Luis Cabrera, arzobispo de Guayaquil y presidente de la Conferencia de Obispos de Ecuador, encabeza una comitiva del consejo directivo del episcopado de este país, que participa en el 52º Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, que comenzó el 5 y culminará el 12 de septiembre.
Con el prelado están Alfredo Espinoza, obispo auxiliar de Quito y secretario general, David de la Torre, secretario general adjunto
y Hermenegildo Torres, obispo auxiliar de Quito, junto con los sacerdotes Maximiliano Ordóñez, Juan Carlos Garzón y Gilber Jiménez.
Además Quito será la sede del próximo Congreso Eucarístico Internacional a celebrarse en 2024, donde será propicia la ocasión para celebrar los 150 años de la Consagración de esta nación al Sagrado Corazón de Jesús.
Saludo al Papa
Además esta comitiva saludará en nombre de todo el Ecuador al Papa Francisco durante la Misa de clausura el 12 de septiembre.
Ese mismo día el Santo Padre tendrá varios encuentros, entre estos con el Presidente de la República y el Primer Ministro de Hungría. Después con la Conferencia Episcopal Húngara y los miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias.
El primado de Hungría, el cardenal Peter Erdö, durante la inauguración, en la Plaza de los Héroes ha indicado que el Congreso Eucarístico es un símbolo de esperanza después de un año y medio de pandemia.
“Será una gran señal de esperanza, incluso después de un año y medio de pandemia. Un signo de apertura, de renacimiento y también una señal de que la providencia divina no nos deja solos. Por lo tanto, será un acontecimiento alegre”, afirmó.
“La verdadera alegría que viene del Señor siempre da espacio a las voces de los olvidados,
para que junto a ellos podamos construir un futuro mejor.
María, en la belleza del seguimiento evangélico y en el servicio al bien común de la humanidad y del planeta,
educa siempre para escuchar estas voces y ella misma se convierte en la voz de los sin voz”. Son las palabras que, leídas por el cardenal Gianfranco Ravasi,
Francisco ha dirigido al XXV Congreso Internacional Mariano organizado por la Pontificia Academia Mariana Internationalis, que ha comenzado hoy,
de forma virtual, con el tema ‘María entre teologías y culturas hoy. Modelos, comunicaciones, perspectivas’.
Así, Francisco ha recordado que, a pesar de la alegría que produce la celebración de este encuentro “nuestro regocijo no olvide el grito silencioso de tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de gran dificultad, agravadas por la pandemia”.
“En las fronteras”, continúa el Papa en su escrito, “la Madre del Señor tiene una presencia específica: es la Madre de todos, independientemente de la etnia o nacionalidad”. De esta manera, la figura de María “se convierte en un punto de referencia para una cultura capaz de superar las barreras que pueden generar división”.
Por tanto, en el camino de esta “cultura de la fraternidad, el Espíritu nos llama a acoger de nuevo el signo de consolación y esperanza segura
que tiene el nombre, el rostro y el corazón de María, mujer, discípula, madre y amiga”.
Piedad popular
Recordando el impulso dado por Benedicto XVI para “profundizar más la relación entre la mariología y la teología de la Palabra”, Francisco ha recordado que “la Palabra de Dios, puede convertirse en madre del Verbo encarnado”, es la misma que “alimenta la piedad popular, que se inspira con naturalidad en la Virgen, expresando y transmitiendo «la vida teológica presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en los pobres”.
Por último, el Papa ha agradecido a la Pontificia Academia Mariana Internationalis por haber preparado y organizado este Congreso
ya que “constituye un momento importante en el servicio de coordinación de la teología mariana confiado a la Academia”. Y ha recordado como san Francisco de Asís hablaba a la Virgen María “con inmenso amor porque había hecho a Dios nuestro hermano”.
Jesús es quien llega a mi vida, no soy yo el que logro atravesar distancias para tocar su piel. Es Él quien está en camino continuamente buscándome.
Hoy lo describe así el evangelista: «En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis».
Jesús no permanece quieto, esperando a que alguien llegue hasta Él. Me gusta este Jesús inquieto, caminante, peregrino. No le basta con lo que ya ha conquistado.
No son suficientes sus amigos, sus discípulos. Ha venido a llegar a todos los pueblos, sin limitar sus fronteras. No no pone barreras a su vida, a su redil, allí donde está seguro con los suyos.
Se abre, se ofrece, se acerca al que está lejos porque tiene mucho que decir, mucho que escuchar, mucho que sanar.
Me gusta esa forma de mirar las cosas, nunca es suficiente para Él. Es así cómo Jesús llega a mi vida en la tierra, y se acerca a ese lugar donde yo me encuentro, en medio de la cotidianeidad de mis días.
Comenta el P. Kentenich: «Tengo que caminar con Dios a través del quehacer cotidiano. Y por mi quehacer cotidiano, no por el quehacer cotidiano del religioso o de la religiosa. Ellos tienen otro quehacer cotidiano. Por tanto, por así decirlo, tengo que ir con Dios a la olla de cocina. Pero tengo que ir con él. Es decir, no veo sólo la olla sino que veo en ella a Dios. O bien, tengo que ir con Dios al trabajo».
En mi quehacer diario, en mi trabajo, en lo más mundano está presente Jesús. A menudo pienso que los grandes encuentros con Él se darán cuando participe en una actividad religiosa, o esté en silencio rezando en una capilla.
Como si ese fuera el lugar por excelencia para que me hable Dios. No es así. Jesús aparece caminando en mi vida cuando menos lo espero. Tal vez por eso me gusta tanto caminar y llegar a lugares nuevos, desconocidos.
Y allí me encuentro con Dios oculto en lo cotidiano. En medio de mis pasos, del cansancio, de los miedos y de las dudas. El camino fascina y a la vez puede confundirme.
Creía que estaba cerca de la meta, era sólo apariencia, súbitamente veo que todo se alarga.
Me encuentro con un desvío, comienzo una subida, llego a una nueva bajada, me adentro en un bosque inmenso, atravieso un campo de girasoles; cruzo un río sobre un puente antiguo, camino junto al cauce contemplando sus aguas, asciendo un monte que no me dejaba ver el pueblo que sueño; me adentro en un camino lleno de barro, descubro ante mí un cielo que amenaza tormenta, siento el agua cayendo sobre mí sin encontrar un lugar cubierto donde secarme.
El camino está siempre lleno de imprevistos, de sorpresas, de desvíos, de atajos. En el camino suceden tantas cosas al mismo tiempo. Se despierta el hambre en mi corazón y encuentro el alimento.
Me detengo abrumado por el cansancio y el descanso me anima a seguir caminando. Disfruto de la misma manera la pausa y la prisa. Habitan en mí a la vez las ganas de llegar a la meta marcada para ese día y el deseo de vivir el presente. En el camino sucede la vida.
Sé que no es la meta lo importante, aunque la desee. Y asumo que tampoco es fundamental el lugar que abandono para ponerme en camino. Meta y lugar presente son partes de una misma vida. Cada cosa es importante en el momento en el que sucede.
Y yo intento retener el presente en una foto que me recuerde lo vivido, vagamente al menos. Y acaricio cada foto porque tiene un significado, asociado al momento, con sus olores, sonidos y silencios.
En medio de ese camino variopinto por el que me apresuro, Jesús que sale a mi encuentro allí donde me encuentro. Allí donde camino sin agobios ni prisas. El camino vale la pena en sí mismo.
Es el lugar de descanso en el que me detengo y el lugar de paz en el que me recupero de todas mis prisas pasadas.
Soy caminante y peregrino, pero asumo que no estoy de paso en esta vida, aunque es verdad, lo quiera o no, todo pasa y se vuelve pasado, historia, recuerdos y fotos llenas de olores y luces que la cámara torpemente guarda.
En mi camino el cansancio halla su descanso. Y la lluvia cesa dejando peso al calor del sol que todo lo seca. Me gusta caminar con un sentido, con una meta, con un fin.
Me gusta querer llegar a mi final sin demasiadas prisas. No hace falta que me apresure demasiado para ser peregrino. Tal vez nadie me espere y no tengo nada que hacer cuando llegue.
Vale la pena vivir cada segundo, no tengo agenda. Aprendo así a apurar la copa de la vida soñando alto, con los pies en la tierra y la mirada vuelta al cielo. No me inquieto, no me angustio.
En medio de mis pasos va Jesús caminando, lo veo de cerca y de lejos. Pasa por mi vida, se detiene a mi lado, porque su misión está junto a mí y eso me basta para entenderme, para comprender que puedo ir en silencio, hablando o cantando.
Todo vale porque Él me busca, rompe mis barreras, me sigue y no me deja solo. Nunca voy a estar solo, eso me queda claro.
Incluso cuando intente huir de su presencia por cualquier motivo. Él no se apartará y no lograré alejarlo. Recorre toda la tierra hasta ponerse a mi altura.
Hoy escucho: «El Señor guarda a los peregrinos». Me guarda a mí que busco la meta de mi camino, que quiero hallar la paz en todo lo que hago. Jesús es el peregrino de mi camino.
Se dice que siempre se les veía juntos a Simón y a Judas predicando el Evangelio, los dos fueron apóstoles de Jesús hasta el punto de derramar la sangre por la fe.
El Señor los llamó para completar el número de los doce apóstoles, encargados de ser los continuadores de la obra de Jesús en el mundo (recuerda que tú también estás llamado).
Este día nos permite recordar la vida y el testimonio de estos grandes apóstoles de la fe, pero también nos invita a aprender de ellos. Es por esto que hoy quiero compartir contigo tres lecciones de fe que nos recuerdan que el camino al cielo también se recorre con los amigos.
Y que el dolor, el sufrimiento y la angustia, no serán nada comparados con la dicha de contemplar el rostro de Nuestro Señor en el cielo algún día.
1. La fe hasta el martirio
Simón y Judas como predicadores de la Palabra, estuvieron en diversas tierras anunciando el Evangelio y la fe. Y es en medio de esta misión evangelizadora en la que ambos viven el martirio, en Persia, Judas es decapitado y Simón descuartizado.
El testimonio de ambos santos debe llevarnos a preguntarnos acerca de nuestra propia fe: ¿cómo vivimos esa fe que profesamos aun cuando estamos en situaciones difíciles y hasta de posible persecución?, ¿estaríamos dispuestos a morir por el Evangelio?
Simón y Judas nos motivan a plantearnos cómo estamos anunciando el Evangelio a los que nos rodean, o si ante cualquier situación de crítica o rechazo, de inmediato abandonamos la misión.
2. Dejarlo todo por el Evangelio
Su historia es también la historia de dos hombres que dejaron todo para seguir muy de cerca a Cristo y que difundieron su figura por muchos de los reinos conocidos entonces.
Simón pertenecía al grupo formado en Israel. Se llamaban los zelotes. Su misión era trabajar fuertemente contra la invasión romana en su territorio. Sin embargo, la escucha de la palabra y la persona de Cristo fue para él el aliciente para dejarlo todo y seguir al Maestro.
¿Cómo está nuestra renuncia espiritual y material?, ¿tenemos claras las prioridades de la vida, con miras a la salvación de las almas?, ¿hasta dónde serías capaz de ir por cumplir el llamado del Señor?
3. Vivir la amistad
Como ya se ha dicho, esta fiesta se celebra en conjunto, pues diversos testimonios narran que Judas y Simón vivían el mandato de ir de dos en dos a predicar el Evangelio, su llamado forjó una amistad en la misión.
Ambos recibieron al Espíritu Santo en pentecostés, y además de presenciar los milagros de Jesús, también hacían parte de quienes le escuchaban enseñar, presenciaron su aparición resucitado y su posterior ascensión al cielo. ¡Qué afortunados!
¿Tus amistades construyen caminos de santidad?, ¿permiten escuchar conjuntamente las palabras del Maestro?, ¿acerco a mis amigos a Dios?, ¿les hablo de Él?, ¿doy testimonio de sus enseñanzas?
Estos son algunos de los aprendizajes que nos dejan estos grandes santos, pero lo principal es que nos recuerdan la importancia de escuchar a Dios, amarle, seguirle y construir la santidad en la vida personal para así llevar a muchos hacia Él.