Lo primero que debemos decir es que para los cristianos, aunque obremos mal, seguimos siendo buenos a los ojos de Dios. Estamos heridos por el pecado, sin embargo, la creación sigue siendo buena.
No hemos perdido nuestra imagen divina. Aunque todo esto se ve dañado por el mal. ¿Por qué? ¿Cómo? Lo dicho puede parecernos normal, pero para muchas culturas, filosofías y religiones distintas al cristianismo, el mal y el bien coexisten, es decir, son dos realidades que siempre existieron juntas.
La verdad es que no deja de ser una interpretación de la realidad con una aparente sensatez, o sentido común. Basta una mirada al mundo, a la sociedad en que vivimos, los lugares que frecuentamos, nuestra misma familia, e incluso, nosotros mismos. Para darnos cuenta que son dos realidades que están siempre juntas.
1. ¿Cómo explicar y entender la diferencia y origen del bien y del mal?
El mal es una ausencia de bien. El mal es una cierta falta, limitación o distorsión del bien. Propiamente dicho, el mal existe en tanto haya una ausencia del bien. Ya sea físico —en tanto degradación de la materia—, o moral debido al mal uso de nuestra libertad (pecado).
Por eso el mal siempre es algo referido al bien. Sufrimos a causa de un bien del que no participamos. Ya sea por estar excluidos de algo que merecemos, o del que nosotros mismos nos hemos privado. Por eso nos debe quedar claro que, el bien y el amor de Dios están antes que la presencia del mal.
El mal surge, solamente, cuando Lucifer decide desobedecerle a Dios. Y tentando al ser humano, nos induce al pecado. Solamente desde entonces, la creación y la naturaleza humana están impregnadas del mal.
Por lo tanto, Dios no tiene ninguna culpa del mal en nuestras vidas. Es algo sin sentido, echarle la culpa o renegar de Dios, porque suceden cosas malas en nuestra vida. La realidad es así, pues Lucifer y nuestros primeros padres decidieron cerrar el corazón al Amor de Dios.
2. Una nueva creación gloriosa
No obstante, Dios nunca nos abandona. Es más, nos regala una nueva creación. Nuestro Padre del Cielo, envía a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz, para luego resucitar, y así crear un mundo nuevo.
Cuando Cristo resucita no está «arreglando» este mundo en que vivimos. Lo que Cristo hizo con su muerte y resurrección, fue darle término a esta realidad corrompida por el pecado, y empezar una nueva realidad. Una realidad gloriosa. Precisamente por eso, decimos: «una Nueva Creación».
¡Así que ánimo! Abramos nuestro corazón a Cristo, y antes de lanzarnos a renegar de Dios por nuestro sufrimiento o por el mal que vemos a diario en todas partes, pensemos que Él es quien nos abre las puertas del Cielo y nos perdona siempre.
Normalmente, cuando alguien nos pide que recemos por una intención específica, tenemos nuestra oración de «cabecera». Puede ser el Rosario, un Padrenuestro, o simplemente un sincero ruego a Dios.
San Pío de Pietrelcina (más comúnmente conocido como Padre Pío) tuvo su oración favorita que oró por todos los que pidieron sus oraciones.
Cada día muchas personas, ya sea en persona o por carta, le pedían al Padre Pío que orara por una intención específica y muchas veces esta intención fue milagrosamente respondida por Dios.
A continuación se encuentra la oración que el Padre Pío rezaba cada vez que quería interceder por alguien.
Novena eficaz
En realidad, es una oración compuesta por santa Margarita María Alacoque y comúnmente se llama la «Novena Eficaz del Sagrado Corazón de Jesús».
Ella era una santa que vivió en el siglo XVII y durante su vida recibió múltiples visiones de Jesús.
Muchos creen que esta es una oración poderosa porque llama al corazón de Jesús a tener misericordia de nosotros y de nuestras peticiones.
El corazón de Jesús está lleno de amor y compasión. Y esta oración confía en ese amor, creyendo que él es lo suficientemente tierno como para dar generosamente nuestra petición, si es en su santa voluntad.
Por encima de todo, se debe orar con una fe sincera, como el Padre Pío la habría rezado, y no como una fórmula mágica.
Dios no es un genio que nos otorga el deseo que pedimos, sino que responde con amor a un niño que pide algo, sabiendo exactamente lo que necesitamos.
Oración
I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: «En verdad les digo, pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá». He aquí que, confiando en tus santas palabras, yo llamo, busco, y pido la gracia……Padre Nuestro, Avemaría y Gloria. Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío en Ti.II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: «En verdad les digo, pasarán los cielos y la tierra pero mis palabras jamás pasarán»He ahí que yo, confiando en lo infalible de tus santas palabras pido la gracia……Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío Ti.III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: «En verdad les digo, todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, se les concederá». He ahí que yo, al Padre Eterno y en tu nombre pido la gracia…….Padre Nuestro, Avemaría y Gloria. Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío Ti.¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, el cual es imposible no sentir compasión por los infelices, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que pedimos en nombre del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre, San José, padre adoptivo del Sagrado Corazón de Jesús, ruega por nosotros. Amén.
¿Cómo estar seguro de mi fe? Parece tabú dentro de nuestras comunidades creyentes decir: «Tengo dudas» o peor… decir «no sé», porque sentimos que saberlo todo es signo de ser fieles a Dios o a nuestra comunidad.
Dudas como ¿qué es bueno y qué es malo?, ¿existe tal cosa?, ¿quién tiene la verdad o cada quien puede tener su verdad?, ¿es el infierno una teoría o existe?, ¿es un estado del alma que empieza en vida o es un lugar después de la vida?, ¿en todas las religiones está Dios o no?, ¿cómo encontrar respuestas tan profundas?
1. Reclama y llora a Dios, sin guardarte nada
Busqué acompañamiento espiritual con Él en medio de la pandemia y un jesuita me dijo: «Yo sé que tienes miedo, todos tenemos: nos cuestionamos la vida, el futuro, el sentido de todo esto. Qué hace Dios, dónde está, pero mientras más dejes que esas preguntas salgan, más rápido hallarás respuestas».
Y es verdad, es como el método socrático de preguntar y preguntar. Y como decía san Ignacio de Loyola: «lo que no sale a la luz, lo aprovecha el demonio para seguirnos paralizando en confusiones».
Llórale a Dios, dile que no puedes más con esas dudas… Al final nuestra frustración es un dolor del corazón que busca incansablemente a su Todo.
2. Pídele su sabiduría
Hay una verdad que me queda clara: ¡Yo no soy Dios! Cuando entramos a lo profundo de la verdad, de la búsqueda de lo absoluto… tenemos dos opciones: o nos enredamos en nuestro pequeñísimo entendimiento o nos abrimos al Creador:
«¡Ey! ¡Dios! Eres demasiado complicado para mi pequeñez, ¡dame siquiera tu sabiduría!» (eso que los profetas y Jesús afirman que Dios no niega ni al más pecador cuando la pide (Santiago 1:15).
3. Reconoce que Dios no te dejará decepcionado
¿Cómo voy a encontrar respuestas si no soy Dios? Mujeres y hombres en el antiguo testamento también, como tú y yo hoy, tuvieron miles de interrogantes que ponían en cuestión su vida, su camino, su fe… ¡Inspírate en ellas y ellos, que no dejaron de cuestionarle, de mostrarle su miedo, su incertidumbre, su cansancio!
Porque Dios no premia a los perfectos ¡pues ellos no le necesitan ni le buscan! Dios ayuda a los imperfectos, ¡porque ellos aceptan necesitarlo! «Yo te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos», decía Jesús.
4. ¿Soy un tonto que tiene que buscar siempre afuera?
Esta es la otra cara de la moneda: por un lado somos incapaces de escrutar nosotros solos los pensamientos de Dios, pero por otro lado ¡somos seres capaces, talentosos e inteligentes!
¿Entonces? Pues tenemos una naturaleza sagrada, divina. Algo que nosotros asumimos como «imagen y semejanza de Dios». No somos cualquier cosa, no somos un objeto o un animal, ¡somos hijos de Dios!
5. No poseemos a Dios
Hay una tensión entre estas dos: a) No soy Dios y por tanto sé muy poco y b) Soy inteligente y no necesito que me digan siempre qué hacer. Y estás en lo correcto (si es que lo meditamos desde la humildad), dice Dios en Jeremías y Deuteronomio: «La ley está escrita en sus corazones».
Significa que hay sabiduría en nuestro interior, ¡en nosotros mismos! Pero la tentación es creer que «Yo soy la sabiduría» y ahí es cuando fallamos. Tal vez nos hace falta aprender a escuchar la voz de Dios en nuestro interior.
6. Busca respuestas en fuentes sagradas
Por lo mismo que yo tengo verdad pero no soy la Verdad… debo recurrir a fuentes más divinas que humanas. Cuando tuve mi mayor crisis de fe, me preguntaba ¿qué religión quiero seguir entonces?
Y si algo tenía claro es que no podía confiar en un libro sobre ateísmo escrito hace 60 años. Porque las respuestas más universales están en textos mayores, de pueblos grandes, no guiando generaciones sino humanidades.
La Torah, la Biblia, de los cuales surge el Corán —estas son religiones monoteístas y reveladas—. Hay movimientos, ideologías, sectas o caminos espirituales no revelados, sino iniciados por humanos.
¡Por gracia de Dios, los años y las experiencias con Él, me hicieron entender que solo hay un camino, y es Cristo!
7. Busca guías espirituales
Contacta con personas que te inspiren confianza, que sean genuinas y que puedan tener respuestas: sacerdotes y acompañantes espirituales tendrán cómo guiarte.
Al final ¡para eso estamos! Y si no te ayuda esa primera persona a la que recurres, ¡ve con alguien más hasta que te entienda y te sepa ayudar! No te canses, no te quedes con dudas. No estás mal por tener dudas o porque no te convenza lo que te responden.
8. Mismas preguntas, diferentes buscadores
«Lee Salmos, lee la Biblia» —me decían—, sentía que era solo para convencerme de ser como ellos, creyente. Pero ¡increíble ver que esas mismas preguntas que yo tenía ellos, nuestros padres en la fe, antes ya las habían puesto en palabras!
«Job respondió (al sabio) con estas palabras: «¡Qué bien sabe ayudar al débil y socorrer al inválido! ¡Qué buenos consejos das al ignorante, qué profundo conocimiento has demostrado! Pero ¿a quién van dirigidas tus palabras y quién te las inspiró?»: Job, 26.
«Job tomó la palabra y dijo: .«Hoy aún es rebelde mi queja, no puede mi mano acallarla en mi boca. ¡Ah, si supiera dónde vive, iría hasta su casa! Expondría ante él mi caso y le diría todos mis argumentos. Por lo menos conocería su respuesta y trataría de comprender lo que él dijera…
Pero si voy al oriente, no está allí, al occidente, tampoco lo descubro. Si lo busco al norte, no lo encuentro, si vuelvo al mediodía, no lo veo» Job, 23.
«Sediento estoy de Dios, del Dios de vida, ¿cuándo iré a contemplar el rostro del Señor? Lágrimas son mi pan de noche y día, cuando oigo que me dicen sin cesar: «¿Dónde quedó su Dios?» Salmos, 42.
«Al ver tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has fijado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él?, ¿qué es el hijo de Adán para que cuides de él? Un poco inferior a un dios lo hiciste, lo coronaste de gloria y esplendor» Salmos, 8.
Resistir es un verbo difícil, de esos que se me atragantan. Como un dolor hondo y constante. Cuando me siento incapaz de dar un paso más, decir otra palabra o soñar otro sueño.
«Resistiré», es el deseo que brota de mi corazón herido cada vez que he tocado la derrota y sentido la caída.
Resistiré en tiempos de guerra, de hambre, de incertidumbre. Cuando la batalla parezca perdida y los sueños imposibles de alcanzar.
También cuando todo se ponga en mi contra y nada de lo planeado pueda hacerse realidad.
Seguir
Con frecuencia corro el peligro de desistir. Tirarlo todo por la ventana antes de que esté perdido.
¿De qué madera estoy hecho? Me lo pregunto a menudo cuando las cosas no resultan como yo pensaba, soñaba, o deseaba. Y las lágrimas resbalan por mi piel.
La vida me pondrá a prueba, «para conocer su temple y comprobar su resistencia».
Haciéndome sentir tan pequeño y frágil en medio de mis días, en la oscuridad de la noche, cuando sólo brille alguna estrella, en un cielo negro.
Y entonces, en ese preciso momento, me repito lentamente, para no olvidarlo: «Resistiré».
Dios me da la fuerza
Pero no porque tenga que hacerlo, sino porque quiero hacerlo. Porque ese Dios en el que creo no me suelta en medio del mar revuelto. Me toma de la mano. Me necesita.
No me vuelvo hacia Él para cumplir un plan previsto, para responder a unas normas escritas, para satisfacer su deseo de ser amado.
Me vuelvo hacia Él porque lo necesito. ¿Qué haría yo sin su mirada en medio de mi noche? ¿Qué haría yo sin su Palabra pronunciada al oído? Me perdería.
Para resistir los embates de la vida sólo me queda volverme a Dios, como un niño aparentemente abandonado en medio de un bosque, perdido y sin rumbo.
Necesito volverme a Él cada noche. No para cumplir un plan de exigencias, sino para salvarme.
Con paz soñar
Por eso me gusta pensar que resistiré. Pero no por mérito propio o gracias a mi voluntad férrea.
No porque sepa hacerlo todo bien sino porque Dios me quiere y sólo quiere mi alegría, mi paz y mi plenitud.
Y espera que lo busque para cargar el corazón y descansar en su regazo.
Me gusta más ese Dios Padre que me espera siempre. Antes que pensar en un Dios justo y juez que se escandaliza de mi debilidad y lleva cuentas del bien que hago, de las normas que cumplo.
No quiero vivir en tensión. No quiero vivir en guerra. Resistiré, pero no porque sea muy capaz, sino porque Dios ha sembrado sueños en mi corazón.
Sé que son suyos porque superan mis fuerzas. Y me gusta soñar, pero más aún, vivir los sueños.
Sentir que se hacen realidad entre mis manos, a mis pies, ante mis ojos. Tocarlos con manos firmes y notar su calor.
Hasta el final
Resistiré cuando todo se ponga difícil. Dios me permitirá luchar hasta el último momento.
Y no me dejará abandonar el campo de batalla. Me empujará por la espalda susurrando al oído palabras de esperanza, para que crea en mí y en Él que me sostiene.
Me gusta la aventura de la vida porque las cosas no están claras. Y no quiero vivir con miedo a cometer cualquier error que enturbie mi mirada.
No quiero vivir con temor, sino con esperanza. No todo lo haré bien, lo he comprobado. Es la experiencia de los años.
Y en cualquier momento puedo echarlo todo a perder. Pero Dios ese día no me lo echará en cara. Me dirá que confíe y siga resistiendo. Que la vida es corta y su amor infinito.
Vale la pena esperar
¿Por qué tengo miedo? Todo va a salir bien y pienso que hay que ir poco a poco, sin lanzar las campanas al vuelo después de una victoria. Sin tirar la vida por la borda, después de una derrota.
Cada momento vale, y cada esfuerzo. No me desanimo. Porque merece la pena luchar y dar la vida.
Esperar a que todo florezca en medio del desierto. Y brote el agua en la sequedad de las rocas. Y mi corazón se abra a la vida, confiado.
Resistiré porque tengo muchos sueños dormidos en el alma. Sueños bellos y llenos de luz. Y el alma confía en esta vida que se me regala. No quiero temer y dejar de hacer.
Los sueños se abren ante mis ojos llenándome de luz. Es posible todo lo que hoy parece imposible.
Posible que se abra un camino y surja una nueva fuente de una tierra baldía. Posible que mi vida sea mejor que ahora, más llena de luz, de paz y esperanza.
Posible si no dejo de resistir y caminar alegre en momentos de duda y miedo. Habrá un punto de inflexión que todo lo cambie. A mí sólo me queda confiar y creer contra toda esperanza.
currió el 6 de enero de 1865. La lava, tras una erupción bajaba hacia la aldea de Vena. Todo estaba perdido. Nada iba a poder salvarse. El sacerdote del lugar se subió a un peñasco y desde allí, con la estatua de la Virgen pidió una oración confiada a la Madre.
Un viento furioso apareció entonces como si quisiera golpear a la Virgen. De repente… ¡Todo se calmó! Sucedió el milagro, algo, una mano «omnipotente» frenaba la lengua de lava, la gran fuerza de la naturaleza.
Así lo recuerda un escrito de la época:
“Tras una erupción repentina, un imponente flujo de lava, que partía de los montes Sartorius, llega al distrito de “Giretto” y amenazando la aldea de Vena y llegando a menos de un kilómetro del Santuario. No es posible describir el pánico y el espanto que invadió a los habitantes de Vena. Sin embargo, la esperanza de aquellos buenos y fervientes cristianos no fracasó: recurrieron a la Virgen, la omnipotente Madre de Dios y la llevaron en procesión hacia la lava que amenazaba con la destrucción y la muerte, no el Santo Icono, sino una estatua de madera de la misma Virgen de Vena, que se veneraba en el Santuario, a imagen de la pintura de San Gregorio Magno.
Sobre la tierra descendía el crepúsculo vespertino y los reflejos rojizos de ese río inmenso e incandescente formaban en aquel tramo de cielo, como un lago de sangre. El reverendo Cantone, que había precedido a sus fieles, se subió a un peñasco saliente, que le sirvió de púlpito y desde allí incitó, una vez más, entre sollozos a los de los fieles, al arrepentimiento y la oración confiada en la Virgen.
De repente se levanta un viento furioso que en espantosos remolinos se arrastra sobre las lavas ardientes hasta golpear la estatua de la Virgen enrojeciéndole la cara. ¡Un grito de piedad y misericordia surge espontáneamente de la multitud presente! … Después de unos segundos, la calma vuelve y con calma la lava, como detenida por una mano omnipotente e invisible, se detiene en el acto. El prodigio, el gran e innegable prodigio, se había obtenido: aquellos buenos fieles siguieron siendo dueños de sus pequeñas viñas y de sus casas. Aquella estatua, desde ese día, se llamó la «Virgen del Fuego»
Esto es lo que se lee en las actas históricas del Santuario de santa María de la Veta (Madonna della Vena), que se encuentra justamente en Vena, Piedimonte Etneo una
localidad italiana en Sicilia.
El santuario y su primer milagro
El santuario es muy antiguo, tanto como la ciudad, ya que nació por otro milagro acontecido gracias a Nuestra Madre la Virgen María.
Ocurrió en el 597, cuando unos monjes basilianos (de san Basilio), escapando de las persecuciones decidieron esconderse en las alturas del Etna, llevándose consigo un cuadro de la Virgen, pintado sobre una tabla de cedro.
Cuenta una leyenda que la mula que cargaba el cuadro, a cierto punto se detuvo y comenzó a cavar el suelo con sus cascos, y en ese punto apareció una “veta” de agua.
Los monjes consideraron este acontecimiento como un signo divino y decidieron detenerse en el lugar indicado por la mula.
Allí mismo, con el consentimiento del Papa Gregorio Magno, fundaron el monasterio gregoriano de Vena.
La devoción a la Virgen se hizo tan popular, que muchos decidieron quedarse cerca de Nuestra Madre y así en poco tiempo surge el colorido pueblo de la Vena.