Se dice que siempre se les veía juntos a Simón y a Judas predicando el Evangelio, los dos fueron apóstoles de Jesús hasta el punto de derramar la sangre por la fe.
El Señor los llamó para completar el número de los doce apóstoles, encargados de ser los continuadores de la obra de Jesús en el mundo (recuerda que tú también estás llamado).
Este día nos permite recordar la vida y el testimonio de estos grandes apóstoles de la fe, pero también nos invita a aprender de ellos. Es por esto que hoy quiero compartir contigo tres lecciones de fe que nos recuerdan que el camino al cielo también se recorre con los amigos.
Y que el dolor, el sufrimiento y la angustia, no serán nada comparados con la dicha de contemplar el rostro de Nuestro Señor en el cielo algún día.
1. La fe hasta el martirio
Simón y Judas como predicadores de la Palabra, estuvieron en diversas tierras anunciando el Evangelio y la fe. Y es en medio de esta misión evangelizadora en la que ambos viven el martirio, en Persia, Judas es decapitado y Simón descuartizado.
El testimonio de ambos santos debe llevarnos a preguntarnos acerca de nuestra propia fe: ¿cómo vivimos esa fe que profesamos aun cuando estamos en situaciones difíciles y hasta de posible persecución?, ¿estaríamos dispuestos a morir por el Evangelio?
Simón y Judas nos motivan a plantearnos cómo estamos anunciando el Evangelio a los que nos rodean, o si ante cualquier situación de crítica o rechazo, de inmediato abandonamos la misión.
2. Dejarlo todo por el Evangelio
Su historia es también la historia de dos hombres que dejaron todo para seguir muy de cerca a Cristo y que difundieron su figura por muchos de los reinos conocidos entonces.
Simón pertenecía al grupo formado en Israel. Se llamaban los zelotes. Su misión era trabajar fuertemente contra la invasión romana en su territorio. Sin embargo, la escucha de la palabra y la persona de Cristo fue para él el aliciente para dejarlo todo y seguir al Maestro.
¿Cómo está nuestra renuncia espiritual y material?, ¿tenemos claras las prioridades de la vida, con miras a la salvación de las almas?, ¿hasta dónde serías capaz de ir por cumplir el llamado del Señor?
3. Vivir la amistad
Como ya se ha dicho, esta fiesta se celebra en conjunto, pues diversos testimonios narran que Judas y Simón vivían el mandato de ir de dos en dos a predicar el Evangelio, su llamado forjó una amistad en la misión.
Ambos recibieron al Espíritu Santo en pentecostés, y además de presenciar los milagros de Jesús, también hacían parte de quienes le escuchaban enseñar, presenciaron su aparición resucitado y su posterior ascensión al cielo. ¡Qué afortunados!
¿Tus amistades construyen caminos de santidad?, ¿permiten escuchar conjuntamente las palabras del Maestro?, ¿acerco a mis amigos a Dios?, ¿les hablo de Él?, ¿doy testimonio de sus enseñanzas?
Estos son algunos de los aprendizajes que nos dejan estos grandes santos, pero lo principal es que nos recuerdan la importancia de escuchar a Dios, amarle, seguirle y construir la santidad en la vida personal para así llevar a muchos hacia Él.
María Macanás nació con espina bífida. Cuando nació le dijeron a su madre que era mejor abortarla, sin embargo, su mamá decidió continuar con su vida y ahora es un verdadero milagro.
Macanás cuenta que le dijeron a su madre que ella no iba a poder pararse de una silla de ruedas y que sería prácticamente un vegetal.
La mujer cuenta que durante su infancia tuvo que asistir a sesiones de rehabilitación que le resultaban muy dolorosas. Sin embargo, la madre hizo todo lo posible para que ella no estuviese condicionada.
María siempre le pedía a Dios ser normal, desde el punto de vista social, y cuenta que no entendía el motivo de su condición.
Sin embargo, Dios le mostró el significado de su vida. María manifestó que no se trataba de un “¿por qué?” sino de un ¿Para qué?
Asimismo, dijo que era insegura pero comenzó a verse con los ojos cariñosos de Dios: “(…) cuando ves que te quiere tal cual eres y que te ha creado así, ¿cómo no te vas a querer tú?», dijo.
María aprendió a agradecerle al Señor por su vida y dejó atrás su enfado contra él.
Hoy la mujer tiene un gran testimonio de recuperación, puede caminar, lleva una vida normal y se dedica a sus estudios universitarios como cualquier otra chica.
El adulterio es una falta grave dentro del matrimonio. Este comportamiento causa gran sufrimiento en nuestras parejas, sus heridas pueden dejar cicatrices a largo plazo.
Desde el cristianismo hay posiciones encontradas respecto a si el adulterio debe terminar en la separación de la pareja.
Algunos aseguran que Jesús permitió que las parejas en adulterio se separaran, pero hay otros que aseguran lo contrario.
Jesús habló sobre el adulterio en Mateo 3: “Y yo les digo:
‘cualquiera que se divorcie de su esposa, excepto por inmoralidad sexual, y se case con otra, comete adulterio’.
Sin embargo, John Piper, dice que el griego utilizado en las escrituras, revela que Jesús no veía como un motivo de separación el adulterio, sino la fornicación, en otras palabras, una pareja podría separarse si al enterarse de que su esposa o esposo tuvo relaciones antes del matrimonio.
Por otro lado, también vale la pena acotar que Jesús aborrece el divorcio y lo indica a lo lago de las Escrituras.
Además, Jesús, deja claro que una pareja al divorciarse si está con otra persona comete adulterio.
El adulterio y el posterior divorcio lo que haría es aumentar el nivel de dolor y de pecado.
Sin embargo, en la Biblia no existe alguna instrucción que inste a las personas a tolerar la infidelidad de su pareja, de hecho, Deuteronomio 21:1-4
nos permite entregar carta de divorcio.
Deuteronomio 24:1-4: “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa.
Cuando se presenta una situación que amenaza con el fin del matrimonio, la pareja debe entrar en oración intensa.
Además, las persona afectada si desea separarse no debe ser juzgada o apartadas como si fuese quien cometió el adulterio.
Sin embargo, puede ocurrir que la pareja se separe y el matrimonio se restaure a futuro, eso dependerá de los involucrados.
El perdón también es parte de lo que nos pide el Señor, así que no necesariamente el adulterio puede causar la separación
pero dependerá de cada pareja y de la voluntad del Señor si permanecerán unidos o no.
Los misterios son esos momentos en los que Dios se hace presente en mi camino, en mi vida, revelándome sus deseos, sus sueños, su amor hacia mí.
Son esos momentos sagrados en los que en medio de la noche rompe la luz de la esperanza que brota de su corazón de Padre, del corazón de María.
En esos momentos duros comprendo que la cruz bendice el mundo aunque no lo entienda, sigo buscando respuestas, sabiendo que no vendrán. Pero comprendo que sólo Dios sabe lo está pasando en la oscuridad que vivo cuando sufro.
Recorro también esos misterios alegres, momentos llenos de luz en los que el cielo se hace presente en medio de la tierra. ¡Cómo olvidarlos si en ellos toqué la piel de Dios en piel humana! Momentos de Tabor donde el misterio se me revela y veo a Dios sonriéndome.
Acaricio en las cuentas también esos instantes en los que las decisiones tomadas se hacen vida. Misterios sagrados en los que comprendo que Dios pasa de forma silenciosa en medio de mis dificultades, en medio de mis cruces y alegrías y me muestra el camino a seguir, a veces con dudas.
Acaricio también esos misterios de esperanza en medio de este mundo tan desesperanzado.
La verdad es que recorrer los misterios de mi vida me confronta con el Dios de mi camino. Él va caminando conmigo siempre y va tejiendo un tapiz, una obra de arte. Él y yo los dos en el mismo camino, en la misma barca.
Por eso me gusta acariciar las cuentas del rosario alabando a Dios y alegrándome con María. Sin ellos mi vida se queda vacía y el camino deja de contar con su presencia.
Al repetir esas alabanzas cadenciosas del rosario el alma se llena de gratitud y brota súbitamente el silencio.
¡Cuánto me cuesta callar para poder tocar a Dios en el silencio! No sé bien cómo sucede, pero acariciando las cuentas de mi rosario, Dios me acaba susurrando no sé bien que cosas. Quizás no son muchas, sólo las importantes.
Me dice que me quiere, que me ha elegido, que en cada cosa que me pasa Él está conmigo y no me va a dejar nunca.
Y así me lleno de alegría, de una paz inmensa mientras acaricio las cuentas de mi rosario. No pienso en nada, no lo necesito. No busco soluciones ni espero sabias respuestas. Y no quiero solucionar mis dudas ni pretendo tenerlo todo claro.
Sólo sé que en ese silencio con Dios recupero la paz y me quedo tranquilo. Dios sabe mejor lo que me conviene más allá de las peticiones concretas que le grito al oído.
Sabe lo que necesito y sufre conmigo en todo lo que me pasa, mientras desgrano las cuentas de mi rosario.
Lo único que me promete es que estará conmigo cada día, ya sea malo o bueno, soleado o lleno de nubes. Camina a mi lado sin soltarme la mano, así como yo mismo no suelto las cuentas de mi rosario.
Y entonces percibo su mano en la mía y me tranquilizo. Seguiré sin tenerlo todo claro, pero al menos se me habrá colado en el alma la paz al pensar en esos misterios de mi historia, en todo lo que ha pasado en mi vida.
Son esos momentos sagrados en los que Dios sale a mi encuentro para decirme que me ama.
Por eso me gusta caminar mientras acaricio las cuentas de mi rosario. Y le doy gracias a Dios por ser peregrino y por ser capaz no sé bien cómo de echar raíces en esa tierra que piso.
Rezar el rosario con María, en su corazón de Madre, calma mi sed, sacia mi hambre y me da una luz para la vida cuando me desanimo y pierdo la esperanza. Renuevo mi alianza de amor con Ella y la vuelvo a elegir.
Sin Ella estaría perdido. Ella sostiene mis pasos, levanta mi mirada y me hace confiar dejando a un lado mis miedos.
Camino y paso las cuentas de mi rosario. Y renuevo mi sí, me alegro por ese Dios que camina conmigo. Y no dejo de esperar su abrazo cada día.
Esa presencia de María en mi camino me va haciendo más dócil a Dios. Va despertando en mi corazón del deseo de entregarme totalmente a sus planes.
Decía el P. Kentenich: «La palabra entrega total. ¿Qué significa? Es la disponibilidad del corazón para consentir a Dios, incluso atendiendo a sus más mínimos deseos».
Para que ello sea posible es necesario aprender a confiar en el silencio de mi oración, en ese diálogo callado con Dios mientras camino.
En ese encuentro personal con María cuando recorro mi vida y Ella va cambiándome por dentro y me va haciendo dócil a los más leves deseos de Dios.
Creo que a veces me puedo enamorar de ciertos ideales que me encienden, de proyectos que despiertan mi deseo de cambiar el mundo.
Puede fascinarme esa gran misión que se abre ante mis ojos, pero mientras no esté profundamente enamorados de Dios, de un Dios personal, todo será muy frágil.
Si la oración no me ata a Dios en lo más íntimo mis propósitos y elecciones no serán tan firmes. Es el amor a la persona lo que me cambia por dentro. Al amor a Jesús hombre, a María hecha carne en mi vida.
Es ese amor único que Dios me hace recordar cada vez que recorro como un niño los misterios de mi vida. Y así me enciendo en ese amor siempre de nuevo. Un amor cálido y profundo, un amor que me transforma por dentro para siempre. Un amor personal que me salva.
Llevar una vida santa suena difícil. A veces podemos pensar que la clave para la santidad consiste en rezar la devoción adecuada o un cierto número de rosarios.
El camino a la santidad de hecho es mucho más sencillo que eso, aunque puede ser difícil practicarlo de forma regular.
El sacerdote jesuita Jean Pierre de Caussade escribió en su clásico espiritual, Abandonment to Divine Providence (Abandono a la Divina Providencia), que la clave para la santidad es de hecho bastante sencilla.
Él escribe, “para alcanzar la máxima perfección, la forma más prudente y segura es aceptar las cruces enviadas por la Providencia en cada momento”. En otras palabras, “la verdadera piedra filosofal es la sumisión a la voluntad de Dios que transforma en oro divino todas sus ocupaciones, angustias y sufrimientos.”
Caussade explica, “la santidad, entonces, consiste en querer todo lo que Dios quiere para nosotros. ¡Sí! La santidad del corazón es un simple ‘fiat’, una conformidad de voluntad con la voluntad de Dios».
Esencialmente, está tratando de transmitir al lector que la santidad no consiste tanto en hacer «grandes cosas», sino simplemente en hacer la voluntad de Dios. Esto quiere decir aceptar todas las cruces o tribulaciones que Dios permita, así como todo el bien que mande.
Este tipo de abandono a la voluntad de Dios es lo que ha marcado a cada santo canonizado a lo largo de la historia. Se vuelven humildes alineando su voluntad con la voluntad de Dios, buscando hacer su voluntad por encima de todas las cosas.
Esto implica una cierta confianza en Dios, la certeza de que Dios tiene un plan para tu vida y que te guiará a través de cada momento de sufrimiento y alegría. Significa ver a Dios en todas las cosas, guardando su voluntad en tu corazón.
Como siempre, la Virgen María es nuestro modelo para este tipo de abandono a la voluntad de Dios. Que ella nos ayude a aceptar la voluntad de Dios y a confiar en que él nos llevará a una recompensa eterna y habrán valido la pena nuestros sufrimientos y sacrificios en esta tierra.