Un hombre que sufrió un derrame cerebral y entró en coma se recuperó milagrosamente después de que su familia, la iglesia y sus amigos clamaran al cielo con oraciones.
El 11 de abril de 2018, la familia García se enfrentó a una prueba de fe muy desafiante. Fue un día atípico para ellos, cuando Lito, la cabeza de familia, sufrió un derrame cerebral.
Ya tenía migrañas crónicas, pero esa vez empeoró. Fue trasladado de urgencia al hospital a más de una hora de distancia. Mientras tanto, Stacie, la esposa de Lito, inmediatamente se puso en contacto con familiares, amigos y su iglesia para orar por su esposo.
El médico llevó a Lito a la UCI mientras aún trabajaba para descubrir la causa de su parálisis. Más tarde esa noche después de que fue admitido, comenzó a tener convulsiones, y la mañana siguiente, entró en coma.
«Dios, sé que estás haciendo algo. No sé qué es, pero todavía voy a confiar en ti”, clamó Stacie.
Poco después, los médicos descubrieron a través de una resonancia magnética que Lito tenía un coágulo de sangre que había viajado por su cerebro y se había roto. Por eso su cerebro se hinchó.
Luego, el médico realizó un procedimiento de emergencia, aunque tenía una pequeña posibilidad de recuperarse. El equipo médico le dijo a Stacie que no podían garantizar si Lito volvería a caminar y hablar.
La familia mantuvo la fe y oraba por su salud
Pero a pesar de las noticias desfavorables, Stacie siguió confiando en Dios. Un par de días después, incluso iniciaron un servicio de oración en el hospital en la sala de espera, simplemente adorando a Dios. Siguieron orando por la completa recuperación de Lito. Hasta que un día despertó del coma.
Al despertar, Lito escribió un mensaje a su mamá y su esposa. Escribió: «Usted y Stacie deben recordar que mientras haya aliento en nuestros pulmones, Dios puede hacer lo imposible».
En los días siguientes, Dios ciertamente realizó un milagro. Lo que Dios hizo para cambiar la salud de Lito revela que Él es de hecho el Dios de lo imposible.
Nuestro medio principal para llegar al Señor, es el plan de vida espiritual, el que cada uno vive de acuerdo con sus circunstancias.
Este plan es muy importante, nos ayuda a unificar todos los aspectos de nuestra existencia cristiana, porque convierte cada norma de piedad (cada misa, rosario, rato de oración, lectura espiritual etc.) en encuentro y diálogo personal con Dios.
Es ese medio para mejorar nuestro trato y demostrar nuestro amor a Jesús. Porque a una amistad, a una verdadera amistad, le dedicamos tiempo (y no el de sobra).
Pues, ahora bien, a la amistad más grande de nuestra vida que es con Jesús, deberíamos dedicarle más que solo un rato.
Ojo: no es «cumplir» con las prácticas de nuestro plan en sentido de obligación. Sino más bien por y con amor, esto porque somos conscientes de que nos acercan a Dios, nos ponen en presencia de Él.
Entonces ¿cómo estar más cerca de Dios? A continuación, te comparto tres tips que estoy segura te ayudarán a vivir y cumplir más fácilmente tu plan de vida espiritual.
1. Poner hora y tiempo específico
Este tip es muy concreto, a cada norma de piedad que tengas en tu plan, por ejemplo: hacer un rato de oración, ponle hora (ejemplo: 8:30 am, antes del desayuno) y tiempo específico (ejemplo: 20 minutos).
El poner hora no quiere decir que no podamos ser flexibles, sabemos que nuestros días y rutinas a veces cambian. Como decía de san Josemaría:
«Tu plan de vida ha de ser como ese guante de goma que se adapta con perfección a la mano que lo usa».
No podemos pensar en nuestras normas como algo separado de la vida, sino que deberían señalar un camino acomodado a la condición personal de cada uno.
Siempre teniendo claro involucrarlas en el momento más conveniente, no en las sobras de tiempo de nuestros días.
2. Ser constantes
Es verdad que a veces nos sentimos muy cansados, desmotivados, tristes o simplemente sin ganas de vivir nuestras prácticas de piedad, es normal y es una consecuencia de nuestra naturaleza caída.
Sin embargo, no nos podemos dejar llevar por sentimentalismos. Debemos tener firme nuestro propósito de estar cada vez más cerca Dios, y tener claro en nuestra mente y corazón que lo hacemos por amor.
Te invito a que a partir de hoy con o sin muchas ganas, lo hagas, te esfuerces y vivas tu plan de vida de la mejor manera que puedas, a pesar de lo que en ese momento sientas…
Entrégale a Jesús esas dos monedas tuyas, así como la pobre viuda en el Evangelio, verás cuánto le agrada.
3. Pedirle ayuda a Dios
He de confesarte que este es mi tip favorito porque de verdad experimento su gracia e infinita mano de ayuda en mi día.
Somos hijos de Dios, amadísimos hijos de nuestro Padre. Y Él cómo el Padre bueno, paciente y amoroso que es, quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos pequeños y necesitados que somos.
Así que de corazón pidámosle que nos ayude a ir viviendo mejor nuestro plan para ir creciendo en vida interior y en amor a Él.
Recuerda que el «sí» es lo único que nos pertenece, si queremos, si sinceramente queremos estar unidos a Cristo, Él siempre nos dará la gracia para avanzar.
Espero de corazón que estos tips te ayuden a vivir más fervorosa y amorosamente tu plan de vida espiritual. Recuerda que cuando Dios es lo primero, todo lo demás cabe.
Todo tiene sentido cuando Jesús está contigo. Estando con Él, lo que hacemos adquiere un valor aún más grande.
El perdón es algo muy difícil. En nombre de Jesucristo perdono tantas veces. Es Él el que lo hace, no soy yo. Yo sólo pongo voz a sus palabras y alzo en mi mano su gesto.
Y doy un perdón que no es mío, yo soy demasiado pequeño y el perdón supera mis fuerzas. Perdono faltas y pecados, con una facilidad única. Es Dios quien perdona y yo solo obedezco.
Pero luego, cuando alguien me hiere y hace daño, cuando el rencor se asienta en mi alma, la impotencia se apodera de mí. No puedo hacerlo, no soy capaz de absolver a nadie en mi propio nombre. No logro perdonar olvidando el rencor que me hace tanto daño.
Alguien me hizo daño, a mí o a otros a los que aprecio y admiro. Y me hierve la sangre por dentro. Y no surge el deseo del perdón, es más bien el deseo de venganza.
¿Cómo puedo llegar a perdonar de corazón a quien me ha hecho daño? La herida está abierta. El odio que brotó un día no lo mitiga el tiempo. Me dicen que si perdono me libero y si no perdono sigo encadenado a quien me hizo daño.
Es verdad, no lo niego. Pero la cadena del rencor es demasiado gruesa. Y lo que queda grabado en el corazón no es fácil de borrar. No hay quien lo olvide, no puedo.
Leía el otro día: «Perdónale lo que te hizo tanto daño como para que reaccionaras de esa forma y haz lo que sabes que debes hacer para que te perdone. No dejes que nada te lo impida. Solo estas cosas merecen la pena, lo demás no vale nada».
Perdonar y ser perdonado. Parece tan sencillo pero todo esto es la clave sobre la que se asienta la vida del hombre. Una orilla, la del rencor y el recuerdo lleno de dolor. La otra orilla, la de la paz que da perdonar y ser perdonado.
Entre las dos orillas me muevo en mi barca inquieto. De una a otra, casi sin darme cuenta, las aguas y el viento me llevan. Es tan difícil perdonar. Es tan milagroso que puedan perdonarme.
Cuando la herida ya no tiene remedio. Y cuando no puedo desandar el camino andado, retener las palabras vertidas, romper los silencios hirientes, contener los gestos violentos que rompen por dentro.
Cuando no hay vuelta atrás es como si el perdón pretendiera disculpar el daño causado. Y eso no es posible. Hay siempre un culpable y una víctima.
¿Qué he de hacer para merecer el perdón? ¿Qué gesto reparador es necesario para que se justifique mi olvido o la paz después de haber perdonado?
No hay nada que sea suficiente para que suceda el perdón. Ni el arrepentimiento del culpable. Ni su castigo o condena. Nada es suficiente. Porque la dimensión del daño sufrido supera cualquier gesto reparador. Es más hondo, más terrible.
Por eso me queda claro que el perdón nunca está justificado. No perdono porque la deuda esté pagada. Es impagable. No me basta la enmienda, ni el castigo. El perdón sólo puede ser gratuito.
Perdono porque Jesús logra que brote el perdón en mi corazón. Sólo Jesús puede hacerlo. Y si lo hace no es para que libere de su culpa al culpable. Él tendrá que hacer su propio camino de redención.
Si perdono es porque es a mí a quien me hace falta pasar página, dejar atrás el rencor, sanar la herida y ser libre.
Mientras siga adentrándome en mi propio resentimiento no avanzaré nunca, no creceré, no seré libre. Seguiré cargando el peso terrible de mi dolor. Sólo por gracia de Dios podré abismarme en ese mundo profundo de la misericordia.
Sólo Dios puede hacerlo, no soy yo. Yo me siento impotente y seguiré eternamente condenando al culpable, porque se merece todo mi odio y mi desprecio. El odio del mundo entero.
Pero no soy yo su juez, ni el que ha de hacer cumplir su condena. Eso no me toca a mí. A mí sólo me queda alejarme de él con paso firme. Dejar de invocarlo como culpable de mis males presentes.
El daño causado lo guardo como parte de mi historia, no lo olvidaré nunca. Pero el perdón me permite emprender un camino nuevo de libertad, sin barreras ni ataduras.
Le pido al Señor que me dé la gracia del perdón. Perdonar para salvar mi vida, para iniciar un camino nuevo, una vida nueva. El perdón que toco en la reconciliación con Dios me salva y enseña el camino de mi salvación.
Comenta el Papa Francisco: «Es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura».
Tocar el perdón de Dios, viendo que es inmerecido, me enseña el camino del perdón en mi propia vida. No perdono porque alguien lo merezca. No perdono porque se arrepienta y me pida perdón.
Perdono con una misericordia llena de ternura que viene de Dios. Si no es así resulta imposible. El perdón de Dios en mi vida me enseña a perdonar.
Lourdes y Gloria Salgado son de Ciempozuelos (Madrid). Pertenecen a una familia numerosa de 7 hermanos y ellas son las pequeñas. Han estudiado Secundaria y Bachillerato en el colegio de la Orden de Nuestra Señora (ONS) de Valdemoro. Forman parte de la Generación Z, la que nació en torno al año 2000 y que es nativa digital.
Pero estas jóvenes han descubierto su llamada a la vida religiosa y en poco más de un mes de diferencia ambas ingresarán en sus respectivas órdenes. Porque Lourdes y Gloria tienen vocación religiosa pero no en el mismo camino vocacional: Gloria -que tiene 18 años- ingresó el pasado día 8 en el noviciado de la Orden de Nuestra Señora mientras que Lourdes entrará, con 20 años, como postulante en el convento de La Aguilera, de Iesu Communio, en Burgos.
«Jesús me llamó desde muy pequeña»
Lourdes lo cuenta así:
«Todo ha ocurrido en un verano, en tres meses; dos nos vamos de casa con el único fin de seguir a Jesús donde Él esté. Digo que todo ha ocurrido en tres meses, pero en realidad no es así, no en mi caso. La vocación en mí ha estado desde siempre y Jesús me llamó desde muy pequeña, pero en la vida no todo sale siempre como esperamos y durante tres años más o menos olvidé y abandoné mi llamada y a Jesús por cosas del mundo que me atraían.
«Sencillamente estar con Él, contemplarle»
«Con el tiempo, Jesús no ha dejado de buscarme -continúa- y se ha empeñado en mí cada día de mi vida. Después de encontrarme de nuevo con Jesús y volver a descubrir que me quería para Él, no puedo hacer otra cosa que entregarme a la vida contemplativa, junto a Jesús y con mis hermanas, llamadas a vivir lo mismo que yo: sencillamente estar con Él, contemplarle, y después, compartir con quienes no lo conocen ‘lo que hemos visto y oído’».
«Deseo vivir siempre entregada a Él»
Lourdes afirma: «No puedo decir otra cosa que gracias. Infinitamente agradecida a Dios y a su Iglesia. No merezco esta vida, solo es por misericordia suya que puedo vivir la vocación religiosa. Deseo vivir para siempre entregada a Él».
Su hermana Gloria, que acaba de terminar el Bachillerato y cumplir la mayoría de edad, explica cómo ha sido su proceso vocacional y qué le motiva a ser religiosa. Declara que “lo mejor de mi vida es para Jesús” y cuenta:
Gloria: «Jesús me ha ido enamorando»
“El 8 de septiembre entro en el Noviciado de la Orden de Hijas de María Nuestra Señora, en Valdemoro. Es una Orden de monjas de enseñanza que une la vida contemplativa con la vida activa. Es decir, la entrega a Jesús Eucaristía y la entrega a sus almas. Yo he estudiado toda Secundaria y Bachillerato en este Colegio y he visto a Jesús en estas monjas.
Cuando me dicen que cuente mi vocación me sorprendo, porque es algo muy sencillo, y me gusta que sea así. Es algo sencillo pero grande a la vez. Jesús me ha ido enamorando el corazón sencillamente, poco a poco. He visto como Jesús tiene sed de mí y como yo tengo sed de Él. Mi corazón nunca ha descansado en otra cosa más que en Él».
«He visto la sed que tiene Jesús del mundo»
«También he visto lo roto que está el mundo, lo destrozado que está el corazón del hombre sin Jesús, la sed que tiene el mundo de Jesús y la sed que tiene Jesús del mundo. Y yo entrego mi vida entera para saciar ese “tengo sed”, doy mi vida por las almas, “para que tengan Vida”. Ya sé por qué vivo».
«Y no dejo de sorprenderme de lo bueno que es el Señor: me sorprende que cada día me elija a mí, tan pequeña como soy yo. Y a veces me pregunto: “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” y me doy cuenta de que todo lo ha hecho Él, que todo lo ha llevado Él…”.
Tanto Gloria como Lourdes ven que en el descubrimiento de su vocación personal han ayudado su familia, el colegio donde han estudiado y el Camino Neocatecumenal.
“Ha sido muy importante -dice Lourdes- en mi vida mi familia, mi madre que está feliz de la vida que comienzo, mis hermanos, mi parroquia y mi grupo de jóvenes, aquellos con quienes he compartido la fe durante los últimos años, y el colegio donde me educaron los últimos 5 años, un colegio de religiosas en el que precisamente ingresa mi hermana pequeña…”. Gloria lo confirma también en su caso.
La Virgen en su vocación
Gloria añade que la decisión que han tomado de entregarse totalmente al Señor en la vida religiosa no sería posible sin contar con la ayuda de la Virgen: “La Virgen, el camino más fácil, corto y rápido para llegar a Jesús. Ella es la que me lleva a Jesús todos los días, a Ella le entrego todo para que se lo de a mi Señor». El sí de María se expresa en Gloria de una manera concreta: “Solo puedo decir: “por todo lo que ha sido, GRACIAS; por todo lo que será, SÍ”.