El principio se trataba de una predicación oral. A partir del siglo II «Evangelio» indica también la obra escrita que cuenta la vida de Jesús y su enseñanza.
San Ireneo, obispo de Lyon y doctor de la Iglesia, es el primero que habló de los Evangelios en plural.
Él es quien identificó los cuatro Evangelios «canónicos» es decir, los que contienen la enseñanza y la predicación de los apóstoles.
Son los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan a los que hacían referencia las primeras comunidades cristianas
Todos fueron escritos entre los siglos I y II por los apóstoles de Jesús como Mateo y Juan o por personas que recogieron el testimonio como Marcos, discípulo de san Pedro y Lucas, discípulo de san Pablo.
El Concilio de Trento en el siglo XVI, confirma esta elección.
Evangelios apócrifos
Otros supuestos «evangelios» se llaman apócrifos, en el sentido de no auténticos (o incluso heréticos).
Son alrededor de 50 textos muy distintos entre sí compuestos entre los siglos II y V para colmar algunas lagunas sobre la vida de Jesús.
Uno de los más famosos es el Protoevangelio de Santiago, sobre la infancia de Jesús.
Algunos son narraciones de pura fantasía, mientras que otros son más verosímiles; algunos son irreverentes, otros muy religiosos.
Algunos son conocidos con el nombre de algún apóstol, como el Evangelio de Tomás aunque los autores no son los apóstoles.
En realidad todos proponen una imagen de Jesús que contradice la predicada por los Doce, por eso la Iglesia no los ha reconocido nunca como auténticos.
¿Por qué los Evangelios canónicos son cuatro?
San Ireneo identificó este número a partir de dos visiones bíblicas. En el profeta Ezequiel, la gloria de Dios aparece en medio de seres vivos con cuatro rostros.
En el Apocalipsis, el trono de Dios está rodeado por cuatro seres vivos.
Para san Ireneo, los cuatro seres juntos manifiestan plenamente la gloria de Dios. Del mismo modo los cuatro evangelios juntos muestran completamente a Jesús.
Tanto el profeta Ezequiel como el Apocalipsis describen el aspecto de los seres vivos como el del hombre, león, toro y águila.
Los símbolos
Primero san Ireneo luego san Jerónimo (siglo IV) asociaron cada símbolo a un evangelista.
Todavía hoy en Occidente se usan las asociaciones de san Jerónimo-
Mateo el publicano, era del grupo de los apóstoles. Escribe el Evangelio en arameo, para los cristianos convertidos del judaísmo. Su símbolo es el Hombre y su Evangelio se abre con la genealogía de Jesús, presentado como verdadero hombre.
Marcos puso por escrito la predicación de san Pedro. La asociación al león símbolo del poder divino es quizá la más famosa, también gracias al vínculo con la ciudad de Venecia.
Según una antigua tradición un ángel con apariencia de león se apareció a Marcos, que había naufragado en la laguna veneciana, y le anunció que ahí su cuerpo encontraría reposo y veneración.
Lucas era un médico de Antioquía discípulo de san Pablo. Escribió en griego la predicación del apóstol de los gentiles.
El Evangelio de Lucas se abre con una escena de adoración sacrificial en el templo de Jerusalén.
¿Qué mejor símbolo para él sino el toro, el animal de los sacrificios en la devoción judía?
Finalmente Juan, «el discípulo que Jesús amaba». Es el autor del cuarto Evangelio el más místico y «teológico» que se sumerge en las alturas del Espíritu como un águila en vuelo.
Mons. Fernández indicó que un milagro es una acción de Dios, en la que el Señor “actúa directamente por encima de las leyes naturales, produciendo un efecto que la ciencia no puede explicar”.
“Los milagros nos muestran la grandeza de Dios y su poder, y llenan nuestro corazón de esperanza, porque para Dios no hay nada imposible”, señaló.
El Prelado resaltó que existen clases de milagros, que se separan en morales, “donde Dios actúa cambiando el corazón de una persona que está disponible a ello”; y en físicos, “cuando se produce una curación física, que la ciencia no puede explicar”.
Además, indicó que para beatificar o canonizar a alguien, es necesario que el postulador presente “pruebas de las virtudes heroicas del Siervo de Dios” y se valide un milagro por intercesión de la persona.
“Al trabajo de los hombres, se pide que el dedo de Dios certifique la santidad del que ha de ser beatificado o canonizado”, agregó.
El Prelado señaló que en la investigación de una causa de santidad intervienen “testigos directos, médicos, expertos”, hasta profesionales de la salud ateos, entre los que se hace una valoración de los hechos extraordinarios, “donde concluyen que tal hecho no es explicable por la ciencia”.
Mons. Fernández indicó que los consultores teólogos deben “demostrar que el hecho extraordinario se ha realizado invocando al que va a ser beatificado o canonizado. Y no vale pedirlo a varios a la vez, porque invalida esta demostración”.
“Llegados a estas conclusiones, los Padres de la Congregación presentan al Papa el hecho calificandolo de milagro, y el Papa decide”, agregó.
El Prelado señaló que ha “visto varios milagros realizados en nuestros días”, y que estos acontecimientos sobrenaturales “no son sólo hechos maravillosos de la Edad Media”.
Asimismo, resaltó que los santos y beatos son “hermanos nuestros que han vivido el camino hacia el Cielo con las mismas dificultades que nosotros, ayudados por la gracia de Dios”.
“Ellos nos hacen entender que nuestra vocación es la santidad, que la santidad está a nuestro alcance con la gracia de Dios”, agregó.
Mons. Fernández resaltó que los santos son modelos que nos ayudan a seguir el camino de la santidad e intercesores que nos “ayudan desde el cielo en el camino de la vida” e indicó que la Iglesia recomienda tener un trato con los santos, “conocer sus vidas y sus virtudes, seguir sus enseñanzas”, acudir a su ayuda, no solamente para pedir milagros “sino para que nos ayuden en la vida cotidiana, en la misión que Dios nos ha confiado”.
Finalmente,dijo que la Iglesia es una familia, y los santos son como hermanos mayores, que “han recorrido con éxito el camino de la vida y quieren ayudarnos a los que todavía peregrinamos hacia el cielo”.
“Los santos son el mejor certificado de que Dios existe, de que la Iglesia genera santos. Los santos son una prueba de que la Iglesia es santa”, concluyó.
La solemnidad de Todos los Santos se celebra el día 1 de noviembre. Según el P. Juan Manuel Sierra, experto de liturgia de la Universidad San Dámaso, en ese día se celebra “a las personas que han vivido esa fidelidad a Dios y han vencido en el seguimiento a Cristo. Celebramos la santidad de la Iglesia y el triunfo de Cristo”.
Preguntado sobre qué fue antes, la fiesta de Todos los Santos o Halloween, el P. Sierra explica que en algunos lugares “se han unido estas celebraciones”. En un rápido recorrido histórico, el experto en liturgia precisa que “en el año 600 – 610 encontramos con motivo de la dedicación del Panteón, el templo a los dioses paganos en Roma, se dedica en esta fecha a la Virgen María y todos los mártires. Esta es la fecha que enlazando con una celebración similar en Oriente, va a dar lugar la celebración de todos los Santos, pero esta fecha se celebraba en mayo, más bien después de Pentecostés”.
Es hacia el siglo VIII, cuando “recogiendo lo que se hacía en pueblos celtas o del norte de Europa, que había una preponderancia de la presencia de los difuntos, se une o transforma la fiesta y se cambia la fecha al 1 de noviembre. Y esa fecha también se recuerda a todos los que nos han precedido como santos, poco después será la fiesta de los difuntos, que para los cristianos tiene ese aspecto de petición por los difuntos. Halloween o de los muertos recuerda los antepasados y tiene un carácter festivo, y no debe hacer perder la fiesta de todos los santos”, aseguró.
Además el P. Sierra aseguró que es importante celebrar la fiesta de Todos los Santos “porque ellos han vencido unidos a Cristo. Son para nosotros, y así nos lo propone la Iglesia, un ejemplo de cómo hay que vivir en cada circunstancia”.