaron el vehículo en otro barrio con la llave y billetera con todos sus documentos, los cuales fueron encontrados horas después.

Al día siguiente, los bandidos fueron captados por cámaras de la iglesia, yendo al lugar para dejar el instrumento musical, junto con una carta pidiendo perdón por lo sucedido.

Las imágenes que circulan en las redes sociales, muestran a dos personas dejando el saxofón en su estuche sobre la puerta de la iglesia, luego levantan las manos, se arrodillan y ponen la cara en el suelo orando a Dios.

Junto con el instrumento, se encontraron dos cartas. “Señor Dios mío, perdona mis pecados y alivia este dolor de mi corazón. ¡Solo el Señor sabe cómo es mi vida! ¡Estoy devolviendo lo que es del Señor que rescata las almas! ¡Espero que un día pueda liberarme! Te amo Señor”, decía una de las cartas.

En la otra carta, los agresores se disculparon con la víctima. Según los informes, los asaltantes se habrían quedado con una copia de la Santa Biblia.

¿El Cielo es lo mismo que el Paraíso?

¿El Cielo es lo mismo que el Paraíso?

Hay dos ladrones colgados de una cruz junto a Jesús. Uno se burla, el otro muestra un poco de fe y le pide a Jesús que lo recuerde cuando Jesús entre en Su reino. “Jesús le responde: ‘De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso‘”.

¿Por qué no dice, “hoy estarás conmigo en el cielo”? ¿Qué es el paraíso y qué es el cielo? ¿Es una especie de tanque donde van los creyentes antes de la resurrección? ¿O el paraíso es el lugar adonde iban los santos del Antiguo Testamento cuando morían, pero después de la resurrección, cuando la gente muere, iban al cielo? ¿Es el paraíso un lugar diferente al cielo?

Sí. Y no. Responderé a esta pregunta explicando un poco sobre la palabra paraíso y dónde aparece en la Biblia. Pero también es importante comprender un poco sobre el cielo y los cielos nuevos. Con suerte, al final, comprenderá por qué la respuesta es sí y no.

¿Dónde habla la Biblia del paraíso?

Paraíso es una palabra que probablemente se tomó prestada de los persas. Significa «jardín». La palabra aparece en el Antiguo Testamento hebreo solo en tres lugares donde se refiere a un parque ( Ec. 2: 5 ), un bosque ( Neh. 2: 8 ) y un huerto ( Cantar de los Cantares 4:13 ).

El significado religioso, jardín de Dios o Paraíso, entró en el pensamiento y el vocabulario judío después del exilio babilónico, se combinó con la esperanza de un escatón bendito y aparece en los apócrifos y con frecuencia en otros escritos judíos tempranos.

Así, en la época del Nuevo Testamento, el paraíso se convirtió en sinónimo de descansar en la presencia de Dios. La palabra paradeisos  solo aparece tres veces en el Nuevo Testamento. 

Es sorprendente que la palabra paraíso solo aparezca seis veces en las Escrituras. Y, sin embargo, el concepto de la presencia de Dios con la humanidad está por todas partes.

¿Qué es el paraíso y qué es el cielo?

Si usamos la más simple de las definiciones para paraíso y cielo, vemos que son prácticamente sinónimos. Ambos se refieren a un lugar de felicidad que está lleno de la buena presencia de Dios. 

En 2 Corintios 12: 4, Pablo parece referirse al «tercer cielo» y al «paraíso» como el mismo lugar. Cuando Jesús le dice al ladrón que estará con él en el paraíso, ciertamente no está mal conectar esto con la declaración de Pablo de que «partir» es estar en la presencia de Jesús.

Entonces, para responder qué es el paraíso y es el cielo, debemos preguntarnos, ¿son el paraíso y el cielo la misma cosa? Creo que la respuesta a esa pregunta depende de lo que entiendas por cielo. 

Cuando un creyente en Cristo muere hoy, ¿van al cielo? Sí. Cuando un creyente en Cristo muere hoy, ¿va al paraíso? Sí. En ese sentido, los dos son sinónimos. Pero el cielo de hoy no será el mismo que el de mañana.

Conclusión

¿Qué es el paraíso y qué es el cielo? Bueno, depende de tu definición. ¿Estás hablando de ubicación? Si es así, ¿se refiere al cielo nuevo / tierra nueva o al cielo tal como existe actualmente? Si quiere decir como existe actualmente, creo que puede hacer un argumento de calidad de las Escrituras de que los dos son sinónimos. 

Pero el paraíso / cielo que existe actualmente no es el mismo que nos espera por toda la eternidad cuando Cristo regrese. Esperamos la resurrección, nuestra última y bendita esperanza. Hasta entonces, cuando muramos, sabemos que estamos en la presencia de Cristo. 

¡Se puede construir una iglesia domestica con tu familia!

¡Se puede construir una iglesia domestica con tu familia!

La familia es la iglesia doméstica, una escuela de amor y virtud. ¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a vivir esos valores para crear y fomentar a través de hábitos prácticos el respeto por la vida, la experiencia de la fe y el deseo de un destino de eternidad?

Escribir la historia de tu familia

Anima a tus hijos y a otros integrantes de la familia a escribir algunas de las historias más relevantes que hayan marcado sus vidas. Recolecta artículos, historias o libros que tú u otras personas hayan escrito sobre la familia. Crea un árbol genealógico, ya que proporciona una perspectiva para aquellos que no pueden recordar a sus bisabuelos. La familia ocupa un lugar importante en la vida de cualquier persona y es bueno conocer su historia.

Rezar y compartir la Palabra de Dios

Aunque cada uno tenga un espacio o tiempo de oración personal, se sabe que la oración compartida con otros es muy especial porque el mismo Jesús ha dicho “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.” (Mateo 18, 20).

Una oración por más simple que sea, al compartirse invita a la presencia de Dios y nos mantiene unidos. Esta se puede incorporar en la rutina familiar con mucha sencillez y pocas palabras. Cada día es una bendición y tomarse un momento para elevar unas palabras al cielo hará una diferencia ante todo tipo de circunstancias que nos tocan vivir como familia.

Empezar o terminar el día con una oración

Por la mañana la oración es un despertar del corazón y de la mente que nos predispone a estar positivos y hacer tareas con más felicidad y confianza. Una breve oración por la mañana en el desayuno, antes de salir de casa o en el coche camino al colegio o al trabajo, nos pone en presencia de Dios y nos ayuda a visualizarlo a lo largo del día.

Otra gran oportunidad es rezar por la noche al ser un tiempo de invitación al reposo. Antes de meterse en la cama o ya estando en ella, se puede hacer una breve oración con los hijos y darles un beso de buenas noches. Este hábito les ayuda a hacer un examen de conciencia, a agradecer el día y pedir por sus sueños y un buen descanso en Dios.

Compartir el Evangelio

La Palabra de Dios va moldeando nuestros pensamientos y nos aporta sabiduría para la vida. Por eso, busca modos de hacer llegar esas palabras a tu casa. Puedes poner la cita bíblica del domingo en un lugar que esté a la vista como la puerta de la nevera o cerca de la puerta de entrada de la casa. Otro modo es incluir alguna cita en las tarjetas de Navidad o utilizar algunas para leer en las comidas o en el mismo momento de la bendición de la mesa.

FAMILY DINNER
Bendecir los alimentos es un acto de gratitud con Dios y de humildad.

Bendecir los alimentos

El mismo Jesús bendijo los alimentos y siguiendo la tradición de los primeros cristianos, la oración en la mesa por breve que sea está llena de gratitud, súplica y alabanza. Es una oración muy completa con pocas palabras. Con ella sabemos que necesitamos ser cuidados pero no solo para tener un plato de comida, sino para dejar que nos nutra y nos brinde salud y bienestar.

Crear un espacio físico para Dios en el hogar

Es bueno tener en casa un lugar de oración con libros, objetos religiosos e iconos al cual acudir. Puede ser incluso un pequeño pero bonito altar que invite a encontrarnos con Dios. De hecho, puede ser utilizado como punto de encuentro para la familia al rezar juntos el Santo Rosario o poner en común alguna intención especial en momentos concretos en que un integrante de la familia lo necesite.

Crear memorias, rituales y tradiciones

La historia y los rituales nos unen y expresan nuestros valores. Nos ayudan a crear un sentido de identidad, seguridad y pertenencia creando recuerdos compartidos. Tanto los días festivos como las celebraciones y fechas especiales que vivimos en familia son motivos para celebrar la vida e incluso recordar a los que nos han precedido como un don de Dios.

GRANDPARENTS
La celebración es una expresión de amor en familia.

Celebrar ocasiones especiales

Las celebraciones familiares como días festivos, vacaciones, aniversarios y fiestas de cumpleaños, brindan ocasiones familiares alegres para todos y a menudo es la única ocasión en la que podemos encontrarnos todos. Cuando las familias se juntan, hablan y comparten su historia. Deja que los recuerdos fluyan libremente y no dejes pasar esos momentos valiosos.

Guardar y tomar fotografías

Nunca es demasiado tarde para comenzar un álbum de fotografías de la familia extendida. Pídele a los miembros de tu familia que hagan copias de algunas de sus fotos favoritas de las fiestas o reuniones pasadas. Comienza a grabar vídeos o tomar más fotos para luego poder organizar una presentación de diapositivas familiares durante algún evento familiar.

Conservar tesoros familiares

Conserva reliquias familiares, ya que son excelentes para iniciar conversaciones. Algo tan simple como una pintura de la abuela puede traer recuerdos de varias generaciones y nos ayuda a apreciar más las cosas. Haz que los niños hagan dibujos de algo importante para ellos como sus casas, mascotas, amigos e inclúyelos en un álbum. Puede que los dibujos no parezcan tan relevantes en este momento, pero en unos años todos disfrutarán mirándolos.

Lo que ocurre en nuestros hogares moldeará quiénes serán nuestros hijos cuando sean mayores.

Compartir el compromiso cristiano

Gran parte de lo que ocurre en nuestros hogares moldeará quiénes serán nuestros hijos cuando sean mayores y lo que harán en el mundo. Es importante ser intencionales sobre la vida de fe en el hogar y poner la energía en formar relaciones duraderas teniendo en cuenta los recursos de la gracia y los buenos ejemplos.

Celebrar con alegría los Sacramentos

Los sacramentos son mucho más que una ceremonia para la cual tenemos que prepararnos. Son formas en que Dios se acerca a nosotros y nos ofrece un regalo para toda la vida, un regalo de gracia de amor para compartir con los que nos rodean. Conocer la historia de cómo se desarrolló un sacramento en particular es una forma útil de reavivar nuestro respeto por su práctica. Podemos enseñarles a nuestros hijos que recurrir a la Eucaristía con regularidad así como buscar la reconciliación con frecuencia, son recursos que nos fortalecen como familia.

Buscar fomentar buenas amistades

Es clave enseñar a los hijos el valor de las relaciones y buscar formar relaciones profundas con amigos que compartan la fe. Esto no siempre es posible dependiendo de dónde uno vive, pero es verdad que las personas con las que pasamos más tiempo, suelen ser las que más nos influyen. Tener amigos cristianos cerca contribuye en gran medida a acercarnos a Dios.

Seguir modelos de santidad

La vida de los santos nos ayuda a trabajar virtudes. Esas historias heroicas pueden llenarnos de inspiración, incluso las de aquellas familias cristianas que han sido un ejemplo de superación y esperanza para otros. Una manera de acercarnos a ellas es a través de la lectura o las películas tanto para adultos como para niños, así como también celebrando aquellos días en los cuales se conmemora la fiesta de los santos especialmente si alguien de la familia lleva el nombre de alguno.

Apoyar la comunidad de fe

Nuestra fe no es un asunto privado. Como familia somos parte de una comunidad cristiana. Las familias deben estar vinculadas a una parroquia sabiendo que ser feligreses también significa participar activamente en otros espacios y más allá de la Misa dominical.

Vivir los eventos de la parroquia en casa

Muchos eventos están relacionados con el calendario litúrgico. Esto puede servir como un gran vínculo entre la parroquia y el hogar. Las tradiciones familiares durante el Adviento o la Cuaresma están llenas de vínculos explícitos con la vida parroquial. Por ejemplo, a principios de noviembre nuestros hijos pueden escribir los nombres de sus seres queridos difuntos en el libro de oración de la parroquia y luego ser conscientes de rezar por ellos todo el mes.

Participar de un acto de servicio en familia

Ayudar en el comedor de la parroquia por ejemplo nos enseña que la fe debe expresarse en acciones. Puede ser leyendo, cantando, sirviendo en el altar o pasando la colecta un modo de hacer un aporte. Los niños incluso pueden poner su propio dinero participando de una donación a causas dignas, así como también participar de obras de caridad con su tiempo y en contacto con los necesitados.

Recibir a invitados con amor y hospitalidad

Una de las características de la familia cristiana es tener un hogar abierto a los demás con una disposición cordial y generosa. Darle la bienvenida y recibir a otros en nuestro hogar significa que invitamos a alguien que necesita un plato de comida o una palabra de aliento. Mostrar a nuestros hijos que amamos compartir nuestras bendiciones y compartir el gozo de nuestra familia con los demás es una lección que permanecerá con ellos para siempre.

¿Cuál es la verdadera importancia de la oración?

¿Cuál es la verdadera importancia de la oración?

Cuántas veces, los que tenemos cierta práctica de oración, nos lamentamos, incluso nos recriminamos diciendo: «No he rezado lo que debía», «me faltó mi rosario», «hubiese querido rezar más», etc.

Y cuántas veces, al acercarnos al confesionario, hemos pedido perdón al Señor, por haber sido displicentes con nuestra vida de oración, y dedicarle tan poco tiempo para una relación personal de amor que necesitamos.

Les quiero compartir algo que estuve meditando y rezando sobre esa necesidad que tenemos, como personas de fe, de rezar.

Sabemos que la oración es como el oxígeno, que necesitamos para vivir

Sin la respiración morimos. Con las justas, nos aguantamos un minuto. Así mismo, nos sucede con la comida o el agua. No podemos pasar muchos días sin comer al menos un pedazo de pan, y ni qué decir del agua.

Entonces, si es algo tan claro para nosotros, que la oración es fundamental, y difícilmente crecemos en nuestra vida cristiana sin rezar, entonces, ¿por qué no la tenemos como lo primero y más importante cada día de nuestras vidas?

Cuando no lo hacemos, nos cuesta mucho más el combate contra nuestros pecados. Nos volvemos superficiales en nuestra relación con Dios.

Nos vamos olvidando el amor que estamos llamados a vivir. Y finalmente, se nos acaba esa gracia del Espíritu, que nos permite reconocer a Dios como nuestra Padre, amar al prójimo como Jesús nos ama y cargar las cruces de la vida.

Estamos llamados a dar gloria a Dios

Como hijos de Dios, nuestra vocación principal, es glorificar a nuestro Señor. La liturgia, que es el culto público que rendimos a nuestro Padre, en Cristo, a través del Espíritu, es la forma como eclesialmente, glorificamos a Dios.

Es el primer mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas. El segundo, también nos invita a esa actitud: guardar el domingo y días de fiesta.

Sin embargo, muchas veces, ponemos nuestras cosas antes que Dios. ¡Ojo! No me refiero a cosas sin importancia… muchas veces, tenemos tantas responsabilidades apostólicas, necesidades en el trabajo, preocupaciones familiares, o quehaceres urgentes… que posponemos la oración.

Por supuesto, no les quiero decir que dejen sus responsabilidades por rezar. Lo que debemos hacer, hay que hacerlo. Es parte de la vida. Son compromisos y responsabilidades que exigen toda nuestra preocupación y atención.

No obstante, Dios es lo primero y es necesario que pongamos en la balanza nuestras prioridades.

Cambiemos el «tengo que rezar» por «voy a adorar a mi Señor»

¿Qué les parece si en vez de pensar «tengo que rezar», pensamos «voy  a tener un encuentro hermoso con Dios»?

Voy a dejar un momento mis deberes y a ofrecer con libertad, voluntad y amor un rato de oración, de moritificación o de penitencia.

Si se dan cuenta, ya no estoy enfocando la oración —simplemente— como algo necesario, sino como un acto de mortificación, una penitencia.

Me cuesta «la vida» dejar esta responsabilidad laboral, apostólica, familiar… sé que debo poner todo mi corazón en eso… Pero, por amor a Dios, voy a renunciar a ese deseo, por más auténtico y correcto que sea.

Renunciaré a hacer o cumplir esa meta apostólica de la manera perfecta como me interesa a mí, porque la gloria a Dios es lo principal.

La práctica de la mortificación como ejercicio espiritual

la oración, Una manera distinta de entender por qué es tan importante rezar

En el mundo que vivimos, incluso, en la manera como nosotros —cristianos— entendemos nuestra lucha espiritual, creo que hemos abandonado mucho esta práctica tan básica y tradicional de la espiritualidad cristiana.

Quizás la idea de que usos como el silicio o prácticas para mortificar la carne, hayan sido propias de un momento histórico de la Iglesia, nos hagan pensar que ya no es tan necesario cultivarla.

¡Nada más lejano a la realidad! Esa práctica religiosa de la mortificación es tan básica y esencial como la oración. Lo que les invito es a que entendamos la oración misma, como una práctica de penitencia o mortificación.

En el sentido que expliqué arriba. Como una renuncia que hacemos a nuestras responsabilidades para poner en primer lugar, de modo efectivo, la oración.

Si además, a esto le sumamos el hecho de que nuestra cultura actual recalca tanto el sentirse bien, el guiarse por el capricho y los gustos personales, así como creer que la felicidad está en la ausencia del esfuerzo, del dolor y cualquier tipo de sacrificio…

Podemos entender un poquito mejor, por qué se nos hace difícil esa renuncia voluntaria de la libertad, para dedicar minutos del día, al encuentro y relación con Dios.

Recemos por amor y no por deber

Quisiera dejarles una última pastillita espiritual. Quizás les pueda ayudar comprender nuestra vida de actividades espirituales —los sacramentos, el rosario, la lectura de las Sagradas Escrituras, lecturas espirituales, coronillas, etc.—como un acto de amor a Dios.

No lo entendamos como algo que responde a un mero «sentido del deber». Fruto de un cumplimiento burocrático de algunos deberes mínimos para estar a la altura de un cristiano promedio. Eso es lo más absurdo que podríamos pensar.

El llamado que nos hace Cristo es siempre a la vivencia del amor. La perspectiva cristiana de la vida es, fundamentalmente, el amor.

Si no entendemos nuestra vida espiritual, nuestra relación con Cristo y las responsabilidades como cristianos, desde ese llamado esencial, entonces algo está mal comprendido.

Algo está mal en nuestra relación con Dios. Hemos dicho varias veces, como la esencia de la vida cristiana es la relación personal de amor con Cristo. Desde esa vocación brota el sentido del deber. Si amamos a Dios, entonces cumplimos sus mandamientos.

Finalmente, pidamos al Señor su gracia, su fuerza y la acción del Espíritu, para que podamos vivir lo que hemos reflexionado.